– Es usted él hombre más famoso de la ciudad, naturalmente-"Calza sus pies con la caparazón de las tortugas" asegura una frase interrumpida por el codo del teniente Bacacorzo-. El más odiado por las mujeres, el más envidiado por los hombres. Y Pantilandia, con su perdón, el centro de todas las conversaciones. Pero como usted no ve a nadie y sólo vive para el Servicio de Visitadoras, qué le importa.

– No me importa por mí sino por la familia-"Y en las noches duerme protegido por cortinas hechas con alas de mariposas" consigue leer por fin el capitán Pantoja-. Mi esposa es muy sensible y en su estado actual, si descubre esto, le haría una impresión tremenda. Y no se diga a mi madre.

– A propósito de habladurías-arroja la revista al suelo, se vuelve, recuerda el teniente Bacacorzo-. Tengo que contarle algo muy gracioso. Scavino ha recibido a una comisión de vecinos notables de Nauta, encabezados por el Alcalde. Venían a traerle un memorial, jajá.

– Consideramos un privilegio abusivo que el Servicio de Visitadoras sea exclusividad de los cuarteles y de las bases de la Naval -se cala los lentes, mira a sus compañeros, adopta una postura solemne y lee el alcalde Paiva Runhui-. Exigimos que los ciudadanos mayores de edad y con libreta militar de los abandonados pueblos amazónicos, tengan derecho a utilizar ese Servicio, y a las mismas tarifas reducidas que los soldados.

– Ese Servicio solo existe en sus mentes podridas, mis amigos-lo interrumpe, les sonríe, los mira con benevolencia, con afecto paternal el general Scavino-. ¿Cómo se les ocurre pedir audiencia para semejante disparate?

Si la prensa se enterara de esta petición, no le duraría mucho la Alcaldía, señor Paiva Runhui.

– Estamos dando el mal ejemplo a los civiles, llevando tentaciones a pueblos que vivían en una pureza bíblica-se demuda el padre Beltrán-. Espero que cuando lean este memorial, se les tuerza la cara de vergüenza a los estrategas de Lima.

– Escucha esto y cáete de espaldas, Tigre-estruja el teléfono, lee el memorial con ira el general Scavino-.

Ya empezó a circular la noticia por todas partes, mira lo que piden esos tipos de Nauta. Se nos viene encima el escándalo que tanto te advertí.

– Qué cuentas saca con los dedos-alza la presa de pollo y da un mordisco el teniente Bacacorzo-. Como dice Scavino, ustedes los de Intendencia terminan siempre con la locura matemática.

– Vaya conchudos, antes protestaban porque la tropa se tiraba a sus mujeres y ahora porque les hacen falta mujeres para tirarse juguetea con un secante el Tigre Collazos-. No hay manera de tenerlos contentos, lo que les gusta es protestar. Ponlos de patitas en la calle y no les recibas solicitudes tan cojudas, Scavino.

– Horror de los horrores-se cuelga la servilleta en el pecho. condimenta la ensalada con aceite y vinagre, empuña el tenedor y come el capitán Pantoja-. Si ampliaran el Servicio a los civiles, teniendo en cuenta la población masculina de la Amazonía la demanda subiría de diez mil a un millón de prestaciones mensuales cuando menos.

– Tendría que importar visitadoras del extranjero-liquida los últimos restos de carne, deja el hueso blanquísimo, bebe un trago de cerveza, se limpia la boca y las manos y delira el teniente Bacacorzo-. La selva se convertiría en un solo bulín y usted, en su oficinita del Itaya, tomaría el tiempo de ese diluvio de polvos con un millón de cronómetros. Confiese que le gustaría, mi capitán.

– No te imaginas lo que he visto, Pochita-pone la canasta en el repostero, saca un paquete y lo ofrece Alicia-. En la panadería de Abdón Laguna, que es hermano, han comenzado a hacer panes del mártir de Moronacocha. Les llaman los panes- niño y la gente los compra a montones. Te traje uno, mira.

– Te pedí diez y me traes veinte-observa desde la baranda las cabezas lacias, crespas, morenas, pelirrojas, castañas Pantaleón Pantoja-. ¿Crees que voy a pasarme el día tomando examen a las candidatas, Chuchupe?

– No es mi culpa-va bajando la escalerilla prendida del pasamanos Chuchupe-. Se corrió la voz que había cuatro vacantes y empezaron a salir mujeres como moscas de todos los barrios. Hasta de San Juan de Munich y de Tamshiyaco vinieron. Qué quiere, señor Pantoja, a todas las chicas de Iquitos les gustaría trabajar con nosotros.

– La verdad es que no lo entiendo-baja tras ella mirando las rollizas espaldas, las gelatinosas nalgas, las tuberosas pantorrillas Pantaleón Pantoja-. Aquí ganan poco y les sobra trabajo. ¿Qué caramelo las atrae tanto? ¿El buen mozo de Porfirio?

– La seguridad, señor Pantoja-señala con la cabeza los vestidos multicolores, los grupos que zumban como enjambres de abejas Chuchupe-. En la calle no hay ninguna. Para las lavanderas, a un día bueno siguen tres malos, nunca vacaciones y no se descansa el domingo.

– Y el Mocos es un negrero en sus bulines-las hace callar con un silbido y les indica que se acerquen Chupito-. Las mata de hambre, las trata mal y a la primera quemada a su casa. No sabe lo que es consideración ni humanidad.

– Aquí es distinto-se endulza, se toca los bolsillos Chuchupe-. Siempre hay clientes, las jornadas son de ocho horas y usted lo tiene todo tan organizado que a ellas les encanta. ¿No ve que hasta las multas le aguantan sin chistar?

– Lo cierto es que el primer día me dio un poco de aprensión-corta, pone mantequilla, mermelada, prueba un bocado y mastica la señora Leonor-, pero que le vamos a hacer, el pan-niño es el más rico de Iquitos. ¿A ti no te parece, hijito?

– Bueno, vamos a seleccionar a esas cuatro-decide Pantaleón Pantoja-. Qué esperas, hazlas formar Chino.

– Sepálense un poco, muchachas, pa que se luzcan mejol-coge brazos, presiona espaldas, hace avanzar, retroceder, ladearse, coloca, mide el Chino Porfirio-.

Las enanitas delante y las gigantas detlás.

– Aquí las tiene, señor Pantoja-brinca de un lado a otro, indica silencio, da ejemplo de seriedad, las alinea Chupito-. Ordenadas y formalitas. A ver, chicas, volteen a la derecha. Así, muy bien. Ahora a la izquierda, muestren su lindo perfil.

– ¿Que suban una pol una a su oficina pal examen calatitas, señol?-se acerca y le susurra al oído el Chino Porfirio.

– Imposible, me demoraría toda la mañana-mira su reloj, reflexiona, se anima, da un paso al frente y las encara Pantaleón Pantoja-. Voy a pasar revista colectiva, para ganar tiempo. Escúchenme bien, todas: si alguna tiene reparos en desvestirse en público, salga de la fila y la veré después. ¿Ninguna? Tanto mejor.

– Todos los hombres afuera-abre el portón del embarcadero, los azuza, les da empellones, regresa Chuchupe-. Rápido, flojos ¿no han oído? Sinforoso, Palomino, enfermero, Chino. Tú también, Chupón. Cierra esa puerta, Pichuza.

– Abajo faldas, blusas y sostenes, me hacen el favor -se coge las manos a la espalda y camina muy grave escudriñando, sopesando, comparando Pantaleón Pantoja-. Pueden quedarse en calzón, las que llevan.

Ahora, media vuelta en el mismo sitio. Eso mismo. Bueno vamos a ver. Una pelirroja, tú. Una morena, tú. Una oriental tú. Una mulata, tú. Listo, cubiertas las vacantes. Las otras, déjenle la dirección a Chuchupe, tal vez haya una nueva oportunidad pronto. Muchas gracias y hasta la próxima.

– Las seleccionadas, aquí mañana a las nueve en punto, para la revista médica-anota calles y números, las acompaña hasta la salida, las despide Chuchupe-. Bien bañaditas, muchachas.

– A ver, a ver, sírvanse esto calientito que si no, no es rico-distribuye los platos de sopa humeante la señora Leonor-. El famoso timbuche loretano, por fin me animé a hacerlo. ¿Qué tal me salió, Pocha?

– Qué buen gusto ha tenido para elegirlas, señor Pan Pan -sonríe con malicia, mira chispeando, canta la Brasileña -. De todos los colores y sabores. Sáqueme de la curiosidad ¿no tiene miedo que viendo tanta calata un día se acostumbre y ya no sienta nada con las mujeres?