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Un ejército de periodistas estaba concentrado en la calla tras las barreras policiales, sitiando con todo tipo de aparatos la sede del bufete. Grady y yo los dejamos de lado, al menos lo intentamos, y pusimos orden en los despachos del primer piso, salvo el de Mark, que estaba precintado por la policía. Y no es que tuviera ánimos paral volver allí. Ya era bastante difícil tratar de hacer algo des-J pues de lo sucedido al final del pasillo, pero tampoco podía entregarme al dolor, pues debía intentar salvar R amp; B.

Ninguno de los asociados, con la excepción de Grady, se quedó conmigo, pero los comprendí. Me pregunté cuántos se quedarían en el caso de que la empresa sobreviviera. Escribí una carta a los clientes explicando que pese a la tragedia, nos ocuparíamos de sus asuntos, y los llamé para darles más seguridad. Solo unos treinta se pusieron al aparato; algunos ya habían sido avisados por un detective de quien decían haber olvidado el nombre. La mayoría me comunicaron que traspasaban sus asuntos legales a otro abogado que no fuera sospechoso de asesinato, y también los comprendí. Entre la prensa y el teniente Azzic me estaba convirtiendo en una paria.

Las llamadas que más temía eran las de las empresa farmacéuticas que representaba Mark. Estuve todo el día llamando a Williamson y a Haupt en Wellroth Chemica pero no pude dar con ellos. Dicté una solicitud para posponer el juicio Wellroth; luego, a última hora intenté de nuevo hablar con Haupt. Necesitaba su aprobación antes de entregar la solicitud al tribunal.

– -Señorita Rosato --dijo el doctor Haupt en un tono tan distante como esperaba--, me sorprende oírla.

– Dejé varios mensajes.

– -Los he escuchado, pero no me pareció apropiado contestarlos. Entiendo que usted ha sido acusada de asesinato --dijo con su acento pomposo.

– -No, se equivoca. Sé que esto es muy desagradable para usted, pero también lo es para mí. Pero no se me ha acusado de asesinato y puedo asegurarle que yo no he matado a Mark. Quiero que lo sepa.

– No deseo discutirlo con usted, señorita Rosato. Esta situación me parece más bien… horrible. Vimos a Mark ayer. Era más que un abogado para mí; era amigo mío.

– Lo sé. El propósito de mi llamada es decirle que hemos preparado una solicitud para posponer indefinidamente el juicio Cetor de patentes.

– No deseamos posponerlo indefinidamente, señorita Rosato.

– -Me temo que no hay otra alternativa. No estoy en condiciones de hacerme cargo del juicio.

Se aclaró la garganta.

– -La señorita Eberlein está preparada para llevar adelante el juicio. Deseamos que concluya lo antes posible. Ella ya ha solicitado al juez un aplazamiento de una semana y él estuvo de acuerdo a la vista de las circunstancias.

– ¿Qué? ¿Cómo lo sabe?

– He hablado por teléfono con la señorita Eberlein. Está en su casa. Naturalmente, está muy apenada, pero tan pronto se recupere seguiremos con el caso. Ahora debo dejarle. Por favor, no vuelva a llamarnos, ni a Kurt ni a mí.

– -Pero doctor Haupt… --dije, pero la línea ya estaba cortada. ¿Eve, llevando el caso? Trataba de procesar la información cuando se abrió la puerta de mi despacho. Era Grady, con la chaqueta sobre el hombro y con camisa azul, portando libros de derecho, documentos y fotocopias. Sus ojos brillaban de nerviosismo tras sus gafas metálicas.

– -Mira esto --dijo arrojando un montón de papeles sobre el escritorio-. Es el testamento. El testamento de Mark.

– ¿Cómo lo conseguiste?

– Gracias a la policía y otros contactos. Es toda la información que he conseguido hasta ahora. ¡Pero mira, el testamento! ¿Sabes quién es el albacea de Mark?

– ¿Quién? -Hojeé las páginas buscando una respuesta y la encontré al tiempo que Grady decía:

– -Sam Freminet.

– -¿Y qué? --Miré la cláusula, que parecía normal.

– -¡Y qué! Como albacea, Sam obtiene un dos por ciento de los bienes en concepto de comisión. También tiene el poder de elegir a los administradores de los bienes y se puede elegir a sí mismo. De esta manera, consigue las minutas de los abogados, además de su comisión como albacea, otro dos por ciento, que puede empezar al cobrar ya. Pero lo mejor es que el testamento establece un fideicomiso cuyo titular es Sam, lo que representa otro uno por ciento de por vida. Es como una renta. Podría no volver a trabajar en toda su vida.

– Estoy confundida. -La mitad de mi cerebro aún se guía bloqueada por la conversación con el doctor Haupt

Grady estaba de pie a mi lado, impaciente.

– Considerando el total de los bienes, eso significa que Sam gana un millón de dólares en comisiones, teniendo en cuenta que la comisión como fideicomisario es vitalicia. ¡Duplica, incluso triplica, lo que le correspondería, además se lleva los honorarios como abogado responsable de Grun ¿No crees que él sabe perfectamente lo que le supondrían unos bienes de esta envergadura?

– -¿Y?

– Bennie, ¿me sigues? -Dos líneas surcaron la frente normalmente tranquila de Grady-. Sam se hace rico con la muerte de Mark. ¿Eso no te dice nada acerca de un posible motivo para asesinarlo?

– ¡Eso es absurdo, Grady! -Me sentí irritada, insultada en nombre de Sam-. Eso es simplemente absurdo.

– ¿Sí? Por favor, sé objetiva. Yo no conozco a Sam Freminet, solo me lo presentaron en una ocasión, pero el dinero es un incentivo muy poderoso.

– -¿Que Sam mató a Mark? -Sacudí la cabeza-. Imposible. Sam y Mark eran amigos. Los tres empezamos juntos en Grun después de licenciarnos en la facultad. Sam no necesita el dinero ni los honorarios. Es socio en Grun. Es probable que gane más de trescientos mil al año.

– -¿Lo sabes a ciencia cierta? ¿Cómo está su cartera de clientes? ¿Lo sabes?

– Sam es especialista en bancarrotas y todo el mundo está en bancarrota. Tengo que creer que se lleva parte de esa tarta.

– Lo crees, pero ¿lo sabes? ¿Y su cuenta corriente? Los ricos son codiciosos. Es la naturaleza de la bestia.

– Vamos, Grady. Sam tiene todos los juguetes que quiere, y nunca mejor dicho. -Sonreí pensando en su Demonio Tasmanio y Pepe Le Pew. Entonces recordé a Daffy Duck y sus bolsos de dinero y dejé de sonreír.

– Bennie, recapacita. -Grady se inclinó sobre mi escritorio-. Sam conocía el testamento de Mark. Al parecer, era el único que lo conocía de pe a pa. Dijiste que vosotros tres erais amigos, pero Sam es más amigo tuyo, ¿cierto? Tengo la impresión de que Sam tenía una relación profesional con Mark, pero más personal contigo. ¿Es verdad?

– -Supongo que sí.

– ¿Podría Sam haber matado a Mark como venganza por haberte dejado? ¿Y de paso, hacer un montón de dinero?

– ¡Impensable! -Me recosté en el sillón-. Sam Freminet es la persona más buena del mundo. No lo conoces. Olvídalo. Es un buen intento, pero tu teoría hace agua, por todas partes.

Grady meneó la cabeza.

– -¿Le contaste a Sam que Mark quería disolver la firma?

– -¿Después de que me lo dijera Mark? Me fui directamente al río.

– ¿Sabes dónde estuvo Sam esa noche?

– Nunca sé dónde va de noche. Sale mucho.

Entonces me acordé de la reunión en su oficina.

– Pero me contó que había oído decir que algunos nuestros asociados renunciaban. ¿Sabías algo de eso?

– Nada más que lo que comentó Wingate, pero eso podría comprobar. ¿Crees que Mark le contó a Sam q iba a disolver R amp; B?

– No, Sam me lo habría comentado.

– -Pero no te dijo nada del testamento y tampoco comentó que fuera el albacea de Mark. Tal vez no se tanto sobre él como te imaginas.

– -Sé lo suficiente para darme cuenta de que toda conversación es demencial.

Grady tomó asiento, imperturbable.

– -Me gustaría llamar a Sam y averiguar dónde estuvo esa noche.

– -No lo harás.

– -Bennie, no disponemos de tiempo. Ya has Azzic. Presentará la acusación tan pronto tenga algo e que basarse, aunque sea mínimamente. ¿Y qué harás entonces? El asesinato es un delito sin derecho a fianza en Filadelfia. Irás directamente a la cárcel.

Me alarmé ante la simple idea de la cárcel de Muncy. Había ido allí a ver a algunos de mis clientes y siempre me había sentido aliviada cuando dejaba atrás la puerta de salida.

– ¿Estás tratando de asustarme, Grady?

– Así es. -Sonrió, pero yo no lo hice.

– Muy bien, de acuerdo, pero si alguien habla con Sam, debo ser yo.

– -Pero yo soy tu abogado y debo ser yo quien hable con él.

– -Tú no conoces a Sam. Es uno de los hombres más encantadores del universo; es voluntario en Acción Anti-sida. Se enfadó conmigo porque yo tenía un cliente que estaba contra la investigación sobre el sida. Él… -Me detuve a mitad de camino. Bill Kleeb. La amenaza de Eileen contra el director ejecutivo. Me había olvidado por completo. Miré la hora. Las siete. Me pregunté dónde estarían ahora Bill y Eileen, si habrían regresado a su apartamento. Si no podía encontrar al teniente Azzic, tal vez podría llamarlos allí. Me levanté y busqué el portafolios para dar con la carpeta.

– ¿Bennie? ¿Qué demonios estás haciendo? -me preguntó un atónito Grady mientras yo iba y volvía.

– Tengo que hacer otra llamada. -Encontré el número que me había dado Bill y lo marqué.

– ¿Ahora? ¿A quién? Estamos en medio de una conversación.

Levanté una mano cuando oí la voz de Bill.

– -¿Podemos quedar esta noche a las ocho? Es importante -le dije. Bill aceptó con ciertas reticencias; yo le dije dónde podríamos encontrarnos, no sin sentir una cierta intranquilidad.

– -¿Quién era? -preguntó Grady.

– Un cliente. -Puse la carpeta en el portafolios y lo cerré-. Tengo que irme. ¿Me acompañas hasta la puerta?

– ¿Qué cliente? ¿Adonde vas? -Se puso de pie.

– A encontrarme con un cliente. El de los derechos! de los animales, ¿de acuerdo? Quizá también con su novia.

– -¿Por qué?

– Tengo que hacerlo.

Grady se puso las manos en las caderas.

– -Bennie, soy tu abogado. Me gustaría saber de ti tanto como la policía y la prensa. Además, me prometiste dejarme ganar la siguiente batalla.

Tenía razón. Yo hubiera abofeteado a un cliente que se portara tan mal como yo.

– -Sólo quiero verlo, saber en qué anda metido. No puedo decir más porque es confidencial y no quiero liarte con este asunto.

– ¿Te preocupas por un cliente cuando te están investigando por asesinato?

Nos miramos a los ojos y no me sentí muy cómoda ante su mirada.