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– Hu-lan…

Ella lo interrumpió:

– Volveré en cuanto pueda. -Se levantó, cruzó la habitación y vaciló al llegar a la puerta-. No se preocupe, tío -añadió-, no habrá ningún problema. Hasta me hará bien salir un poco de la ciudad. Y por favor, vaya a visitar a mamá. Su amistad la ayudará.

Pocos minutos más tarde salía al patio del ministerio. El calor se levantaba del asfalto. El inspector Lo puso en marcha el coche, y mientras salían del recinto ella sintió el sudor que le corría entre los pechos y le bajaba hasta el vientre, donde crecía el hijo que había concebido con David. Se pasó la mano por la frente y pensó en lo que le había dicho el tío Zai: “El pasado ha quedado atrás”. Pero se equivocaba. El pasado nunca estaba muy lejos de ella. Estaba junto a ella cada día de su vida bajo la forma de una madre lisiada. En las voces alegres y los rítmicos tambores del grupo de Yan Ge. En las borrosas fotografías que veía en los periódicos. En la tosca caligrafía del sobre de papel barato. Llevaba dentro el futuro, pero ¿qué clase de futuro tendría alguno de ellos si Hu-lan dejaba atrás el pasado para siempre?