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Se propuso como misión averiguar todo lo que había que saber acerca de Rowan Smith. Por razones profesionales, desde luego, pensó.

Después de una última ronda de vigilancia, comprobó que Rowan se había retirado a dormir por esa noche, se instaló en una de las habitaciones de huéspedes y llamó a Tess a su piso.

– ¿Has encontrado algo? -Le había pedido que buscara datos sobre el pasado de Rowan Smith.

– No gran cosa. -Tess le informó acerca de lo poco que había averiguado. Rowan había dimitido del FBI hacía cuatro años. Tenía una casa en Washington, pero vivía en Denver, Colorado, desde hacía tres años.

Tess tenía razón. No era gran cosa.

Michael se recostó en la cama con la cabeza apoyada en el brazo.

– ¿Qué dirías tú de ella?

– Todavía no tengo un veredicto, Mickey. Su demostración de poder con la pistola esta tarde me molestó. No estoy acostumbrada a ver a alguien apuntando con una pistola a mi hermano. Quiero decir, cuando eras poli, sabía que podía pasar, pero no me gustaba. Dime, ¿de verdad tenemos que aceptar este trabajo?

Él también se había irritado con aquel incidente.

– Creo que tiene miedo. Es una persona muy retraída. Está acostumbrada a estar consigo misma y a no contar con nadie. -Suspiró, se frotó los ojos y reprimió un bostezo-. Es un trabajo relativamente seguro. Hay que tenerla a buen recaudo. Aquí en la casa o en los estudios. No se trata de andar siguiéndola por todas partes como si fuera un posible blanco.

– Supongo que tienes razón. -No sonaba demasiado convencida-. Creo que es una mujer sola.

Michael se quedó pensando en eso.

– Sí, puede que tengas razón.

– Mickey, no te enrolles.

– No me enrollo. ¿Por qué dices eso? -preguntó, y por su tono de voz percibió que se encogía de hombros.

– Te conozco. Sé cómo eres con las mujeres. Primero Carla, luego Jessica. Rowan Smith no necesita que la rescate un caballero de brillante armadura.

– No me vengas con tu psicología de supermercado, Teresa -advirtió él-. Sé perfectamente cómo hacer mi trabajo. No dejaré que una leve atracción física me impida protegerla. -Mierda, no había querido insinuar a Tess que encontraba a Rowan sexy. ¿Quién no la encontraría sexy? Él era capaz de controlarse.

Su hermana lanzó un suspiro, dando a entender que no lo discutiría con él en ese momento, aunque para ella la conversación no acababa ahí.

– Voy a buscar más a fondo. Esta tarde he hecho unas cuantas llamadas. Tardaré un par de días en tener respuestas.

– No violes ninguna ley.

– ¿Quién? ¿Yo? -Tess rió y colgó.

Mientras conciliaba el sueño, pensó en Rowan Smith. Era una mujer compleja y bella, y él intuía que había algo problemático en su pasado. Esperaba poder ganarse su confianza, que ella hablara con él. A falta de eso, se conformaría con lo que encontrara Tess.

Y, al contrario de lo que pensaba su hermana, Michael sabía que Rowan no era Jessica. No tenían nada en común.

Tess estuvo paseando de arriba abajo durante media noche, preguntándose qué debería hacer con la información que acababa de obtener.

Aunque respetaba la competencia de Michael, recordaba muy bien las veces que su hermano se había implicado emocionalmente con mujeres que tenían problemas. La necesidad muy real que Rowan tenía de que alguien la protegiera atraería a su hermano más que cualquier cosa.

Tess tenía varias dudas en relación con los datos fragmentados que había conseguido sobre el pasado de Rowan. Por qué había dejado el FBI, por ejemplo. Quería saber más acerca de sus casos. Cuando a Rowan le entregaran copias de los archivos de sus casos, Tess también querría revisarlos. Rowan había hablado abiertamente de su carrera, pero en cuanto las preguntas de Michael se volvieron personales, sus respuestas se volvieron breves y cortantes. Ahí pasaba algo, pero Tess ignoraba qué podía ser. ¿Un ex marido? No había encontrado ningún indicio de que hubiera estado casada, pero eso era lo de menos. ¿Un ex novio? Era una posibilidad.

Esperaba que Michael la perdonara por llamar a su hermano John, pero necesitaba una opinión más objetiva. Michael era un buen investigador, un buen guardaespaldas, pero a veces dejaba que sus sentimientos personales le nublaran el juicio. Rowan le intrigaba, de eso Tess se había dado cuenta.

Llamó al teléfono privado de John.

– Soy Tess.

Siguió una pausa.

– ¿Qué pasa?

– Tenemos un nuevo encargo, pero creo que quizá nos veamos desbordados. -Le contó lo de Rowan Smith, el asesino y la corona funeraria-. Michael me pidió que investigara su pasado.

– ¿Y?

– Nada.

– Y entonces, ¿qué?

– Pues…, nada. Es como si hubiera nacido a los dieciocho años, al empezar los estudios universitarios.

– Quizá no seas tan buena como crees -dijo John, con una ligera intención de provocar.

– John, estoy preocupada. Esa corona funeraria me puso los pelos de punta. Leí lo de la muerte de Doreen Rodríguez en los periódicos y luego el capítulo de su novela. Son idénticos.

– ¿Qué has averiguado sobre ella?

– Se licenció de Georgetown hace doce años e ingresó directamente en la academia del FBI. Fue la primera de su promoción. Tiene varios premios en tiro al blanco, y he encontrado un par de recortes de noticias que hablan de su intervención en la detención de un criminal, pero a ella no la citan textualmente. Dimitió hace cuatro años, justo cuando publicaron su primer libro.

– Suena como un típico caso de agente quemada. A veces sucede.

– A eso iba. Hay un documento judicial de hace más de veinte años. Cambio de nombre.

– ¿Ah, sí?

– Era menor de edad. Y es información confidencial.

– Vale, me has picado la curiosidad.

– No he terminado. Tiene su dirección en Washington DC, así que hice una búsqueda por propietario. La casa está a nombre de Roger y Grace Collins.

– Ese nombre me suena.

– Roger Collins es director adjunto del FBI. Hay algo extraño en eso, ¿no te parece? ¿Que se haya cambiado el nombre cuando era menor de edad y que haya vivido en la casa de uno de los directores del FBI? -preguntó, y guardó silencio-. ¿Qué pasa si sabe más acerca de este asesino de lo que da a entender? ¿Por qué una niña necesitaría cambiar de nombre? ¿Protección de testigos?

– Se me ocurren varios motivos, y no todos son malos.

Tess lo ignoró.

– Y ya me he dado cuenta de que a Michael le gusta la chica. Estoy preocupada, John. -Le pesaba dar esa información a su hermano antes de hablar con Michael, pero sabía que John tenía mejor intuición. Se lo contaría a Michael mañana.

– Estoy a punto de acabar aquí. Dame dos días.

Al colgar, Tess se sintió más tranquila. Confiaba en Michael, pero John tenía más experiencia en casos relacionados con los organismos de seguridad. Michael solía ser demasiado confiado, mientras que John era todo lo contrario, a veces tan desconfiado que irritaba a Tess. Jamás había conocido a alguien tan obsesivo como su hermano mayor, tan comprometido con su trabajo en todo tipo de casos.

Si alguien podía llegar al fondo del caso de Rowan Smith, ése era John.

John apagó su teléfono móvil y dejó de lado las preocupaciones de Tess. Tenía que terminar rápidamente su misión si quería volver a California a ayudar a su hermano. Aunque confiaba en la competencia de Michael más que Tess, le inquietaba Smith y su pasado. Sabía lo engañosos que podían ser los del FBI, sobre todo cuando protegían a uno de los suyos.

No podía dedicarle más tiempo a esa operación. Llamó a su contacto de la DEA para transmitir la longitud y latitud del almacén donde se ocultaban más de diez mil kilos de heroína pura. Había tenido la esperanza de dar con el paradero del esquivo Reinaldo Pomera, pero esta vez no había sido posible.

Bajó la mirada y vio sus puños cerrados. Estaba seguro de que esta vez se verían las caras Pomera y él. Había llegado muy cerca. Tan cerca que casi podía oler a ese cabrón.

Se obligó a relajarse respirando lenta y profundamente. Se recordó a sí mismo que sus misiones de apoyo para la DEA eran un trabajo esporádico, en el mejor de los casos. Su nueva profesión era la empresa de seguridad montada con Michael y Tess. Ya no era un agente al servicio del gobierno.

Salvo cuando ellos lo necesitaban, claro está, por su gran habilidad para dar con el paradero de los grandes barones de la droga, como Pomera, y detenerlos, pensó, amargado. Luego recordó que había sido decisión suya alejarse de esa profesión.

Tampoco había tenido grandes opciones. Vender el alma al diablo para atrapar al diablo. No era una alternativa muy digna.

Dio unas vueltas y comprobó los movimientos en el almacén mediante los sensores electrónicos que había instalado. Cuatro guardias vigilaban el perímetro y otros dos el interior. Nadie estaba en alerta. Lo típico.

Aunque Tess no lo hubiera llamado para que volviera a Los Ángeles, pronto tendría que llamar para dar luz verde a la redada. El traslado de la droga estaba previsto para el día siguiente por la noche, y su intuición le decía que Pomera no aparecería.

No iba a dejar que esa droga acabara en las calles de Estados Unidos. Era un pequeño golpe contra el gigantesco cartel, pero no dejaba de ser un golpe. Y si un solo chico no moría gracias a ello, habría valido la pena.

Si todo iba bien, estaría en Los Ángeles dentro de treinta y seis horas.

Un golpe suave en la puerta despertó a Michael. La luz de primera hora de la mañana se filtraba por las cortinas. De un salto, estuvo fuera de la cama, en guardia, sin importarle que llevara sólo los calzoncillos puestos.

Ella desvió la mirada.

– Voy a salir a hacer footing .

– Iré con usted.

– No hace falta.

– La acompañaré. Deme tres minutos.

No había dormido bien, y en el espejo vio que se notaba. La barba de dos días le hacía parecer aún más desastrado de lo que se sentía. Tenía los ojos verdes inyectados en sangre, y brillaban demasiado. Se lavó la cara con agua fría, se peinó con la mano y se puso un pantalón de chándal y una camiseta.

El aroma del café lo llevó hasta la cocina. Rowan estaba junto al fregadero y bebía un vaso grande de agua. Tenía el pelo largo y liso recogido en una coleta. No se había maquillado, pero Michael la encontró igual de atractiva.

– Vamos -dijo, dejando de lado su interés personal en Rowan. No dejaría que lo distrajera de su trabajo. Ella no lo hacía a propósito, pensó. Al contrario, mantenía una respetable distancia física y emocional con los que la rodeaban.