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La tarjeta solo contenía un mensaje en forma de número de teléfono.

Liska dejó las fotos y la tarjeta en el suelo, salió de la bañera, se envolvió en una tolla y cogió el teléfono inalámbrico. Temblaba con tal violencia que se equivocó dos veces al marcar. Al tercer intento lo consiguió. Al cuarto timbrazo saltó el contestador, y la voz grabada la llenó de temor.

– Hola, soy Ken. Estoy haciendo algo tan apasionante que no puedo ponerme…

Sí, estaba tendido en una cama de la unidad de cuidados intensivos. Ken Ibsen.