Capítulo 3
– ¿Alguien la ha amenazado?
Estaban sentados a la mesa del comedor. Annette aclaraba la mayoría de detalles, pero Michael todavía tenía preguntas sin respuesta. Miraba a Rowan pero no sabía con quién trataba. Ella llevaba puestas unas gafas pequeñas de marco metálico con una pátina gris que impedía verle los ojos. No eran gafas de sol pero tenían el mismo efecto. Estaba sentada en un extremo de la mesa y miraba por la ventana.
– No abiertamente -dijo Rowan, al cabo de un rato. Resumió lo que le había dicho la policía el día anterior, pero tuvo la precaución de no incluir el detalle de su libro abandonado junto al cadáver-. Soy perfectamente capaz de cuidarme sola -dijo, mirándolo-. ¿Qué haría usted, concretamente, para protegerme? -Su tono condescendiente irritó a Michael.
Era evidente que había trabajado para el FBI. Todos los federales creían saberlo todo, pensó Michael, con un aire burlón. Aún así, necesitaba protección. Un loco había utilizado su libro como manual de instrucciones para un asesinato. Quizás el asesino tuviera sus propios planes, o quizá viniera a por ella. Aumentar la seguridad en aquella casa era una buena manera de comenzar.
También era consciente de que un caso de alto perfil como ése podía dar un importante impulso a su empresa.
– Fui policía durante quince años y he trabajado otros dos como guarda espaldas. Le aseguro que soy lo bastante competente para guardarle bien la espalda -afirmó. Era una espalda bastante bonita y agradable de mirar, pensó. El conjunto del envoltorio era atractivo.
– No ha contestado a mi pregunta -dijo Rowan, que conservaba su rigidez-. ¿Qué puede hacer por mí que no pueda hacer yo misma?
¿Era deliberada su tozudez? Seguro que sabía para qué servía un guardaespaldas.
– Usted ha trabajado para el FBI. Sabe perfectamente bien de qué me ocuparía. Contestar a la puerta. Acompañarla cuando sale de casa. Cerrar todo por la noche y, si el tipo aparece, llevarla a un lugar seguro. ¿Qué más quiere saber?
Rowan arqueó una ceja y parecía a punto de decir algo cuando sonó el timbre. Se incorporó y Michael la miró con cara de pocos amigos.
– Diría que contestar a la puerta forma parte de mis obligaciones -dijo.
Ella asintió, y sacó la Glock de la cartuchera que llevaba sobre su camiseta blanca.
Annette casi parecía excitada, y Tess sacó su propio treinta y ocho corto.
Rowan no pudo evitar una sonrisa al ver el arma de Tess Flynn.
– Qué monina la pistola -dijo, antes de que pudiera reprimir su odioso comentario.
Michael desapareció por el pasillo en dirección al vestíbulo. Había sido policía quince años, y seguramente habría ingresado en la academia justo después de acabar el instituto. Tenía ese aire duro de los polis curtidos, un balanceo algo arrogante al andar, una estampa rígida. Casi despedía chispas, con esa especie de energía contenida, pero en torno a sus ojos verdes se marcaban las líneas de la risa, y llevaba el pelo demasiado largo como para ser un corte reglamentario. Tenía el aspecto de un rebelde, casi. Rowan no pudo evitar preguntarse por qué habría abandonado el cuerpo siendo tan joven. Cuando se jubilara, no percibiría todos los beneficios, un detalle muy importante para la mayoría de los que trabajaban en los cuerpos de seguridad.
Se propuso investigar la cuestión.
Por otro lado, daba la impresión de saber lo que hacía en materia de seguridad personal. Si no lo aceptaba a él, Roger mandaría a un par de agentes. A Rowan no le agradaba la idea de que el Departamento ocupara tantos recursos en ella. Al menos hasta que tuvieran información fiable sobre el asesino.
El problema era que no le gustaba estar sujeta a las decisiones de otros. La idea de necesitar un guardaespaldas la ponía de mal humor. Era perfectamente capaz de cuidarse sola, tal como le había dicho a Roger y, ahora, a este otro tipo, Michael Flynn.
Suspiró se frotó los ojos bajo las pequeñas gafas, resignada ante la idea de que tendría que ser Michael o un ex colega. No necesitaba las gafas para ver, pero tenerlas puestas también le permitía observar a las personas.
Al cabo de un rato, Michael volvió al comedor con una enorme corona funeraria blanca y verde.
Rowan se puso pálida. Había visto esa corona antes. En su imaginación.
El olor dulce y empalagoso de las flores le recordó todos los funerales a los que alguna vez había asistido. Eran demasiados, pero recordaba todos y cada uno de ellos. ¿Quién dijo que el exceso de abundancia de belleza hacía de la muerte algo más tolerable? La muerte, cuando era prematura, era algo que jamás podía perdonarse.
– Viene con una tarjeta -avisó Michael, y la buscó.
– ¡No la toque! -exclamó Rowan, y se le acercó rápidamente.
Michael se detuvo, con una mano suspendida en el aire.
– He revisado el paquete antes de dejar que se marchara el repartidor. Está limpio. -Con los labios apretados en una línea rígida, parecía molesto, como irritado porque ella tuviera la osadía de cuestionar su competencia.
– No, no es eso. Las reconozco.
– ¿Las flores?
– Son exactamente cómo las describí en una de mis novelas -dijo ella, asintiendo con la cabeza. La voz le tembló al hablar, y expresaba perfectamente lo que sentía. El asunto no tenía buena pinta y si cabía alguna esperanza de que hubiera un error en la entrega, ésta se esfumó cuando Rowan sacó la tarjeta de uno de los lados con las uñas.
El mensaje preimpreso «IN MEMORIAM» aparecía seguido de una frase escrita a mano: Le ruego acepte mis profundas condolencias por la muerte de su personaje, Doreen. Estaba firmado por «Un admirador» .
Rowan soltó la tarjeta sobre la mesa como si se hubiera quemado, con el corazón latiendo a toda velocidad. Sintió el estómago revuelto con el café y el plátano que había ingerido tres horas antes para desayunar.
Michael se inclinó para leer el mensaje.
– ¿Qué significa?
Rowan esperaba equivocarse, pero temía que no sería así.
– Llame a la policía. Volverá a matar. Si es que no lo ha hecho ya.
Cuando la policía se marchó, varias horas después, junto con Annette y Tess, Rowan estaba agotada. Michael no dijo nada cuando vio que se retiraba a su estudio. La policía seguiría la pista de las flores, pero Rowan ya parecía resignada a que alguien había muerto. La actitud despreciativa que había tenido ante la presencia de Michael desapareció. Rowan se cerró emocionalmente y le dijo que hiciera lo que fuera necesario.
Michael estudió el sistema y el perímetro de seguridad, y comprobó las ventanas y puertas. Estaban bien cerradas.
Al caer la noche, Michael sintió que le rugía de hambre el estómago, y recordó que no había comido desde el desayuno. En la nevera de Rowan no había gran cosa, pero encontró algo de pasta. No era pasta fresca, pero bastaría. Mientras hervía el agua, inspeccionó la despensa y sacó una salsa de espaguetis, un frasco de champiñones, una lata de olivas y tomate cortado en dados.
Flynn disfrutaba de la tranquilidad que le procuraba cocinar, sobre todo en una cocina de gourmet como ésa. Mientras la cena se cocía a fuego lento, revisó los armarios hasta que encontró una botella de buen vino tinto. Miró el año de cosecha con un gesto de aprobación. Un buen vino. Él no podía beber cuando estaba de guardia, pero quizá una copa relajaría a Rowan Smith.
– Me alegro de que lo apruebe -dijo Rowan desde la puerta.
Michael tuvo un sobresalto. Lo había pillado por sorpresa. Solía darse cuenta cuando lo observaban.
– Pensé que quizá le sentaría bien una copa para relajarse.
Ella asintió con la cabeza y fue a sentarse en uno de los taburetes altos. Él descorchó la botella, le sirvió una copa y se la ofreció.
– Gracias -dijo ella, con una media sonrisa.
– El vino es suyo.
– Por dejarme estar un rato a solas. -Ya no llevaba puestas las pequeñas gafas, y él intentó no mirarla directamente a sus bellos ojos color gris azulado. Eran unos ojos muy expresivos, a pesar de su rostro hierático y su postura rígida. En ese momento, expresaban su cansancio, pero ella seguía pensando, quizá revisando mentalmente todos los casos en que había trabajado.
– He visto que no hay gran cosa para comer, así que he improvisado algo -dijo él, mientras echaba una mirada al guiso.
– La comida se echa a perder. Compro lo que necesito cuando lo necesito.
– Ha hablado como una auténtica mujer soltera.
– No todas nos casamos, no somos ese tipo de mujer.
– Supongo que no. -Michael volvió a la cocina y revolvió la salsa. Él había pensado casarse en más de una ocasión. La más reciente era Jessica. Pensar en ella despertaba en él sentimientos de rabia y una profunda tristeza. De eso hacía dos años, y se diría que aún no lo había superado.
– ¿Va todo bien? -preguntó Rowan.
Maldita sea, pensó, no sabía que se le notaba tanto. Claro está, ella había sido policía, y estaba acostumbrada a interpretar el lenguaje corporal.
– Bien -respondió con voz queda, y le dio la espalda mientras escurría las verduras, lo juntaba todo y lo servía en dos platos. Cuando dejó el plato frente a Rowan, ya había conseguido apartar a Jessica de sus pensamientos.
– Normalmente, lo acompañaría con pan y una ensalada, pero no había -dijo, intentando tomarse a la ligera sus armarios de cocina vacíos.
– Huele de maravilla.
– Gracias.
Comieron en medio de un silencio de viejos camaradas, codo con codo junto al mostrador de la cocina. Cuando acabaron, Michael empezó a recoger pero ella le tocó el brazo.
– Usted ha cocinado. Yo recogeré.
Rowan lo recogió todo con rapidez y movimientos precisos. Él tenía mil preguntas que hacerle, pero decidió mostrarse cauto. Rowan Smith era mucho más que una cara bonita y un talento para contar una historia de miedo. En las pocas horas transcurridas desde que la conociera, Michael se había dado cuenta de que era una mujer extremadamente retraída.
También era una mujer inteligente y competente, con un pasado misterioso. Una ex agente del FBI convertida en escritora. Tranquila y reservada, daba la impresión de que tenía una energía almacenada hirviendo bajo la piel. Era un contraste interesante. Michael quería saber por qué había renunciado a lo que parecía una prometedora carrera en el FBI. ¿Por qué había decidido escribir novelas policiacas? ¿Qué le había llevado a dejar Washington y mudarse a la costa oeste? Desde que había alquilado temporalmente ese lugar, ¿dónde llamaba cuando llamaba a casa?