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Capítulo 21

Rowan no vio a John después del funeral. No entendía por qué se sentía tan extrañamente vacía. Al final, John tenía familia y amigos de todas partes del país que habían venido a dar el último adiós a su hermano. Y Tess necesitaba consuelo y fuerzas, dos cosas que John poseía en abundancia.

Pero a las tres de la madrugada, hora en que se despertó con otra pesadilla, deseó que él estuviera allí para abrazarla.

Tonterías , pensó, mientras buscaba la Glock debajo de la almohada y se sentaba en la cama. Había vivido con sus pesadillas veintitrés años sin depender de un hombre que la consolara. ¿Por qué ahora? ¿Por qué John?

Empuñó el arma fría y se quedó mirando la oscuridad en el exterior del gran ventanal. Era una noche sin luna, pero las estrellas brillaban con tanta intensidad que daba la impresión de que se podían tocar.

Bobby, ven, ven a buscarme. Por favor, esto tiene que acabar de una vez.

Su fuerza interior comenzaba a flaquear. El muro afanosamente construido que la había protegido durante tanto tiempo se derrumbaba a sus pies. Ahora era un animal atrapado, paseando de arriba abajo sin parar. Esperando que viniera alguien y la matara de un balazo. Un ratón víctima de los juegos de un gato. En cuanto al ratón lo abandonaba la esperanza y le entraba el miedo, el gato mataba a su presa.

¿Era eso lo que hacía Bobby? ¿Jugar con ella hasta que se viniera abajo? ¿Jugar con ella hasta que gritara de rabia o se enajenara y se recluyera en sí misma?

¿Acaso quería convertirla en su padre? ¿En un hombre vacío, en una víctima de su mente débil y su conciencia de culpa?

¿Y qué pasaría si ella no le daba a Bobby lo que buscaba? ¿Qué pasaría si no imploraba piedad y le rogaba que la matara? ¿Qué pasaría si ella se quedaba ahí, sin más, y aceptaba cualquier tormento que él quisiera infligirle?

No pensaba en John en ese momento, sino en Michael.

Y en Doreen y los Harper y la florista y la simpática Melissa Jane Acker.

No se dejaría vencer por Bobby. No por ella misma, sino por los otros. Por las víctimas de su divertimento, el precio pagado para satisfacer sus planes. Ellos se merecían la justicia. Se merecían la paz de los muertos.

La paz sólo vendría cuando Bobby estuviera muerto y enterrado y pudriéndose en el infierno.

Supo que no podría conciliar el sueño. Echó a un lado las mantas e hizo girar las piernas hacia un lado. Se calzó las zapatillas de footing , siempre esperando a un lado de la cama, y se las abrochó en la oscuridad.

Eran las cuatro de la madrugada. No podía despertar a Quinn para salir a hacer footing a esa hora, pero le encantaría salir a correr con el alba asomando más allá de las montañas de Malibú e iluminando el océano. Eso sería hacia las cinco y media. Quizá podría escribir un poco hasta esa hora. Habían pasado semanas desde la última vez que se había sentado a escribir.

Bajó en silencio las escaleras y se dirigió al estudio. Cerró la puerta y encendió el ordenador.

No pensaba trabajar en La casa del terror , una obra de ficción. Al menos no trabajaría en el libro que había comenzado hacía tres meses. Después de la muerte de Doreen Rodríguez, se dio cuenta de que era incapaz de escribir ficción, al menos no en esos momentos. Quizá nunca más. Se habían acabado los asesinatos inventados y las perversiones ficticias.

Sin embargo, su obra en ciernes se llamaba La casa del terror . Y en su nuevo libro aparecía el mismo crimen.

Eso sí, las víctimas eran reales, el asesino era real y también lo eran los supervivientes.

Por primera vez, escribía sobre crímenes reales.

Sintió el corazón aliviado de un enorme peso.

Eran las siete cuando John llamó a la puerta de Rowan. Quinn Peterson, que lo esperaba, le abrió enseguida.

– ¿Collins ha hablado contigo? -preguntó Peterson, mientras cerraba la puerta con llave y volvía a encender la alarma. Tenía la voz ronca por la falta de sueño.

– Sí. -John miró por la sala, sin darse cuenta de que buscaba a Rowan hasta que vio que no estaba-. ¿Dónde está Rowan?

Peterson señaló la puerta cerrada del estudio con la cabeza.

– Lleva ahí desde las cuatro de la madrugada.

John arqueó las cejas. No le gustaba esa costumbre de Rowan de encerrarse en el estudio.

– ¿Has mirado para ver qué tal está?

El agente asintió con la cabeza mientras se dirigían a la cocina.

– Estaba durmiendo en el sofá y me despertó el ruido del ordenador. Me dijo que estaba escribiendo y que quería salir a correr a las seis. Pero cuando entré a esa hora, no se había movido y me pidió que le diera diez minutos. Pero entonces llamó Roger y… -dijo, y acabó encogiéndose de hombros.

– ¿Se lo contaste?

– Claro que sí. Me arriesgaría a que me tuerza el cuello si se me ocurriera retener información. Le conté todo lo que sabíamos de Bobby y la mujer en Dallas. -Le pasó a John una taza de café humeante y negro, y él se sirvió otra.

– ¿Cómo reaccionó?

– Al comienzo, fue una reacción de rabia, y luego de alegría, cuando supo que la mujer se había salvado. Casi estaba animada. Y luego volvió a escribir.

– Voy a hablar con ella. -Necesito hablar con ella.

– ¿Collins te preguntó por la casa de seguridad?

– Sí, y le he dicho que estoy de acuerdo -dijo John, asintiendo con la cabeza.

– Bien.

– No creo que Rowan vaya a opinar lo mismo.

John se alejó por el pasillo y se detuvo frente a la puerta del estudio. Oyó vagamente sus dedos sobre el teclado, de pronto arrancando en veloces carrerillas.

John no había querido decirle que sí a Roger Collins cuando éste le pidió trasladar a Rowan a un lugar seguro mientras la caza de Bobby MacIntosh estuviera en su punto álgido. Quería, necesitaba, estar presente cuando capturaran a Bobby. El cabrón que había matado a su hermano. El mal nacido que había acosado a Rowan hasta casi destruirla.

John tenía ganas de que Bobby entrara en la casa y así tener un pretexto para matarlo.

Pero no quería poner en peligro a Rowan. Mantenerla a salvo se había convertido en lo más importante. Mantenerla con vida hasta que a Bobby lo capturaran o lo mataran, y luego conservarla a su lado. ¿Cómo conseguirlo? ¿No lo sabía? Aquellos sentimientos eran nuevos para él, lo confundían y desconcertaban.

No podía besarla y luego decir adiós, me voy.

Rowan se había convertido en alguien importante para él en un periodo muy breve de tiempo. Si algo le ocurría, John nunca se lo perdonaría. No confiaba en nadie más para protegerla, en nadie más para encargarse de su seguridad. Así que dijo que sí a la idea de escoltarla a esa casa y quedarse con ella hasta que atraparan a MacIntosh. Había sido una de las decisiones más difíciles de toda su vida pero, en su opinión, era la correcta. Mantenerla a salvo.

Después de su fracaso en Dallas, MacIntosh estaría hecho una furia. Era más probable que ahora cometiera algún error. Sólo era cuestión de tiempo.

Collins le contó a John que la prostituta también tenía protección las veinticuatro horas del día, por si a MacIntosh se le ocurría buscarla para acabar la faena. Al parecer, la mujer había aprendido artes marciales y una amiga la había alertado de que el hombre que se hacía llamar Rex Barker podía ser peligroso.

Esa llamada seguramente le había salvado la vida.

John se quedó mirando la puerta. No tenía ganas de discutir con Rowan lo de la casa de seguridad, pero el tiempo corría. Había que hacerlo. Llamó una vez a la puerta y la abrió.

Rowan estaba sentada frente al ordenador con las manos apoyadas sobre el teclado y miró por encima del hombro. Se cruzaron las miradas y John captó algo en ella que nunca había visto. Una chispa en sus ojos, una luz en su cara, algo diferente. Quizá fuera la media sonrisa de sus labios. ¿Se alegraba de verlo?

Él la había añorado. Se dio cuenta de ello con una intensidad casi física y habría perdido el equilibrio si no se hubiera afirmado.

El día anterior, la había visto en la parte de atrás de la iglesia y le dieron ganas de tenerla a su lado. Para que lo consolara. Si Rowan hubiera estado con él, la jornada habría sido más llevadera. Pero se había marchado al final del servicio religioso, y él tenía demasiadas obligaciones como para salir en su busca.

Aquello le dejó un vacío en el corazón. Algo que se proponía remediar de inmediato. Verla aquella mañana casi le compensaba por haber estado lejos de ella la noche anterior.

Ella le dijo algo, pero él no se dio cuenta.

– Perdón, ¿qué has dicho? -preguntó, como un tonto.

– ¿La chica está bien? ¿Sadie Pierce? -Rowan giró la silla para mirarlo. Llevaba un pantalón gris y una camiseta azul desteñida. Tenía el pelo recogido y no iba maquillada, pero a John no podría haberle parecido más atractiva.

¿Qué le estaba ocurriendo? No solía crear vínculos amorosos, sobre todo con las mujeres con que trabajaba. Ése no era su modus operandi , y no quería cambiarlo ahora.

– Está bajo protección -dijo-. Ha pasado la noche en el hospital y ya le han dado el alta, lesiones menores. Es una chica dura.

Rowan cerró los ojos y sonrió.

– Qué bien. No te imaginas lo contenta que me he puesto de que haya logrado escapar. -Rowan guardó silencio y lo miró fijamente-. Roger te habrá contado lo del bolso con instrumentos médicos. Y lo del libro. El libro que Bobby robó de mi estantería.

– No se sabe nada de Bobby -dijo él, asintiendo.

– Ya me lo imaginaba. Roger ha eliminado todas las trabas -dijo Rowan, con voz algo temblorosa.

– La policía está totalmente volcada en Dallas -dijo él, sacudiendo la cabeza-. Los medios de transporte en Los Ángeles están avisados. Será difícil que vuelva aquí sin que lo detecten.

– Pero no imposible -murmuró ella.

– No, no es imposible -convino John-. Ha demostrado ser bastante listo, así que, a menos de que corneta un error, llegará. Vendrá a por ti, Rowan. Tenernos que protegerte.

– Eso es lo que estáis haciendo. Hay dos sedanes del FBI en la carretera, y tengo a Quinn instalado en mi salón. Estarnos preparados para cuando venga.

– Tenernos que tornar otras medidas.

– ¿Qué?

– He hablado con Collins esta mañana.

Rowan se puso tensa. Todavía tenía el mal sabor de boca de las mentiras de Roger. John no se lo reprochaba. A él también le había costado guardar las buenas maneras con Collins por teléfono.