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Lo intenté con el tercero. Archivos de vieja correspondencia. Esto no conducía a ninguna parte. Cerré el cajón, me senté con las piernas cruzadas sobre la costosa alfombra y pensé un poco. Las facturas personales y las minutas son los documentos más personales de cualquier abogado de Grun. Tal vez Sam no guardaba copias, sino que las hacía desaparecer. O acaso las tuviera en casa. Traté de recordar dónde tenía Sam los archivos en su apartamento, pero hacía casi un año que no iba por ahí porque nuestros últimos encuentros habían tenido lugar en restaurantes.

Detuve la mirada en el gigantesco juguete de felpa y lo volví a poner delante del armario. Sus inmensos ojos me escrutaban bajo el sombrero Stetson demasiado grande para él. Le arreglé el bigote carmesí que se había deslizado hacia un lado. De sus ropajes colgaban varios revólveres. A mí nunca me había gustado Yosemite Sam.

¿Qué estaba diciendo?

¡Por supuesto! ¡Yosemite Sam! Me había olvidado de él. Corrí al ordenador sobre el escritorio de Sam, lo encendí, pedí el menú y tecleé.

He aquí la información de cuentas que ha solicitado, me replicó el ordenador.

– -¡Eureka! --murmuré contemplando la primera página, luego la siguiente y la siguiente. Listados y más listados de cuentas enviadas y pagos recibidos, mucho dinero que fluía hasta Grun por intermedio de Sam. Le sacaba hasta el último dólar a esos casos de bancarrotas a un ritmo de cincuenta mil por mes. Yosemite Sam se estaba portando muy bien. De hecho, era uno de los socios más productivos de la firma. Y entonces, ¿por qué recibía dinero de Mark y en efectivo?

Aún no tenía la respuesta. Salí del archivo del ordenador y me apoyé en el respaldo. Fue entonces cuando vi algo sobre el escritorio de Sam. Puse a un lado los papeles y miré el bol Steuben. Estaba lleno de clips, chinchetas con la imagen de Bugs Bunny y gomas elásticas. Pero había algo más. Algo que no había visto antes. Metí una mano en el bol y pesqué algo de color muy vivo. Se movió entre mis dedos como un gusano rojo.

Un globo rojo. Del mismo tipo y color que yo había visto en el brazo de Bill en la cabaña. Se me secó la boca.

¿Qué significaba?

Volví a mirar el bol. Vi un plástico verde y también saqué otro globo. Luego uno amarillo y otro rojo y uno azul brillante que desparramé sobre el escritorio como confetis letales. Me quedé perpleja en la quietud de despacho de mi mejor amigo. Trataba de imaginarme cómo podía estar relacionado Sam con la muerte de Mark. No parecía posible, pero yo tenía el eslabón en mis manos.

Me metí el globo rojo en el bolsillo, volví a poner en su sitio los otros, y me encaminé a la Costa Dorada.