Se enroblece en el aura umbría del ocaso
afán colmado de la índida blataria
– Dejad eso -dijo el Primer Bibliotecario-. Mirad este otro, en cambio; posiblemente es un apócrifo, es más, es casi seguro que lo sea, tiene ciertos defectos formales que lo delatan, pero no deja de ser curioso; procede de una recatalogación del año pasado, y se podría tratar…
Ígur lo dejó explayarse, y leyó el poema por encima.
– Tiene un estilo -dijo Ígur- más bien pasado de moda.
– Sí, es lo que los historiadores denominan la manera universitaria. No es demasiado corriente en un poema tan largo. Es decir -rió-, si es que realmente se trata de un poema.
– ¿A qué os referís? ¿Tiene un sentido oculto?
– La cuestión sería si mi respuesta a esa pregunta tiene o no tiene un sentido oculto -dijo el funcionario.
– ¿Lo tiene?
– Ahora puedo responder 'sí', con lo que no sacamos nada en claro, o puedo decir 'a cuestión es si mi respuesta a esa pregunta tiene o no tiene un sentido oculto'.
– Y yo puedo volver a preguntar: ¿lo tiene? -dijo Ígur, los ojos clavados en el texto.
– Y yo puedo volver a decir lo mismo que la vez anterior, y así sucesivamente, o bien preguntar directamente qué sentido tiene esta conversación.
– Tiene un sentido oculto, no hay duda. ¿O quizá sólo lo tienen vuestras respuestas? ¿Sois jugador?
– Caballero -exclamó el Primer Bibliotecario con tono de reproche-. Todos los empleados de la Administración participamos de oficio en opciones preferentes de la Apotropía.
Se pasaron unos minutos revolviendo papeles.
– ¿Qué me podéis decir de lo que os he pedido?
El funcionario lo miró sin que Ígur acabase de saber si estaba ante un cínico o tan sólo ante un hombre asqueado.
– Caballero, éste es el último lugar del Imperio donde se puede consultar bibliografía. Y, si queréis que os sea franco, no creo que los temas que habéis propuesto, ni por aproximación, sean los que de verdad os interesan. Ignoro quién os ha recomendado que vengáis a la Biblioteca -rió-, y no quiero saberlo, pero es evidente que lo ha hecho para incitar designios más sutiles que, huelga decir, a vos corresponde descubrir y, si os conviene, seguir.
Caminaron por un nuevo pasillo y fueron a dar con la entrada; Ígur tuvo que reconocer que se había perdido.
– No me ha servido de mucho el entrenamiento geométrico del Laberinto -quiso ironizar.
– La geometría cada día es menos necesaria para la arquitectura -dijo el Primer Bibliotecario-, pero continúa siendo imprescindible para otras cosas.
Ígur se encontró ante la puerta.
– Si por casualidad encontraseis algo que…
– Descuidad, Caballero. Si hay suerte, os tendré presente.
Al cabo de la semana que como límite le habían marcado, Ígur llevó el Informe a la Agonía del Laberinto. Había hecho algunos cambios para cubrir el expediente, y cuando se hizo anunciar iba preparado para una dolorosa batalla dialéctica de imprevisible final por mantener la postura adoptada aunque le costara los beneficios y el honor del Laberinto. Pero el Primer Secretario de la Agonía no se dignó recibirlo, y el Secretario Administrativo que Ígur ya conocía de la firma de los protocolos y de su primera visita tras salir del Laberinto lo recibió en medio del vestíbulo, sin invitarlo ni a tomar asiento.
– Muy bien, Caballero -dijo-, haré llegar el Informe a mis superiores -y ya se iba cuando vio que Ígur no se movía-, ¿deseáis algo más?