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Kate dejó de mirarse las manos y en aquel momento le vio.

Caminaba con gracia por la acera. El sombrero y la bufanda ocultaban casi todo el rostro, pero el andar era inconfundible. De pequeña siempre había deseado flotar sobre el suelo como su padre, sin ningún esfuerzo, con tanta confianza. Hizo el ademán de levantarse y se contuvo. Frank no había dicho en qué momento actuaría, aunque Kate pensaba que no tardaría mucho.

Luther se detuvo delante del café y la miró. No había estado tan cerca de su hija desde hacía más de diez años, y no sabía muy bien qué hacer. Ella notó la vacilación y se obligó a sonreír. Sin perder un instante, Luther se acercó a la mesa y se sentó, de espaldas a la calle. Pese al frío se quitó el sombrero y guardó las gafas de sol en el bolsillo.

McCarty apuntó a través de la mira telescópica. El pelo canoso apareció con toda nitidez. Quitó el seguro y acercó el dedo al gatillo.

Unos noventa metros más allá, Collin repetía los mismos movimientos. No tenía tanta prisa como McCarty porque sabía el momento exacto en que aparecerían los policías.

McCarty comenzó a tirar del gatillo. Se había fijado un par de veces en los trabajadores montados en el andamio pero ahora era como si no existieran. Fue el segundo error en todos sus años de asesino.

El cristal se movió hacia arriba bruscamente cuando tiraron de la polea y quedó apuntado hacia McCarty. La luz del sol se reflejó en la superficie, que devolvió los rayos directamente a los ojos de McCarty. Sintió un dolor momentáneo en las pupilas y su mano se sacudió instintivamente en el momento que disparaba. Masculló un insulto y lanzó el fusil al suelo. Llegó a la puerta trasera cinco segundos antes de lo previsto.

La bala dio en el palo de la sombrilla y lo partió antes de rebotar e incrustarse en el suelo. Kate y Luther se arrojaron cuerpo a tierra, y el padre protegió a la muchacha con el cuerpo. Unos segundos más tarde, Seth Frank y una docena de policías, con las armas en las manos, formaron un semicírculo alrededor de la pareja, escrutando cada rincón de la calle.

– ¡Que cierren toda la zona! -le gritó Frank al sargento, que transmitió la orden por radio. Los policías se desplegaron, los coches sin identificación fueron a ocupar nuevas posiciones.

Los trabajadores miraron la calle desde el andamio, sin saber de su participación involuntaria en los hechos que sucedían abajo.

Levantaron a Luther, le pusieron las esposas y todo el grupo entró en el vestíbulo del edificio de oficinas. Seth Frank, entusiasmado, miró al detenido por un momento y después le leyó sus derechos. Luther contempló a su hija. En el primer instante Kate fue incapaz de responder a la mirada, pero decidió que era lo menos que podía hacer por él. Sus palabras le dolieron más que cualquier reproche.

– ¿Estás bien, Katie?

Ella asintió y se echó a llorar, y esta vez, a pesar de que se apretó la garganta con mano de hierro, no pudo contener las lágrimas mientras se caía de rodillas.

Bill Burton permaneció junto a la puerta de entrada. En el momento que apareció Collin con cara de asombro, la mirada de Burton amenazó con desintegrarlo. Pero se calmó al escuchar lo que Collin le susurró al oído.

Burton asimiló la información en el acto y descubrió la explicación a lo ocurrido. Sullivan había contratado a un pistolero. El viejo había hecho lo que Burton había intentado atribuirle falsamente. El multillonario subió puntos en la estimación del agente. Burton se acercó a Frank.

– ¿Tiene alguna idea de lo que acaba de pasar? -preguntó el teniente.

– Quizá -respondió Burton.

El agente se volvió. Por primera vez, él y Luther Whitney se miraron cara a cara. Luther recordó todos los episodios de aquella noche. Pero conservó la calma.

Burton admiró su actitud. Pero también fue un motivo de mucha preocupación para él. Era obvio que Whitney no se sentía angustiado por el arresto. Sus ojos le dijeron a Burton -un hombre que había participado en miles de arrestos, cosa que normalmente involucraba a adultos que lloraban como bebés- todo lo que necesitaba saber. El tipo pensaba ir a la policía desde el principio. Burton no entendía por qué y tampoco le importaba.

El agente no dejó de mirar a Luther mientras Frank hablaba con los policías. Entonces Burton miró a la mujer arrodillada en un rincón. Luther había intentado acercarse a ella, pero sus captores se lo impidieron a viva voz. Una mujer policía procuraba consolarla sin éxito. Por las mejillas del padre corrían lágrimas ante el sufrimiento de su hija,

Al advertir que tenía a Burton a su lado, Luther le dirigió una mirada asesina hasta que el agente dirigió los ojos otra vez hacia Kate. Las miradas de los hombres volvieron a cruzarse. Burton enarcó las cejas y las volvió a bajar como apuntando a la cabeza de Kate. Burton había hecho bajar la mirada a algunos de los peores criminales de la región y sus facciones podían ser amenazantes, pero lo que les dejaba helados era la absoluta sinceridad de su rostro. Luther Whitney no era un raterillo, eso se veía a la legua. Tampoco era un cobarde. Pero la pared de cemento que formaban los nervios de Luther Whitney se desmoronaba. Desapareció en cuestión de segundos y los restos se fueron hacia la mujer que lloraba en un rincón.

Burton dio media vuelta y se marchó.