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Después, mientras cruzaban al ciudad en dirección al aeropuerto, David les contó su conversación con la hermana de Keith. Cuando terminó, Hu-lan, que se había animado un poco, dijo:

– Su-chee, y todos en realidad, decían que Miao-shan quería ir a estados Unidos. Yo creía que era un sueño irrealizable. Los campesinos nunca se marchan, pues ya les resulta bastante difícil escapar de su pueblo y trasladarse a una gran ciudad. ¿Cómo podía pensar que iría a Estados Unidos? Pero es evidente que tenía un plan.

– ¿Tú crees que amaba a Keith?

Hu-lan se quedó pensando en Miao-shan.

– Parecía una simple campesina -dijo-, pero una y otra vez demostró una gran capacidad para el engaño y la manipulación. Era probable que sintiera amor por Tsai Bing, se conocían de toda al vida. Pero su relación era rutinaria, sabían que estaban destinados a casarse y el sexo era para ellos tan cómodo y apacible como el de una pareja de ancianos.

David pensó que esa perspectiva, en otras circunstancias, era lo que desearía con la mujer que hubiera compartido su vida, pero aún no era el momento.

– En el caso de Tang Dan -prosiguió Hu-lan, ¿quién sabe? Tal vez le atraía la experiencia de un hombre mayor. Quizá temía no salir nunca del pueblo y pensó que al menos se casaría con el hombre más rico de la región. Eso ocurre a menudo en todo el mundo.

– ¿Y una violación? -preguntó Henry, que no sabía quien era Miao-shan pero estaba intrigado.

– Podría ser -contestó Hu-lan-. La violación es probablemente el asunto más tabú en China. La peor vergüenza. De haber sido violada jamás lo habría dicho. Pero yo creo que no. Siang, la hija de Tang, dijo que los vio juntos. Estaba indignada, pero si se hubiera producido un forcejeo, lo habría mencionado. No fue una violación.

– Guy In la amaba. No tengo la menor duda -dijo David.

– ¿Quién es ése? -preguntó Henry.

– El hombre que vio en la televisión con Pearl Jenner -contestó David.

– Sí, la quería, pero él dejó de serle útil. Y eso nos conduce a Keith -concluyó Hu-lan. Sentía la cabeza pesada por el calor y la humedad. Miró a los demás, que parecían esperar que continuara-. Ling Miao-shan, una mujer hermosa, manipuladora, implacable en asuntos del corazón, ¿podía amar a Keith Baxter, un hombre que le doblaba la edad, de una cultura completamente extraña y al mismo tiempo atractiva para ella? -preguntó con un esfuerzo-. Yo dormí en la cama de la chica, las sábanas y la almohada olían a White Shoulders. Vi los regalos que le hizo Keith todavía envueltos. He pensado mucho en todo lo que tenía que hacer para estar con él (salir del dormitorio sin que la vieran, cambiarse de ropa y de aspecto para resultar más atractiva, y no revelar el secreto de esos documentos cuando la asesinaron). Sí, seguramente lo quería. ¿Era amor profundo o un simple enamoramiento pasajero que habría cambiado con el tiempo? No lo sé. Pero creo que lo quería. ¿Y tu amigo? ¿a amaba de verdad o era sólo sexo?

– Estaba dispuesto a presentarla a su familia, intentaba sacarla del país. Debía de estar loco, pero supongo que también la amaba -contestó.

David miró por la ventanilla y Hu-lan vio su expresión de impaciencia. El tráfico no avanzaba. Hu-lan se inclinó hacia delante y dijo algo al oído a Lo, apremiándolo para que buscara otro camino. al echarse hacia atrás, David dijo:

– Lo que no sé es hasta dónde estaba dispuesto a llegar. Cuando hablé con Anne, pensé que Keith había entregado los documentos al gobierno. De esa forma habría violado su deber como abogado, pero habrían bastado para sacar a Miao-shan. Si eran una clave, abrirían una investigación federal en… en su empresa, Henry, y en Tartan. Setecientos millones es mucho dinero. ¿Quién iba a responder ante los accionistas de Tartan y Knight? Además, existían las acusaciones de corrupción.

– Le estoy diciendo que Sun es inocente -repitió Henry por enésima vez.

– Sun no hubiera sido el objetivo de una investigación federal, pero sí usted y hasta cierto punto Tartan -dijo David-. Pero Keith no le dio al clave a Rob. Keith quería a Miao-shan, pero no estaba dispuesto a sacrificar todo por lo que había trabajado para tenerla a ella.

– ¿Y por qué estaba tan alterado la noche en que cenó contigo? Si ya había tomado una decisión, ¿por qué preocuparse? -preguntó Hu-lan.

– Porque Pearl sabía que Miao-shan tenía los papeles y es probable que se lo dijera. Keith comprendió que había perdido el amor de su vida, que todo saldría a la luz y que él no podía hacer nada para evitarlo.

Henry se aclaró la garganta.

– No estoy acostumbrado a este tipo de cosas -señaló-, pero si no le importa que lo diga, me parece que es importante saber cómo consiguió los documentos Miao-shan.

David y Hu-lan contemplaron intrigados al anciano.

– Si lo que ustedes dicen es cierto, que todo esto no habría sucedido si esa Pearl no hubiera tenido los documentos, entonces quien se los haya dado a Miao-shan tenía motivos para… -titubeó- para destruirme. -David recordó que Sun había utilizado las mismas palabras la noche anterior-. ¿No cree que se trata de eso? -añadió Henry dubitativo-. ¿Qué Tartan tenía algún plan para conseguir mi empresa a bajo precio?

David y Hu-lan se miraron tratando de considerar este nuevo punto de vista. Hu-lan se inclinó hacia Lo y le dijo algo en mandarín. El inspector giró en redondo, entró en una calle secundaria e hizo sonar la bocina.

– ¿Qué pasa? -preguntó Henry.

– Tenemos que ir al Holiday Inn -contestó Hu-lan-. Lo que acaba de decir es cierto, y Pearl y Guy llevaron a cabo lo que el asesino quería que hicieran. Sus vidas corren peligro y tenemos que avisarles.

– ¿A esa víbora? -preguntó Henry.

– Es cierto -coincidió Hu-lan-, pero tenemos que hacerlo.

Al cabo de pocos minutos llegaron al Holiday Inn o, mejor dicho, a unos metros. Había coches de policía y ambulancias bloqueando el aparcamiento y la entrada. Los botones con uniformes con galones dorados y los viandantes contemplaban a los jefes del hotel que exigían a la policía que retirara los coches. Había varios agentes de paisano del Ministerio de Seguridad Pública.

– ¡No pensarán meterse ahí! -casi gritó Henry, al ver que David abría la puerta del coche-. Lo más seguro es que estén muertos. Llegamos demasiado tarde.

Hu-lan le agarró por el brazo y le dio un empujón.

– Claro que vamos a entrar, señor Knight y usted el primero. Es una persona muy importante, así que compórtese como tal, grite, fanfarronee, lo que se le ocurra. Nosotros lo seguiremos.

Y así, con Henry delante, entraron en el vestíbulo refrigerado del hotel. Cuando un joven policía intentó detenerlos, Henry dijo con autoridad.

– No entiendo.

El policía vio que Hu-lan era china y le dijo que no podían entrar, pero ella lo miró como si no lo entendiera.

– ¡Tenemos prisa! ¡Negocios! ¡Somos extranjeros! -dijo David.

Henry pasó por delante del policía y caminó hasta los ascensores seguido por David y Hu-lan. Mientras se cerraban las puertas del ascensor, vieron que el policía se hacía el desentendido.

– ¿A qué piso? -preguntó Henry.

– Iremos hasta el último y bajaremos por la escalera -dijo Hu-lan.

En la escalera no había aire acondicionado y después de haber bajado cinco pisos todos sudaban. A Hu-lan le preocupaba Henry, sólo les faltaba un infarto, pero el anciano parecía en buena forma. En cambio ella volvía a sentir la somnolencia que la había asaltado en el despacho de David. Ojalá pudiera entrar en alguna planta refrigerada, buscar una habitación y dormir.

Siguieron bajando por la escalera de incendios y abriendo puertas en busca de actividad. En el noveno piso encontraron lo que buscaban. Hu-lan se secó la frente con un pañuelo de papel y dijo a sus acompañantes:

– Seguidme, pero no digáis nada.

Sacó la placa del MSP, entró en el vestíbulo y caminó decidida por el pasillo. Había un policía apoyado contra la pared con aspecto macilento, y al lado una vomitada. Algunos compañeros le ofrecían cigarrillos y agua embotellada, pero tampoco tenían buena cara. Debía de ser horrible.

En la puerta de la habitación Hu-lan mostró su placa, aunque conocía bien a la persona que montaba guardia. Yan Yao había trabajado en el Ministerio de Seguridad Pública durante casi treinta años, pero nunca había superado el rango de inspector de tercer grado. En los últimos tiempos había circulado por el departamento el rumor de su próxima jubilación, pero Hu-lan confiaba en que aún estuviera allí. Yan era lento y estúpido, por lo que siempre se le asignaba vigilar la puerta en vez de investigar. Asintió al ver a Hu-lan y no hizo el menor movimiento ni dijo nada para detener a los extranjeros que la seguían.

Incluso con el aire acondicionado les asaltó el olor a muerte: la oxidación de la sangre, el olor acre de excrementos, el sudor nervioso de los policías.

Cualquier muerte era horrible, incluso las de quienes morían plácidamente durante el sueño, pero aunque Hu-lan estaba acostumbrada a los asesinatos, le costó asimilar lo que les había ocurrido a Pearl Jenner y a Guy In.

Estaban en la cama de matrimonio desnudos. Debían de estar practicando algún tipo de fantasía sexual, aunque Hu-lan no consiguió descifrar en qué consistía. Pearl tenía las muñecas y los tobillos atados a la espalda con un trozo de cuerda, que también le rodeaba el cuello y le cimbraba el cuerpo para atrás. Tenía las rodillas separadas debido a esa postura forzada y sus partes íntimas habrían quedado al descubierto de no ser por el otro cadáver que las cubría. De los nudos que rodeaban los tobillos de Pearl, la cuerda seguía hasta la otra víctima. Guy In estaba atado en la misma postura, con el pecho pegado al de ella.

Hu-lan sintió un mareo y pensó que iba a desmayarse. Entonces oyó a sus espaldas que alguien jadeaba, se recompuso y se dio la vuelta para acompañar a David fuera de la habitación. Pero no era David. Él estaba bien, dentro de lo que cabía teniendo en cuenta el espectáculo. Era Henry temblando como una hoja y blanco como un papel.

– Yan, saque a este hombre de aquí -ordenó Hu-lan-. Déle un poco de té y una silla.

Hu-lan volvió a contemplar la espantosa escena, y vio que David se había acercado a la cama donde Fong, el forense, estaba agachado, con los guantes puestos y las gafas bifocales en al punta de la nariz. Cuando Hu-lan se acercó, Fong levantó la vista y le sonrió.

– Inspectora, siempre la envían a ver os mejores, ¿eh? -dijo en inglés para que David lo entendiera. El forense no se incorporó, no le gustaba recordar lo bajito que era al lado de Hu-lan. Volvió a agachar la cabeza sobre los cadáveres-. Extranjeros -gruñó-. La propaganda os dice que son decadentes, pero hay que ver algo así para creerlo.