– Ésta también le interesará de manera especial -dijo-. Son obras de historiadores de su siglo, el veinte. Un siglo estupendo. Ardo en deseos de presenciar el resto. En mis tiempos, un príncipe sólo podía eliminar a los elementos subversivos de uno en uno. Ustedes lo hacen a lo grande. Piense, por ejemplo, en las mejoras alcanzadas desde el maldito cañón que derribó las murallas de Constantinopla hasta el fuego divino que su país de adopción arrojó sobre las ciudades japonesas hace unos años. -Me dedicó un amago de reverencia, a modo de felicitación-. Ya habrá leído muchas de estas obras, profesor, pero tal vez las

revisará desde una nueva perspectiva.

Por fin me condujo al lado del fuego una vez más, y encontré otro té humeante al lado de mi butaca. Cuando los dos estuvimos acomodados, se volvió hacia mí.

– No tardaré en ir a tomar mi colación -dijo en voz baja-, pero antes le haré una pregunta. -Mis manos se pusieron a temblar sin que pudiera evitarlo. Hasta el momento había intentado hablar con él lo menos posible, sin incurrir en su ira-. Ha disfrutado de mi hospitalidad, la máxima que puedo ofrecer aquí, y de mi fe ilimitada en sus dones. Gozará de la vida eterna a la que sólo unos pocos seres pueden aspirar. Puede acceder con entera libertad al mejor archivo de su clase que existe sobre la faz de la Tierra. Están a su disposición obras muy raras, que no se pueden ver en ningún otro sitio. Todo esto es suyo.

– Se removió en su butaca, como si le costara mantener inmóvil durante demasiado tiempo su gran cuerpo de No Muerto-. Además, es usted un hombre de raciocinio e imaginación sin parangón, de afinada precisión y profundo discernimiento. Mucho he de aprender de sus métodos de investigación, de la síntesis de sus fuentes, de su imaginación. Por todas estas cualidades, así como por la gran erudición que alimentan, le he traído aquí, a mi gruta del tesoro.

Hizo una pausa. Miré su cara, incapaz de apartar la vasta. Contempló el juego.

– Gracias a su inflexible honestidad, es capaz de ver la lección de la historia -dijo-. La historia nos ha enseñado que la naturaleza del hombre es malvada basta extremos sublimes.

El bien no se puede perfeccionar, pero la maldad sí. ¿Por qué no utiliza su gran mente al servicio de lo que se puede perfeccionar? Le pido, amigo mío, que se sume de buen grado a mi investigación. Si lo hace, se ahorrará grandes angustias, y me ahorrará a mí considerables problemas. Juntos haremos avanzar el trabajo del historiador hasta extremos inconcebibles. No existe pureza como la pureza de los sufrimientos del historiador. Usted poseerá lo que desea todo historiador: la historia será realidad para usted. Nos lavaremos la mente con sangre.

Entonces me miró fijamente, y sus ojos, con su antiguo conocimiento, centellearon, y sus labios rojos se entreabrieron. Habría sido un rostro de la inteligencia más exquisita, pensé de repente, de no haber sido moldeado por tanto odio. Me esforcé por no desfallecer, por no entregarme a él en aquel mismo instante y postrarme de hinojos ante su voluntad. Era un líder, un príncipe. No toleraba limitaciones. Convoqué el amor que había sentido por todo cuanto había poseído durante mi vida y formé la palabra con la mayor firmeza posible.

– Nunca.

Su rostro se inflamó, pálido, las fosas nasales y los labios se agitaron.

– Morirá aquí, sin la menor duda, profesor Rossi -dijo tratando de controlar su ira-. Jamás abandonará estos aposentos vivo, aunque salga de ellos con una nueva vida. ¿Por qué no poder elegir un poco?

– No -dije sin alzar la voz.

Se levantó, amenazador, y sonrió.

– Entonces trabajará para mí en contra de su voluntad -dijo.

Una oscuridad empezó a formarse ante mis ojos, y me aferré por dentro a mi pequeña reserva de… ¿qué? Sentí un hormigueo en la piel y aparecieron estrellas ante mí que brillaban en la oscuridad de la cámara. Cuando se acercó más, vi su rostro sin máscara, una visión tan horrible que no puedo recordarla. Lo he intentado. Después, no me enteré de nada más durante mucho tiempo.

Desperté en mi sarcófago, a oscuras de nuevo, y pensé que era otra vez mi primer día, mi primer despertar en ese lugar, hasta que me di cuenta de que había sabido al instante dónde me hallaba. Estaba muy débil, mucho más débil esta vez, y la herida del cuello sangraba y dolía. Había perdido sangre, pero no tanta como para incapacitarme por completo. Al cabo de un rato conseguí moverme, bajar de mi prisión. Recordé el momento en que había perdido la conciencia. Vi, gracias al resplandor de las velas restantes, que Drácula dormía de nuevo en su gran tumba. Tenía los ojos abiertos, vidriosos, los labios rojos, la mano cerrada sobre el cuchillo. Di media vuelta, sumido en el más profundo horror del cuerpo y el alma, y fui a acuclillarme junto al fuego y a intentar comer los alimentos que me habían

dejado.

Al parecer, su propósito es destruirme de manera gradual, tal vez dejarme abierta hasta el último momento la posibilidad que me ofreció anoche, con el fin de proporcionarle todo el poder de una mente entregada. Ahora sólo tengo un propósito; no, dos: morir con mi personalidad tan intacta como pueda, con la esperanza de que más tarde pueda contenerme un poco, cuando lleve a cabo las acciones terribles de un No Muerto, y seguir vivo el tiempo suficiente para escribir todo cuanto pueda en este informe, aunque lo más probable es que se convierta en polvo antes de ser leído. Estas ambiciones son mi único sostén en este momento. Es el destino más triste que me podía imaginar.

Tercer día

Ya no estoy seguro de qué día es. Empiezo a creer que han transcurrido más días, o que he estado soñando varias semanas, o que mi secuestro tuvo lugar hace un mes. En cualquier caso, éste es mi tercer escrito. Pasé la noche examinando la biblioteca, no para satisfacer los deseos de Drácula concernientes a su catalogación, sino para averiguar algo que pudiera beneficiar a alguien…, pero las esperanzas se agotan. Sólo consignaré que hoy he descubierto que Napoleón mandó asesinar a dos de sus generales durante su primer año de emperador, muertes que nunca he visto documentadas en ningún sitio. También examiné una breve obra de Anna Comnena, la historiadora bizantina, titulada La tortura ordenada por el emperador por el bien del pueblo, si no he olvidado mi griego. Encontré un libro fabulosamente ilustrado sobre la cábala, tal vez de procedencia persa, en la sección de alquimia. Entre los estantes de la colección sobre herejías me topé con un evangelio bizantino de san Juan, pero el principio del texto no coincide. Habla de la oscuridad, no de la luz. Tendré que examinarlo con detenimiento. También encontré un volumen inglés de 1521 (está fechado) llamado Filosofía del horror, un trabajo sobre los Cárpatos acerca del cual había leído algo, pero no creía que existiera.

Estoy demasiado cansado para estudiar estos textos tal como podría (tal como debería), pero siempre que veo algo nuevo y extraño lo examino, con una urgencia

desproporcionada, teniendo en cuenta mi absoluta indefensión. Ahora he de dormir otra vez, al menos un poco, mientras Drácula lo hace, con el fin de poder afrontar la siguiente prueba, sea cual sea, algo descansado.

¿Cuarto día?

Siento que mi mente empieza a desmoronarse. Por más que me esfuerzo, me resulta imposible seguir el hilo del paso del tiempo o de mis esfuerzos por examinar la biblioteca.

No sólo me siento débil, sino enfermo, y hoy experimenté una sensación que llenó de desdicha los restos de mi corazón. Estaba mirando una obra del incomparable archivo de Drácula sobre torturas, y vi en un hermoso libro en cuarto francés el dibujo de una nueva máquina capaz de separar las cabezas de los cuerpos en un instante. Había un grabado ilustrativo: las partes de la máquina, el hombre vestido con elegancia cuya teórica cabeza acababan de separar de su teórico cuerpo. Mientras examinaba este dibujo, no sólo sentí asco por su propósito, no sólo asombro por el maravilloso estado del libro, sino también un repentino anhelo de contemplar la escena real, de oír los gritos de la multitud y ver el chorro de sangre manar sobre el cuello de encaje y la chaqueta de terciopelo. Todo historiador conoce el ansia de ver la realidad del pasado, pero esto era algo nuevo, un tipo de ansia diferente. Dejé el libro a un lado, apoyé mi cabeza dolorida sobre la mesa y lloré por primera vez desde que empezó mi cautiverio. No había llorado desde hacía años, de hecho, desde el funeral de mi madre. La sal de mis lágrimas me consoló un poco… Era tan corriente…

Día

El monstruo duerme, pero ayer no me habló en todo el día, excepto para preguntarme cómo iba el catálogo, y para examinar mi trabajo durante unos minutos. Estoy demasiado cansado para continuar la tarea en este momento, o incluso para mecanografiar algo. Me sentaré delante del fuego y trataré de volver a ser como antes unos momentos.

Día

Anoche me invitó a tomar asiento ante el fuego otra vez, como si aún estuviéramos

manteniendo una conversación civilizada, y me dijo que trasladará la biblioteca pronto, antes de lo que pensaba, porque se acerca alguna amenaza.

– Ésta será su última noche. Después le dejaré aquí un tiempo -me dijo- pero acudirá a mí cuando yo le llame. Entonces reanudará su trabajo en un lugar nuevo y más seguro. Más adelante nos ocuparemos de enviarle al mundo exterior. Procure pensar en quién me enviará para ayudarnos en nuestra tarea. De momento, le dejaré donde nadie pueda encontrarle, por si acaso. -Sonrió, lo cual provocó que mi visión se nublara, y me esforcé en mirar el fuego-. Ha sido muy obstinado. Tal vez le disfrazaremos de reliquia sagrada.

No quise preguntarle qué quería decir.

Por lo tanto, no pasará mucho tiempo antes de que acabe con mi vida mortal. Ahora reservo todas mis energías para ser fuerte en los últimos momentos. Procuro no pensar en la gente a la que he querido, con la esperanza de que existan menos posibilidades de que piense en ellos en mi siguiente e impío estado. Esconderé este informe en el libro más hermoso que he encontrado aquí (una de las pocas obras de historia que no me ha proporcionado un placer horrorizado), y después ocultaré el libro, para que deje de pertenecer a este archivo.

Ojalá pudiera entregarme al polvo con él. Siento que se acerca el ocaso, en el mundo en que la luz y la oscuridad todavía existen, y utilizaré todas mis escasas fuerzas para seguir siendo yo hasta el último momento. Si existe alguna bondad en la vida, en la historia, en mi pasado, la invoco ahora. La invoco con toda la pasión con la que he vivido.