El Juez se levantó y juntó las manos con las palmas hacia adelante; después dejó caer la derecha y, extendiendo la izquierda, señaló al vencedor, que de inmediato retiró el arma de la emblemática situación, y ayudó al adversario a levantarse y a desenredarse de los útiles que lo apresaban. El pabellón de Cruiaña, localidad donde había transcurrido casi toda su vida, le pareció más bonito que nunca, y a la vez despojado de cualquier veneno. Los contrincantes ejecutaron los saludos rituales, y se quitaron las medias máscaras. Ígur Neblí se inclinó ante el Juez.
– Crisálida amarilla Ígur Neblí -dijo el viejo-, has ganado el Juicio de Acceso. En el plazo de tres días te presentarás a tu Magisterpraedi, que te hará entrega del título y te indicará tu destino. -Lo miró sin reflejar emoción alguna-. Puedes retirarte.
Ígur y Sari, amigos y compañeros de estudios, bajaron juntos del estrado. Por la escalerilla del lado Sur sólo cabía uno; a pesar de que faltaba la investidura, uno ya era un Caballero de Pórtico, y Sari, a quien esperaba una segunda oportunidad al año siguiente, le cedió el paso. Habría sido un insulto que Ígur hubiera renunciado a su privilegio, y, con una incomodidad que le resultó inexplicable, lo ejerció. Cuando se retiraba a sus aposentos recordaba las veces que había imaginado ese momento, cómo había previsto grabar en el recuerdo, en una hora tan significativa, haciéndose la composición de que era por última vez, las altiplanicies de Cruiaña, de horizontes dilatados y cielos intensos y puros, donde todo parecía distante y pequeño a la vez; pero el camino se le hizo corto, y había llegado al final sin el detenimiento de la contemplación para evocar. Su recuerdo sería tan sólo de un deseo, porque la vida iba más deprisa que el pensamiento.
La visión de la realidad recordada desde las calinas del mito, anticipación en tanto que deseo, se hacía presente una y otra vez en los preludios insomnes de las noches de Ígur, dibujada en el placentero vértigo del inicio de una invención: Ésta es la historia del Caballero de Capilla Ígur Neblí, en los Atlas del Imperio de la Última Revolución llamado la Gloria del Laberinto, Ígur el Cretense en los Escolios del Dogma de Haleb, venerado YNen las Runaciones Édicas de las Lunas Pastoras de Anatolia, el Caballero de la Ápia Doble, Ghooyri Nyephlí en los Apócrifos del Laberinto, Eygor Ennehí, finalmente, en las Crónicas de los Planetas Troyanos, El Que no duerme. El Que no se representa a sí mismo.
Tres días después de ganar el Combate de Acceso, a la hora señalada, Ígur Neblí se presentó en el despacho del Magisterpraedi de Cruiaña Jan Omolpus, y como paso previo a la ceremonia de investidura, fue recibido en audiencia privada. Formaba parte de la visita prescrita al superior, pero, de no haber sido así, era capítulo obligado de cortesía hacia el antiguo maestro.
– Dos minutos y diez segundos -dijo sin inflexiones el dignatario, un hombre de edad indefinida, pero con la suficiente para poder ser el padre de Ígur.
– No me correspondía la ofensiva.
El Magisterpraedi hizo un ademán de impaciencia.
– Te arriesgabas a llegar a los tres minutos sin cerrar el ocho.
– No podía romper la orientación; descalificarse significa perder el año siguiente, siempre me lo habéis recalcado.
Se observaron con calma. Aquél también era un momento perdido.
– Continúo creyendo que una estancia previa en Eraji o en Aleña te resultaría muy provechosa.
– Estoy como siempre a vuestra disposición -dijo Ígur en el tono más neutro, y fijó la mirada en un punto inmaterial ante la faz del dignatario. Dejaron pasar los instantes; era como aguantar la respiración, para ambos más difícil cada vez, pero con el tiempo jugando a favor del más fuerte. Y el más fuerte era el más joven.
– De acuerdo -dijo el Magisterpraedi-, es prerrogativa del Caballero elegir su destino. Como puedes ver, no tenía dudas: te he asignado al Secretario del Equemitor Noldera, que ya está sobre aviso de tu llegada; aquí tienes una carta para él.
Ígur la cogió con una inclinación, y resistió el impulso de mirar el nombre.
– Daré lo mejor de mí para dejar mis orígenes en buen lugar.
– No hace falta que te recuerde que Gorhgró no es Cruiaña, y que a partir de ahora te enfrentarás a adversarios a los que aun con el beneficio del sorteo no vencerás como a Sari Milana; si no me equivoco ahora tienes ventiún años… si no cometes equivocaciones, en un año puedes llegar a Caballero de Cámara, y a los veinticuatro puedes ser Caballero de Preludio; y de ahí a Caballero de Capilla ya es cuestión de suerte y de política…
– Como muy bien decís, es cuestión de suerte y de política; pero si a la suerte y a la política se le añade la dedicación y la voluntad, espero ser Caballero de Capilla sin necesidad de categorías intermedias, y antes de un año.
El Magisterpraedi rió por primera vez en la entrevista, en parte para ahorrarse el tener que responder a la impertinencia del discípulo; él no sólo había tenido que acogerse a las categorías intermedias, sino que había visto cómo los mejores perdían cuatro Combates de Juicio de Acceso antes de llegar a la Capilla, el grado más elevado de los Caballeros.
– Conformarse no es bueno -dijo, nostálgico-, pero quererlo todo demasiado aprisa expone a peligros imprevistos.
– Quería pediros una cosa más -dijo Ígur, y el dignatario levantó las cejas-; me gustaría librarme de la advocación -Ígur se vio obligado a explicarse-, el Cangrejo no ha sido nunca de mi devoción: el depósito de los muertos, los dos asnos que comen en el pesebre… la coraza, el retroceso… no deja de ser un emblema de transición, un trópico perdido.
– Tienes derecho a tomar la defensa de tu adversario si lo deseas, las reglas lo permiten; pero un Caballero de Pórtico no puede cambiar la obligación emblemática.
– Lo sé, pero no quiero estar atrapado por la defensa, y vos sois el único que puede levantarme la obligación.
Omolpus miró con atención al joven que tenía delante, y se le ocurrió que no tenía un físico tan imponente como para que se le abrieran las puertas con su sola presencia: no demasiado alto, más bien delgado, la agilidad y la fuerza más intuibles que evidentes, de facciones agraciadas pero con unos ojos demasiado melancólicos para triunfar tanto en los salones como en las plataformas de Combate o en las alcobas, iba a necesitar todas las ocasiones posibles para demostrar quién era.
– No puedo librarte del amarillo, pero sí, si es lo que quieres, de sus obligaciones. Serás un amarillo abierto, es decir, que tu amarillo será independiente de Cáncer y tan sólo te obligará al emblema en tu próximo Combate Canónico -a Ígur se le iluminó la cara, y el Magisterpraedi levantó un brazo-; pero no olvides que a partir de ahora, y para siempre, será un amarillo con marco y horizontes negros.
Abandonaron el despacho para ir a la sala del ceremonial, él delante del Magisterpraedi, como es tradición, y ambos precedidos por seis maceres. Ígur tuvo tiempo de mirar el nombre y la dirección del papel que el maestro le había dado: Peer Ifact, Secretario de Gabinete de la Equemitía de Recursos Primordiales. Una vez en la sala, Ígur ocupó el sitio que le había sido asignado, siguiendo los requisitos de orientación y distancia que correspondían a su emblema, su color y a la época del año, y el Magisterpraedi formuló a los auxiliares en voz baja las indicaciones pertinentes sobre el escudo y el color que había acordado con el nuevo Caballero de Pórtico. A continuación, sin que ninguna de las operaciones precedentes fuera acompañada por manifestaciones por parte de la asistencia, formada por los condiscípulos y los amigos de Ígur, ni por la presidencia, que ocupaban delegados del Gobernador de la provincia de Cruiaña y del Mayor de la ciudad, el Magisterpraedi pronunció un pequeño discurso para la ocasión.