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Aunque hubiera podido, Faith no habría intentado soltarse. Le aterraba la idea de que él la golpeara. Era probable que Lee Adams nunca se hubiera enfadado tanto en toda su vida. Al final, también ella se recostó e intentó relajarse. El corazón le latía con tanta fuerza que le sorprendió que los vasos sanguíneos soportaran la presión. Quizá lo mejor sería ahorrarle un montón de problemas a los demás y morirse de un infarto.

En Washington era fácil mentir sobre el sexo, el dinero, el poder o la lealtad. Las mentiras se convertían en verdades y los hechos en mentiras. Faith había visto de todo. Era uno de los lugares más frustrantes y crueles del mundo, donde había que confiar en las viejas alianzas y en los reflejos para sobrevivir y donde cada día y cada relación nueva podían acabar contigo. Faith se encontraba a gusto en ese mundo e incluso había llegado a amarlo. Hasta ese momento.

Faith no se atrevía a mirar a Lee Adams porque temía lo que vería en sus ojos. Lee era todo cuanto tenía. Aunque apenas lo conocía, por algún motivo que desconocía ansiaba obtener su respeto y su comprensión. Sabía que no lo conseguiría. No lo merecía.

Por la ventana vislumbró un avión que ganaba altitud rápidamente. Al cabo de unos segundos desaparecería entre las nubes. Los pasajeros sólo verían abajo la capa de cúmulos hinchados, como si el mundo se hubiera esfumado de repente. ¿Por qué no viajaba ella a bordo de ese avión, con rumbo a un lugar donde pudiese comenzar de nuevo? ¿Por qué no existían lugares así? ¿Por qué?