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Capítulo 29

En ese momento me pareció buena idea. Típica frase después de la catástrofe.

Kovac llamó al timbre sin darse ocasión de cambiar de idea. Reparó en que ella lo espiaba por la mirilla de la puerta principal. Percibió su presencia, su mirada escrutadora, su indecisión. Por último, la puerta se abrió, y ella apareció en el umbral.

– Sí, tengo teléfono -empezó Kovac-. De hecho, tengo varios y sé usarlos.

– Pues, ¿por qué no lo hace? -preguntó Savard.

– Podría haberme dicho que no.

– Le habría dicho que no.

– ¿Lo ve?

No lo invitó a entrar, sino que le miró la frente con ojos entornados.

– ¿Se ha peleado con alguien?

Kovac se llevó los dedos a la herida, recordando que no había terminado de limpiarse la sangre.

– He sido víctima inocente de una guerra ajena.

– No lo entiendo.

– Yo tampoco -aseguró Kovac mientras recordaba la escena acaecida en casa de Steve Pierce-. Da igual.

– ¿Por qué ha venido?

– Mike Fallon fue asesinado.

– ¿Qué? -exclamó Savard con los ojos muy abiertos.

– Alguien lo mató Tengo a su hijo Neil entre rejas, reflexionando sobre el poder purificador de la confesión.

– Dios mío -murmuró Savard al tiempo que abría la puerta un poco más-. ¿Tiene alguna prueba contra él?

– A decir verdad, no. Nos tiramos un pequeño farol. Si no fuera fin de semana y él tuviera un buen abogado, ahora mismo estaría de vuelta en su bar -reconoció Kovac-. Por otro lado, tiene móvil, oportunidad y una actitud de mierda.

– Cree usted que fue él.

– Creo que Neil demuestra que alguien debería controlar de forma más estricta el tema de la reproducción. Es una persona mezquina y amargada por el hecho de que la gente no lo quiera pese a ser como es. De tal palo, tal astilla -añadió con una mueca sarcástica.

– Creía que Mike Fallon era amigo suyo.

– Respetaba a Mike por lo que representaba en el departamento. Era un policía de la vieja escuela.

Miró por encima del hombro y vio un coche que pasaba muy despacio por la calle. Una pareja leyendo los números de las casas. Personas normales en busca de otra fiesta navideña. A buen seguro no venían del escenario de un asesinato.

– Puede que sintiera debilidad por él porque me gustaría que alguien la sintiera por mí cuando me convierta en un viejo amargado

– ¿A eso ha venido? -quiso saber Savard-. ¿A buscar compasión?

– Esta noche me conformaría hasta con un poco de compasión -repuso Kovac con un encogimiento de hombros.

– Pues no tengo mucho de eso.

Kovac tuvo la sensación de que la teniente estaba a punto de sonreír. En sus ojos advirtió un destello de suavidad que nunca había visto hasta entonces.

– ¿Y cómo anda de whisky?

– Tampoco tengo.

– Yo tampoco, me limito a bebérmelo.

– Ah, claro, olvidaba que es usted el estereotipo de héroe trágico.

– Policía adicto al trabajo que fuma, bebe y lleva dos divorcios a sus espaldas No sé qué tiene eso de heroico. En mi opinión, apesta a fracaso, pero puede que albergue expectativas demasiado elevadas.

– ¿Por qué ha venido, sargento? No sé qué tiene que ver lo de Mike Fallon conmigo.

– Pues supongo que he venido para poder pasar frío delante de su puerta mientras usted hace trizas mi autoestima con su indiferencia absoluta.

Al atisbo de sonrisa se añadió un destello de diversión en los ojos. -Vaya, no se corta un pelo, ¿eh?

– Las sutilezas me parecen una pérdida de tiempo, sobre todo cuando he bebido. Ya me he tomado un poco de ese whisky que mencionaba antes.

– Así que conduciendo bebido… En fin, supongo que si lo invito a tomar un café prestaré un servicio a la comunidad.

– Me lo prestará a mí. En mi coche, lo único que se calienta es el radiador.

Savard suspiró y abrió la puerta del todo. Kovac aprovechó la ocasión antes de que la teniente cambiara de opinión. Convenía ganar cuanto antes la batalla de agotamiento que estaban librando. La casa estaba caldeada y olía a leña y café. Hogar dulce hogar. Su casa estaba helada y olía a basura.

– Creo que empieza usted a sentir debilidad por mí, teniente.

– En tal caso debe de ser debilidad mental -replicó ella antes de alejarse.

Kovac se quitó los zapatos y la siguió por un pequeño comedor hasta una cocina de estilo rural. Savard llevaba un cómodo y holgado conjunto de color salvia, la clase de atuendo que llevaría una estrella de los tiempos dorados de Hollywood. El cabello le flotaba alrededor de la cabeza en suaves ondas rubias. Una imagen muy seductora a excepción de la rigidez en la espalda y el cuello que indicaban la presencia de un dolor intenso. Pensó de nuevo en su supuesta caída. A todas luces, vivía sola; no había rastro de novio alguno aquel viernes por la noche.

– ¿Cómo se encuentra? -inquirió.

– Bien.

Savard sacó un tazón de una alacena y lo llenó de café. La estancia estaba suavemente iluminada por pequeños focos amarillos instalados bajo los armarios y en el techo.

– Imagino que Neil Fallon no tiene coartada.

– Al menos ninguna que se sostuviera en un juicio -repuso Kovac, apoyándose contra la isla central-. La gente nunca se cree que el sospechoso estuviera solo en la cama. Siempre sospechan que todo el mundo menos ellos está haciendo el amor o cometiendo algún delito.

– ¿Quiere leche y azúcar?

– No, gracias.

– ¿No hay pruebas físicas?

– Ninguna que el laboratorio pueda confirmar, creo.

– ¿No dejó huellas en el arma?

– No.

– Entonces, ¿qué le ha hecho llegar a la conclusión de que fue un asesinato? ¿Algún dato del forense?

– No, el propio escenario de la muerte; la posición del arma. No debería haber caído donde cayó. De hecho, es imposible si fue Mike quien apretó el gatillo.

Savard le alargó el tazón y tomó un sorbo del suyo con aire pensativo.

– Es una lástima que su vida acabara así. Su propio hijo… Imagínese… -Bajó la mirada al suelo-. Lo siento.

– Ya, bueno. Tuvo la oportunidad de reconciliarse con Andy y no la aprovechó. A partir de entonces, todo se fue al garete. -Kovac probó el café y se sorprendió al comprobar que no tenía ningún sabor exótico-. Por lo visto, Andy quería hacer algo con Mike en relación al asesinato de Thorne. Escribir la historia de Mike o algo así.

– ¿En serio? ¿Se lo contó Mike?

– No, un amigo de Andy. Mike se negó. Imagino que amargarse con el recuerdo y compartirlo eran dos cosas muy distintas. ¿Le habló Andy alguna vez del tema?

Savard dejó el tazón y se cruzó de brazos mientras se apoyaba contra el mostrador.

– Que yo recuerde no. ¿Por qué iba a contármelo a mí?

– No sé, creí que a lo mejor se lo habría mencionado de pasada, puesto que es usted amiga de Ace Wyatt y todo eso.

– No somos amigos, solo es un conocido. Tenemos amistades en común.

– Bueno, lo que sea. En cualquier caso, pensé que quizá se lo habría comentado -dijo Kovac-. En su despacho no encontré ningún indicio. Ningún expediente, ningún recorte… A menos que todo esté en el mismo sitio que su copia del expediente Curtis-Ogden y su ordenador portátil, sea donde sea.

– ¿Qué cree que esperaba conseguir indagando en el pasado de su padre?

– Supongo que pretendía comprenderlo un poco mejor -aventuró Kovac-. El Mike de estos últimos veinte años nació la noche del tiroteo. O puede que tan solo quisiera hacerle la pelota al viejo fingiendo interesarse por su vida. Eso lo sabrá usted mejor que yo. ¿Era Andy el clásico lameculos?

Savard meditó la pregunta unos instantes.

– Necesitaba complacer y tener éxito. Por eso se lo tomó tan a pecho cuando el caso Curtis-Ogden quedó cerrado. Quería ser él quien lo zanjara, no que lo cerraran porque Verma consiguió un trato.

– Entiendo su punto de vista -aseguró Kovac con una sonrisa tímida-. Yo no tendría que andar por ahí haciendo preguntas sobre la muerte de Andy Fallon… ni sobre su vida, ya puestos, pero necesito saber, necesito quedar satisfecho. El asunto no quedará zanjado hasta que yo lo diga. Así soy yo, qué le vamos a hacer.

– Eso lo convierte en un buen policía.

– Me convierte en un pelmazo. Una vez, el capitán me dijo que me pagan por investigar delitos, no por resolverlos.

– ¿Y usted qué contestó?

Kovac lanzó una carcajada.

– A la cara le dije «sí, señor»; mi cuenta corriente no podía permitirse una suspensión. Pero a espaldas suyas lo llamé algo que no puedo repetir delante de una dama.

Savard cogió de nuevo el tazón, tomó otro sorbo y lo observó por entre las pestañas. De nuevo se advertía en su expresión aquel destello casi socarrón. Muy sexy para una mujer con el ojo a la funerala. Es preciosa, cardenales o no, pensó.

Savard desvió la vista.

– Por cierto, revisé el expediente. Ogden abusó verbalmente de Andy varias veces durante la investigación, pero eso no es inusual. Profirió un par de amenazas vagas, lo cual tampoco es inusual. Entonces Verma consiguió el famoso trato, y todo terminó. No se añadió nada al expediente una vez cerrado el caso. Ogden no tenía motivos para seguir en contacto.

– ¿Qué me dice de su compañero, Rubel?

– No se le menciona. No creo que fuera su compañero en el momento del incidente. Me parece que su compañero se llamaba Porter, Larry Porter. Por si le interesa saberlo -añadió Savard-, creo que Ogden puso el reloj de Curtis en casa de Verma. Lo que pasa es que no hubo forma de demostrarlo. Habíamos hecho todo lo posible sobre la base de las pruebas que teníamos.

– Y cuando Verma se declaró culpable, el sindicato podría habérsele echado encima por acosar a Ogden. Y los peces gordos le habrían hecho la vida imposible por cabrear al sindicato -recitó Kovac-. Le pagan por investigar, no por resolver.

– Y no me queda más remedio que vivir con la posibilidad de que Andy se suicidara en parte por esa razón -murmuró Savard.

– Puede -convino Kovac-. O quizá se suicidó porque su amante se negaba a salir del armario. O tal vez creyera que su padre jamás volvería a quererlo precisamente porque él sí había salido del armario. O puede que no se suicidara y punto… ¿Lo ve? A lo mejor no fue culpa suya -intentó animarla Kovac-. Se castiga y piensa en mil maneras de haber evitado lo que sucedió. Si hubiera actuado con más rapidez, si hubiera sido más lista o capaz de adivinar el futuro en los posos del té…