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Pasé por el apartamento de mi madre a primera hora de la mañana. Me quedé al lado de la puerta, con la cartera en la mano, como si fuera un día normal y yo aún tuviera un bufete que dirigir. Hattie estaba lavando la cafetera en el fregadero, vestida pero todavía con los rulos. Luego se plancharía el pelo con una vieja rizadora y el olor acre llenaría la casa molestando a mi madre, lo que me costaría otras dos cajas de kleenex. Siempre la regañaba por eso, pero no lo haría esta mañana.

– -He pensado en lo que dijiste --le dije--. Creo que tienes razón sobre mamá. ¿Quieres que llame al médico?

– -No, mejor lo llamaré yo. -Volvía a enjuagar la cafetera, una y otra vez, dándome la espalda. Su camiseta decía SOY UNA GANADORA y tenía dados rojos en el omóplato-. Dispongo de tiempo.

– No, no te preocupes.

– Tú eres la que no tiene tiempo. Aún tienes que ordenar tu apartamento.

– -Lo hice anoche.

– ¿Todo? Oí la música, pero me dormí.

– -Ya está arreglado.

– Ya llamaré yo. Quiero hacerlo.

– -¿Estás segura?

– -Lo estoy.

En realidad, no hablábamos de la llamada; nos estábamos reconciliando. O al menos eso era lo que tratábamos de hacer, aunque indirectamente y sin ni siquiera mirarnos a los ojos.

– -Si tiene que ir a primera hora, ¿cómo lo harás? Tendrás que levantarte temprano.

– -Lo haré en cualquier caso. No me importa.

– -Te ayudaré a levantarla.

– -Puedo yo sola. Si lo hice cuando estuvo en el hospital, puedo hacerlo para el electroshock -dijo cerrando el agua finalmente y colocando la cafetera a un lado. Aún estaba de espaldas y quise irme antes de que se diera la vuelta. No quería mirarla de frente, porque me sentía incapaz de decirle lo que en esos momentos deseaba decir. Pero se dio la vuelta de pronto con los ojos oscuros y tristes, y me dijo-: Que tengas un buen día.

– -Tú también, Hattie -dije, y me fui.

Empecé mi día en Grun, tan temprano que la recepcionista del piso de Saín aún no había llegado. Pasé ante las mesas vacías de las secretarias desdeñando a los asociados ya presentes, que caminaban de forma ostentosa de un lado a otro para hacer méritos. Yo jamás habría tenido éxito en Grun. Cuando me levanto temprano, me gusta trabajar. Lo mismo hace Sam, que ya estaba a toda marcha cuando entré en su despacho, inclinado sobre un informe con su traje inglés impecable.

– ¡Bennie! ¿Dónde has estado? ¿Cómo estás? -Se levantó como un resorte cuando me vio y vino a darme un abrazo.

– Sam -dije devolviendo el abrazo. Ese abrazo me reconfortó, aunque él estaba tan delgado como dictaba la moda.

– -No he dormido en toda la noche -me dijo en voz baja mientras me daba un último apretón. De cerca, tenía los ojos enrojecidos y la piel pálida. Su rostro estaba demacrado y enfermizo-. Me parece imposible que Mark haya muerto.

– Te entiendo.

– Te llamé anoche. ¿Por qué no me devolviste la llamada? Estaba preocupado. Estuve esperando tu llamada.

– Lo siento, tenía que ordenar el apartamento.

– Siéntate y dime lo que pasa -dijo acercándome una silla de cuero al otro lado de su escritorio y sentándose en otra a mi lado. Hizo un saludo al gato Sylvester-. ¿Quieres que te traiga un poco de café?

– No, gracias. -El café de Grun era peor incluso que el que hacía yo.

– No puedo creerlo -dijo Sam meneando la cabeza-- Mark, asesinado y tú, sospechosa. Pero no te preocupes.? Lo tengo todo pensado. Voy a tomarme unos cuantos días libres. He cancelado todos mis compromisos. Quiero ayudarte.

– -Gracias. --Sam estaría allí echándome una mano. Siempre lo había hecho. A veces pensaba que solo nos teníamos el uno al otro.

– No me lo agradezcas. Ahora, escucha, ya he hablado con alguien para que te represente. ¿Conoces a Rita Morrone? Es dura y creo que podéis llevaros muy bien.

– Ya tengo un abogado, Sam. Grady Wells me representa.

Parpadeó.

– ¿Lo conozco?

– Es uno de nuestros asociados. El letrado del Supremo.

– ¿El rubio que salió en la tele contigo? Es mono, pero ¿es un buen penalista?

– Sí, y olvida lo mono que es. Tenía novia cuando vino a vivir aquí.

– Maldito sea. Todos los guapos están casados o son muy machitos.

– Compórtate. -Sonreí pese a la situación y él también lo hizo.

– ¿Qué puedo hacer? ¿Puedo ayudarte con tu cartera? Creo que aún puedo redactar un escrito. -Se arregló el flequillo con una mano pequeña, pero no había demasiado pelo como para despeinarse.

– Ya no tengo cartera. Mis clientes no quieren a una abogada sospechosa de asesinato. Son muy convencionales. Prácticamente, estoy sin trabajo.

– -¿Qué? --Sam se mostró desolado--. ¿Se acabó R amp; B?

– -Ya sabes lo competitivo que es el mundo jurídico en esta ciudad. Ayer sentía lástima de mí misma, pero hoy he vuelto al trabajo.

Meneó la cabeza como si no pudiera creerlo.

– ¿Y el funeral de Mark? ¿Qué pasa con eso?

– He pensado en ello toda la noche. Tal vez tú debas organizarlo, si es que Eve no lo ha hecho ya. No creo que yo pueda hacer nada, dadas las circunstancias.

– Lo haré, no te preocupes. Un buen funeral. Créeme, puedo hacerlo. -Sonrió tristemente con los hombros caídos-. ¿Has pensado quién… pudo haberlo hecho?

– -Estoy empezando a atar cabos. --Recordé entonces el objetivo de mi visita--. La policía cree que fui yo, por el testamento de Mark. ¿Por qué no me contaste que Mark había hecho testamento, Sam?

– -Lo lamento. No podía. Era confidencial. --Tragó saliva, y la nuez de su cuello delgado se desplazó visiblemente--. Además, pensé que Mark te lo diría. Era cosa suya.

– -Pero ¿por qué redactaste tú el testamento de Mark?

– Me lo pidió él. -Sam se reclinó en la silla-. Cuando R amp; B creció, Mark empezó a pensar en el futuro. Inmediatamente después de la muerte de sus padres, me dijo que necesitaba un testamento. Me habló del monto de los bienes y me preguntó si conocía buenos civilistas, en Grun. Naturalmente, le dije que yo mismo me podía: ocupar de todo.

– No sabía que hicieras sucesiones, sobre todo con unos bienes de esa envergadura.

– Por supuesto que sí. Herencias, impuestos, incluso algunos empresariales. Me gusta mantener alta la facturación. Y herencias de esta magnitud no son demasiado habituales.

Recordé las sospechas de Grady.

– -Pero ¿realmente necesitabas este asunto, Sam? Yo creía que tenías muchos clientes.

– Y los tengo, pero siempre puedo tener más, puesto en marcha mi propio grupo de prácticas. Una firma dentro de otra firma, un pequeño negocio. Los cojo desde sus comienzos hasta la bancarrota, y hago trabajo! testamentario para los principales.

– ¿Es rentable?

– Ya lo creo. «Soy el más duro, el más macho que hay cruzado el río Grande y no soy ningún idiota.» De Bugs Bunny cabalga de nuevo, 1948.

– ¿Sabías que Mark te había nombrado albacea?

Se le borró la sonrisa.

– No te pases, Bennie. Somos amigos y por eso voy mantener los buenos modales y preguntarte qué estás sugiriendo. ¿Estamos cazando conejos o qué?

– -No sugiero nada. Solo pregunto.

– ¿Me estás acusando de asesinato pese a que hemos sido inseparables durante tanto tiempo?

Sentí un ramalazo de culpa.

– Por supuesto que no te acuso de nada, Sam. Pero tenemos que hablarlo.

– ¿Conmigo? ¿Por qué?

– Grady sospecha de ti. Iba a llamarte, pero quise hablar yo misma contigo.

A Sam se le subieron los colores e hizo una mueca de amargura con la boca.

– -¿Grady piensa que he matado a uno de mis más viejos y queridos amigos? ¿Qué?, ¿ahora aceptan a cualquiera en el Supremo? ¿Para quién carajo fue letrado? ¿Para Clarence Thomas?

– Es inteligente, Sam. Quiere ayudar.

– No es tan inteligente. ¿Por qué iba a matar yo a Mark, por todos los santos?

– ¿Por la comisión de albacea? ¿Las minutas? -Me sentí una imbécil incluso por sugerirlo. A Sam se le agotó la paciencia.

– ¡Vamos, nena! Necesito facturar como cualquier abogado, pero no mataría a Mark por eso. No mataría a nadie por eso.

– -Grady dice que también había una comisión por el fideicomiso. Asciende a un millón de dólares.

– -¡Oh, un millón de dólares! Eso es un cuento, Bennie. Es fantasía, no realidad. ¿Me lo preguntas de verdad? -Entornó los ojos, pero me dije que debía seguir insistiendo.

– Acabemos con esto, Sam. Si somos amigos, podemos hablar con entera libertad de cualquier cosa.

– Lo somos, ¿pero para que me insultes? Bennie, escucha, no necesito ese dinero. Estoy forrado. «¡Soy rico! ¡Soy millonario! ¡Soy un buen partido!», como diría Daffy. No necesito matar a un amigo por una comisión.

– Yo pensé lo mismo -dije a la defensiva, pero él se me acercó enfurecido.

– Quieres detalles. Te doy los detalles. Soy propietario de mi piso en Manchester. Mi primer hijo, el Porsche Carrera, cumplirá un año la semana que viene y lo compré al contado. Solo me tomo dos semanas de vacaciones al año, en South Beach, y nadie depende de mí, salvo el camarero cubano de The Harvest. Estaba con él la noche en cuestión, dicho sea de paso. Es una coartada muy firme. Si quieres verificarla, te doy su número de teléfono.

– No, Sam, no quería que fuera algo personal.

– En cuanto a mis activos, que Ramón afirma que son mi mejor virtud, este año ganaré unos trescientos mil, sin incluir los bonos de la bancarrota del First Federal. Están invertidos en once fondos y en algunas acciones en empresas de nuevas tecnologías.

– -De acuerdo, Sam. Ya es suficiente.

– -Sin embargo, tengo que hacer una confesión. --Levantó una mano--. Confieso que estoy metido hasta el cuello con Microsoft, pero Bill Gates me pone a cien.: No sé si me entiendes.

– Sam…

– Me encantaría penetrarlo en un gran acto de amor si no fuera por su cabello. Si se lo lavara de vez en cuando, me presentaba en Redmond en un abrir y cerrar de ojos.

– Mira, lo siento. De verdad. Ya es suficiente. Queréllate contra mí. Pégame un tiro.

– -Disculpas aceptadas --dijo tajante. Se echó hacia atrás en la silla, pero no volvió a ser el mismo. O quizá no ni miraba como siempre lo había hecho.

Me pregunté si lo volvería a hacer alguna vez.