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Reynolds había contemplado esa posibilidad desde el momento en que había visto el cadáver de Newman.

– Con el debido respeto, señor, no creo que ése sea el caso.

Massey, fríamente, enumeró las circunstancias con los dedos.

– Tenemos un cadáver, una mujer desaparecida y un par de botas. Si lo juntamos todo, parece que hay una tercera persona implicada. Explíqueme cómo llegó aquí esa tercera persona sin que alguien le proporcionase la información necesaria.

Reynolds respondió en voz may baja.

– Tal vez fuese una casualidad. Es un sitio solitario, idóneo para perpetrar un robo a mano armada. A veces sucede. -Respiró profundamente-. Pero si está en lo cierto y hay una filtración, no es completa. -Todos la miraron con curiosidad-. Salta a la vista que el tirador no estaba al tanto de nuestro cambio de planes a última hora, de que Connie y yo vendríamos aquí esta noche. En circunstancias normales, yo habría estado con Faith -aclaró Reynolds-, pero tenía otro caso entre manos. No salió como esperaba y, justo en el último momento, decidí unirme a Connie y venir aquí.

Connie miró hacia la furgoneta.

– Es cierto, nadie podía saberlo. Ni siquiera Ken lo sabía.

– Intenté contactar con Ken unos veinte minutos antes de llegar aquí. No quería aparecer de repente. Si él hubiera oído llegar un coche a la casita sin previo aviso, se habría asustado, y es posible que disparara primero y preguntara después. Con seguridad ya estaba muerto cuando lo llamé.

Massey se aproximó a Reynolds.

– Agente Reynolds, sé que se ha ocupado de esta investigación desde el principio. Sé que se le ha permitido usar este piso franco y el circuito cerrado de televisión para vigilar a la señora Lockhart. Comprendo lo difícil que le ha resultado llevar adelante este caso y ganarse la confianza de la testigo. -Massey se calló por unos instantes, como si estuviera eligiendo con sumo cuidado cada una de sus palabras. La muerte de Newman había sorprendido a todos, aunque los agentes solían correr muchos peligros. Aun así, todos sabían que se culparía a alguien-. Sin embargo, sus métodos no han sido del todo ortodoxos -prosiguió Massey-. Y ahora, un agente ha muerto.

La réplica de Reynolds no se hizo esperar.

– Tuvimos que hacerlo todo con mucha discreción. No podíamos rodear a Lockhart de agentes. Buchanan habría desaparecido antes de que consiguiéramos las pruebas suficientes para llevarlo a juicio. -Suspiró-. Señor, me ha pedido mis impresiones. Son éstas: no creo que Lockhart matara a Ken. Creo que Buchanan está detrás de todo esto. Tenemos que encontrar a Lockhart, pero debemos actuar con prudencia. Si cursamos una orden de busca y captura, entonces Ken Newman habrá muerto en vano. Y si Lockhart sigue viva, no lo estará durante mucho tiempo si el asunto sale a la luz.

Reynolds echó un vistazo a la furgoneta cuando las puertas se cerraban ante el cuerpo de Newman. Si ella hubiera escoltado a Faith Lockhart en lugar de Ken, probablemente ahora estaría muerta. Para un agente del FBI, la muerte, por muy remota que pareciese, siempre era una posibilidad. Si la mataran, ¿se olvidarían sus hijos de Brooklyn Dodgers Reynolds? Estaba segura de que su hija de seis años siempre se acordaría de «mami». Sin embargo, tenía sus dudas sobre David, su hijo de tres años. Si muriera, ¿hablaría David de ella, en el futuro, como de «su madre biológica»? El mero hecho de pensarlo le resultaba insoportable.

Un día había tomado la ridícula decisión de que le leyeran la mano. La pitonisa la había recibido con amabilidad, le había ofrecido una infusión y había charlado con ella, formulándole preguntas en un tono más bien despreocupado. Reynolds sabía que de este modo la pitonisa obtendría información sobre su pasado a la que luego añadiría la palabrería propia de su oficio mientras «veía» el pasado y el futuro de Reynolds.

Tras estudiar con detenimiento la mano de Reynolds, la pitonisa le había dicho que su línea de la vida era corta. De hecho, era muy corta, la más corta que jamás había visto. Mientras la mujer hablaba, observaba la cicatriz que Reynolds tenía en la palma de la mano. A los ocho años, Reynolds se había caído sobre una botella rota de Coca-Cola en el patio trasero de su casa.

La pitonisa había retirado su infusión, al parecer esperando a que Reynolds le pidiese más información, por la que sin duda tendría que pagar un recargo respecto a la suma inicial. Reynolds le había asegurado que estaba fuerte como un toro y que podía pasar varios años sin siquiera contraer la gripe.

La pitonisa le había replicado que la muerte no siempre se produce por causas naturales, enarcando las cejas para hacer hincapié en la obviedad de sus palabras.

Entonces Reynolds le había pagado cinco dólares y se había marchado.

Ahora se preguntaba si la pitonisa tenía razón.

Connie removía la tierra con la punta del pie.

– Si Buchanan está detrás de todo esto, entonces es probable que ya se haya marchado hace tiempo.

– No lo creo -repuso Reynolds-. Si huyese justo ahora sería como si se declarara culpable. No, se lo tomará con calma.

– Esto no me gusta -dijo Massey-. Creo que debemos avisar a la policía de todo el país y, si Lockhart está viva, ordenar que la detengan.

– Señor -dijo Reynolds con la voz marcada por la tensión-, no podemos considerarla sospechosa de un homicidio cuando tenemos motivos para creer que no estaba implicada en el asesinato sino que, de hecho, también debe de ser una víctima. Eso significa que si el FBI llega a aprehenderla tendría que hacer frente a una serie de problemas de acción judicial. Ya lo sabe.

– Entonces como testigo esencial. Podemos considerar que lo es, ¿no? -insistió Massey.

Reynolds lo miró de hito en hito.

– Una orden de busca y captura no es la mejor solución; más que ayudarnos, nos perjudicará. A todos.

– Buchanan ya no la necesita con vida.

– Lockhart es inteligente -aseveró Reynolds-. He pasado bastante tiempo con ella y he llegado a conocerla bien. Es una superviviente. Si resiste varios días más, entonces nos quedaría alguna baza por jugar. Es de todo punto imposible que Buchanan sepa qué nos ha contado ella. Pero si ordenamos que la busquen como a un testigo esencial, entonces habremos firmado su acta de defunción.

Guardaron silencio durante un rato.

– De acuerdo, comprendo su postura -dijo finalmente Massey-. ¿Cree que podrá encontrarla de forma discreta?

– Sí. -¿Acaso cabía otra respuesta?

– ¿Se guía por su intuición o por su cerebro?

– Por ambos.

Massey la escrutó durante varios segundos.

– De momento, agente Reynolds, concéntrese en encontrar a Lockhart. Los de la UCV investigarán el asesinato de Newman.

– Yo les diría que intentaran encontrar en el patio la bala que acabó con Ken y que luego rastrearan el bosque -sugirió Reynolds.

– ¿Por qué el bosque? Las botas estaban en la entrada de la casa.

Reynolds miró hacia el lindero del bosque.

– Si tuviera que tender una emboscada a alguien, ésa -señaló hacia los árboles- sería mi primera elección táctica. Es un buen lugar para esconderse, proporciona una excelente línea de fuego y una inmejorable ruta de huida. También permite ocultar un coche, hacer desaparecer un arma y llegar rápidamente al aeropuerto de Dulles. Al cabo de una hora, el tirador estaría en otro huso horario. El disparo que mató a Ken entró por la nuca; estaba de espaldas al bosque. Ken no debió de ver al tirador porque, de lo contrario, no le habría dado la espalda. -Se volvió hacia la espesura-. Todo apunta hacia allí.

Llegó otro coche y el director del FBI salió del mismo. Massey y sus ayudantes se apresuraron a ir a su encuentro, y Connie y Reynolds se quedaron a solas.

– Y bien, ¿cuál es nuestro plan de acción? -preguntó Connie.

– Intentaré encontrar a la Cenicienta que se ha dejado esas botas -contestó Reynolds mientras observaba a Massey hablar con el director. Él había sido agente de campo y Reynolds sabía que se tomaría la catástrofe como algo personal. Toda persona y objeto relacionado con los sucesos de esa noche se vería sometido a un análisis minucioso-. Recurriremos a los medios habituales -Reynolds golpeteó la cinta con los dedos-, pero esto es todo cuanto tenemos. Iremos a por quien salga aquí, sea quien sea, como si la vida nos fuera en ello.

– Dependiendo de quien aparezca en la cinta, la vida nos irá en ello -replicó Connie.