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Capítulo 15: Sangra que mana del cielo

«La sangre tiñó de rojo la hierba; los lobos estaban apostados en lo alto.»

Li Bai, siglo viii

Dormimos hasta las tres y media de la tarde; cuando nos despertamos, el sol brillaba demasiado y el calor en la habitación era excesivo. Nos dimos cuenta de que no habíamos comido nada aparte de la salchicha y los bollos al vapor que tomamos en Tiananmen la noche anterior, así que compartí un poco de leche fría y media tableta de chocolate con Eimin y me sentí mejor.

Salimos por la puerta sur y doblamos a la derecha por la calle Haidian. El aire ardía. Unas cuantas mujeres bajaban por la calle ocultando el rostro bajo unos parasoles. La pequeña tienda donde vendían sopa de fideos y de wonton estaba abierta, pero había pocos clientes. Antes había sido una tienda de informática, pero el local se quedó pequeño. Hacía unos cuantos meses trasladaron los ordenadores a Zhongguancun, el barrio de la Puerta Media, el nuevo distrito de alta tecnología que había montado el gobierno.

La hija del propietario nos trajo unos grandes cuencos de sopa wonton y luego fue por ahí limpiando las mesas. Detrás del mostrador, sus padres hablaban con su acento del campo, que sonaba como si cantaran con la parte posterior de la garganta. Eimin y yo nos tomamos la sopa rápidamente sin dirigirnos palabra. A pesar de las horas que había dormido estaba exhausta. Pensé en quienes hacían de monitores estudiantiles en la plaza noche tras noche y me pregunté de qué materia estaban hechos que podían pasarse noches y noches sin acostarse.

Después de la sopa compramos unos helados, regresamos al campus y paseamos sin prisa por sus frondosos senderos. Muchos estudiantes salían también a dar un paseo después de comer y compartían la sombra con nosotros. Eran poco más de las seis. De pronto, el sistema de megafonía de la universidad se puso en marcha y emitió un comunicado oficial a todo volumen. Eimin y yo nos acercamos a uno de los altavoces para oír con más claridad lo que decía la locutora:

«Hoy, 3 de junio de 1989, el Gobierno Municipal de Pekín y el Centro de Mando de la Ley Marcial han hecho público conjuntamente el siguiente comunicado urgente:… con efecto inmediato… los ciudadanos de Pekín tienen que prestar la máxima atención. Por favor, manténganse alejados de las calles y de la plaza de Tiananmen. Todos los trabajadores tienen que permanecer en sus puestos. En pro de su propia seguridad, todos los ciudadanos deben quedarse en sus casas.»

– Algo malo está a punto de ocurrir -dijo Eimin.

A los pocos minutos se repitió el comunicado y luego lo volvieron a emitir. Eimin y yo nos fuimos a casa a toda prisa y encendimos el televisor. Todos los canales estaban retransmitiendo el mismo comunicado.

«A primera hora de esta mañana, un pequeño grupo de elementos contrarrevolucionarios volcó vehículos del ejército, pinchó neumáticos y atacó a soldados del EPL. Su objetivo era provocar disturbios antirevolucionarios. El Gobierno Municipal de Pekín y el Centro de Mando de la Ley Marcial, por tanto, hicieron público el siguiente comunicado de urgencia:… con efecto inmediato, los ciudadanos de Pekín tienen que prestar la máxima atención…»

En la pantalla del televisor vimos un coche del ejército en llamas. Algunos autobuses, quemados y volcados, bloqueaban los principales cruces a lo largo del bulevar de la Paz Eterna. Se podía ver a grupos de estudiantes que corrían y daba la impresión de que era al amanecer.

Eimin y yo bajamos corriendo al Triángulo. Cientos de personas se habían reunido allí y había más de camino.

«Grandes contingentes de soldados han entrado en la ciudad y se dirigen a la plaza. Algunos de ellos van armados con fusiles y acompañados de tanques y vehículos blindados. Otros van vestidos de paisano y se desplazan a pie o en vehículos civiles, con cuchillos y barras de hierro», dijo la locutora de la emisora estudiantil.

– Compañeros estudiantes, tenemos que defender la plaza de Tiananmen -exhortó un estudiante que parecía estar al mando-. Pedimos a todos los compañeros que estén disponibles que se dirijan a la plaza. Cuanta más gente podamos reunir, más segura estará Tiananmen.

En aquel punto fue interrumpido por otro joven que añadió:

– Llevad con vosotros toallas mojadas para protegeros de los gases lacrimógenos. Si tenéis cualquier cosa que pueda utilizarse como arma, garrotes o bastones, traedlos también.

– Representantes de cada departamento, por favor, id a buscar a toda la gente que podáis -dijo el que había hablado primero-. Salid hacia la plaza de Tiananmen tan deprisa como podáis, en bicicleta o a pie. No esperéis a los camiones de la universidad. Es esencial que la gente llegue allí lo antes posible.

En cuestión de media hora, la multitud reunida en el Triángulo había llegado a ser de miles de personas. Veía las banderas de unos veinte departamentos. La emisora siguió emitiendo noticias de enfrentamientos entre estudiantes y tropas; y al parecer, los ciudadanos de Pekín habían salido en masa para proteger a los estudiantes.

– Aquí empieza a haber demasiada gente. Vamos al otro lado -le gritó Wang Jing, una maternal estudiante de posgrado, al universitario que ondeaba la bandera del departamento de psicología.

Los seguimos por el espacio entre dos edificios hasta el patio que había frente al Edificio para el Joven Profesorado. Junto a la bandera vi a mi antiguo compañero de clase, Wu Hong, que se ataba la desgastada banda en la cabeza. Ya no era blanca y la tinta roja se había borrado.

– El primer grupo está listo para ponerse en marcha -dijo Wu Hong, quien tenía tras él a un grupo de siete u ocho hombres.

– ¿Qué hay de las toallas mojadas o las armas? ¿No tendríais que esperar? -preguntó Li.

– No, no podemos. Tenemos que ir a Tiananmen lo antes posible -respondió Wu Hong en tono apremiante.

– Wu Hong está a cargo de este grupo. Intentad llegar a la plaza. Pero si por el camino os necesitan en otra parte, lo que hagáis depende de vosotros -dijo Wang Jing.

Yo todavía arrastraba el cansancio de la noche anterior, pero quería ir.

– No voy a dejarte. -Eimin me echó a un lado de un tirón-. No seas estúpida. Ya está, la ofensiva será esta noche.

– Gas lacrimógeno y balas de goma, ¡qué miedo!

– Esta noche puede no ser de miedo, sino de muerte.

Nunca había visto a Eimin tan vehemente. Sin decir ni una palabra más, me arrastró fuera de allí y escaleras arriba.

A medida que iba transcurriendo la noche, cada vez había más grupos que se dirigían al centro de la ciudad. Yo me quedé en el campus, puesto que Eimin se había empeñado en ello. Aquella noche permanecí despierta hasta tarde, con la mirada fija en la oscuridad, preguntándome qué ocurriría. Las imágenes que había visto la noche anterior, de soldados cargando contra los estudiantes que protestaban en la plaza, volvieron a aflorar en mi mente. La noche anterior había pensado que iba a morir y esos pensamientos volvían, pero ahora temía por los amigos y compañeros de clase que habían ido a la plaza de Tiananmen. «Quizá habría ido con ellos si Eimin no me lo hubiera impedido», pensé. Pero a mí también me asustaba morir.

No quería que nadie muriera. Tenía la esperanza de que Eimin estuviera equivocado y que los estudiantes ganaran. Pero estaba en un dilema, puesto que no me encontraba con mis compañeros de clase y, al mismo tiempo, me daba miedo estar con ellos. Al final, decidí que me reuniría con ellos al día siguiente en la plaza, y con ese pensamiento, poco a poco, me relajé y me quedé dormida.

A altas horas de la noche nos despertó un alboroto en el pasillo. Eimin se levantó para echar un vistazo.

– ¿Qué hora es? -pregunté medio dormida.

– Las tres de la madrugada. Vuelve a dormirte.

Abrió la puerta y la luz del pasillo me dio en el rostro. Cerré los ojos y me volví de cara a la pared.

– ¿Qué pasa? -oí que preguntaba alguien, y los ruidos cesaron.

– Xiao Chen aún no ha regresado. La señora Chen está preocupada.

– ¿Qué voy a hacer? -preguntaba llorosa la señora Chen.

– ¿Dónde está Xiao Chen?

– Fue a la plaza.

– Vaya, eso no es nada bueno. He oído que los soldados han abierto fuego -dijo un hombre de edad.

La señora Chen comenzó a llorar con más fuerza.

Me levanté de la cama de un salto, me cubrí con una bata y salí fuera. Vi a la señora Chen, la esposa de un profesor de derecho, de pie junto a otro vecino, Lao Liu, con su camiseta y unos calzoncillos que le estaban grandes. Su mujer estaba a su lado.

– Lao Liu, ¿dónde has oído esto? -pregunté.

– Abajo. Todo el mundo habla de ello.

– ¿Algún muerto?

– Muchos. La gente dice que el bulevar se ha transformado en un río de sangre.

Se abrió otra puerta más abajo del pasillo. Salió otra vecina y se acercó a nosotros.

– Cálmese, por favor, señora Chen. Tal vez Xiao Chen está de camino a casa -dijo la señora Liu. Pero la señora Chen no la miró ni dejó de llorar.

Eimin le dijo a la señora Chen que fuera más positiva.

– Sí, señora Chen, no deje que su imaginación la asuste. Bajáremos y comprobaremos las últimas noticias -le dije-. Luego volveremos para decirle lo que está ocurriendo.

Eimin y yo salimos al patio. Bajo la luz de la luna había unos cuantos grupos de personas que parecían fantasmas. Caminamos hacia ellos.

– ¿Qué se sabe de los estudiantes de la plaza? -oí que preguntaba alguien.

– Los tanques y las tropas los han rodeado -respondió un hombre alto con sombría certeza.

– Están perdidos, muertos sin duda -suspiró un hombre de mediana edad que se estaba quedando calvo e iba en ropa interior-. Perdidos, os lo digo yo.

– ¡Es un crimen! -exclamó una mujer de unos treinta y tantos años cuyos brazos rodearon a la hijita medio dormida que tenía delante, como una gallina clueca.

– ¿Cuánta gente hay esta noche en la plaza de Tiananmen? -pregunté.

– Decenas de miles -contestó el hombre alto.

De pronto se oyó una música fúnebre que provenía del Triángulo. La emisora comenzó a emitir y supimos de inmediato que lo que habíamos oído era cierto. Había habido muerte y derramamiento de sangre. Un agujero negro se abrió en mi mundo y se me cayó el alma a los pies.

La gente se dirigió con rapidez al Triángulo.

«La verdad sobre la masacre de Pekín -dijo la locutora con voz temblorosa- [es que] a eso de las diez de la pasada noche, decenas de miles de hombres armados con metralletas y rifles, con el apoyo de cientos de tanques y vehículos blindados, empezaron a avanzar hacia el este por el bulevar de la Paz Eterna en dirección a la plaza de Tiananmen. Cuando los valientes estudiantes y ciudadanos detuvieron su avance, los soldados abrieron fuego sobre la multitud y dispararon a mansalva. La Cruz Roja de Pekín calcula que unas 2.400 personas resultaron muertas. Compañeros estudiantes, la sangre corrió como un río por el bulevar de la Paz Eterna.»