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– No me gusta.

A pesar de la distancia, Hu-lan lo oyó suspirar.

– ¿Qué parte no te gusta? -preguntó David. El dolor en su voz era palpable-. ¿No quieres que vaya a China?

– Pero qué dices -se apresuró a responder ella-. Te quiero y deseo que vengas, pero no me gusta lo que he visto en la fábrica Knight y… no sé… sucede todo tan deprisa. Miles nunca hace nada sin deliberación.

– Es lo que trataba de decirte. Miles no es la única voz aquí. Todo el mundo en Phillips, MacKenzie amp; Stout hace mucho tiempo que se lo estaba pensando. -Se le quebró la voz, y Hu-lan comprendió que lo había herido muy profundamente-. Es muy precipitado, pero es una oportunidad. Es nuestra oportunidad. -Se perdió su voz en otra oleada de interferencias-. Se acabaron las malas comunicaciones, a partir de ahora estaremos juntos.

– ¿Cuándo llega tu vuelo?

– A las siete y cuarto del diez -dijo, y aclaró-. El jueves, para ti.

– Puede que llegues a Pekín antes que yo -le explicó. Aún tenía que hablarle a David de las peculiares circunstancias de la muerte de Miao-shan, lo extraño que era el recinto de la fábrica Knight y de su ahora postergado plan de entrar allí, pero lo haría cuando se vieran en Pekín-. No sé cuánto tardaré en volver a Pekín, pero trataré de llegar a tiempo para ir a esperarte. Si no estoy, te mandaré a mi nuevo chofer. No te preocupes, te encontrará.

Hablaron unos minutos más.

– Pronto tendremos todo el tiempo del mundo para hablar -dijo David-, pero ahora será mejor colgar. Debo estar en el bufete muy temprano y mañana tengo mucho que hacer para cerrar esta etapa de mi vida. Estaremos juntos, Hu-lan, y seremos felices.

– Eso espero, David, de veras -la vieja cautela reapareció en la voz de Hu-lan.

Colgaron sabiendo que había quedado mucho por preguntar y responder.

Al día siguiente, David pasó la primera hora otra vez en las lujosas instalaciones del bufete con la secretaria de Miles. Marcia le explicó que a partir de ese momento ella se ocuparía de la agencia y las facturas de David. Organizaría su trabajo cuando él estuviera en la ciudad y atendería sus cosas personales, como hacerle llegar el correo a China. También cuidaría de que le llegaran todos los memorandos internos a Pekín -o dondequiera que estuviese. Y que todas las llamadas para él fueran derivadas a su número en China. Le dijo que el bufete acababa de contratar a la señorita Quo Xue-sheng, como secretaria e intérprete en China. La señorita Quo ya estaba buscando oficina y arreglando algunas reuniones para después de su llegada.

Después, Marcia lo dejó solo con varias carpetas que lo pondrían al día de las actividades generales y el plan estratégico de la empresa. Al mediodía, David volvió a pasar por la fiscalía, donde Rob y Madeleine habían organizado una pequeña fiesta de despedida. Después volvió de nuevo al despacho de Miles para recibir las últimas instrucciones sobre el asunto Knight.

– Hace veinte años que me ocupo de los negocios de Tartan y Randall Craig -dijo Miles-. El trato con Knight es una gran oportunidad. Hay mucho dinero en juego, setecientos millones, pero ahora es muy difícil que algo eche a perder el negocio. Estamos en ese momento en que la operación ya tiene su propia dinámica y nosotros estamos preparados para seguir el proceso.

– ¿Hay algún problema que deba saber?

Miles meneó la cabeza.

– Todo en orden. Henry Knight es viudo y tiene un hijo adulto. Es una persona muy ética, bastante parecido a ti. Siempre administró su negocio limpiamente a pesar de que podría haber tomado algún atajo de vez en cuando. Sus motivaciones nunca han sido sólo los grandes beneficios.

Pero la fábrica estaba en China, señaló David, y eso tenía que reducir los costes.

– Por supuesto, pero eso es un beneficio tangencial. Se considera un filántropo. Dona dinero a hospitales, organizaciones infantiles, asociaciones humanitarias. Para Henry, China es sólo otra causa. Siempre le ha gustado el país. No sé, creo que le viene de la época de la guerra. En todo caso, cree que ayuda a la gente que contrata. Como yo vengo del campo, sé muy bien qué vida de mierda puede llegar a ser. -Miles se encogió de hombros como para espantar los recuerdos-. Cuando llegues, te reunirás con el gobernador Sun y su ayudante Amy Gao. Están en el gobierno local.

– ¿Los conoces?

– Conocí a Sun en mi primer viaje a China, pero a partir de entonces siempre he tratado con la ayudante. Tiene un nombre chino pero, como muchos chinos, se ha puesto una versión occidental de su nombre y después el apellido. Amy Gao es una mujer lista y ambiciosa. Ha venido a vernos aquí, al bufete. Te gustará. Si tienes algún problema habla con ella. Yo iré al final para la firma. -Y añadió-: No te preocupes, no me meteré. A partir de ahora es tu asunto. Y cuando digo que te ocupes tú, hablo en serio. Aunque no creo que haya mucho de lo que ocuparse. El trabajo está hecho. Ahora lo único que necesitamos es una firma. Y la firma final sí no me la puedo perder. Randall Craig y Tartan han tenido un papel importante en mi carrera.

Esa noche, cuando David terminó de preparar el equipaje, trató de llamar a sus padres, pero los dos estaban fuera del país. Su padre, un hombre de negocios internacionales, se había separado de la madre de David poco después del nacimiento de éste y no había tenido un papel muy importante en la vida de su hijo. La madre, una concertista de piano, estaba de gira. David les dejó sendos mensajes en los contestadores automáticos y se fue a dormir.

A la mañana siguiente, Eddie, que le había prometido cuidar la casa hasta que David quisiera, lo llevó al aeropuerto de Los Ángeles. A las once y cuarto David embarcó en el 747 y se apoltronó en su asiento de primera, una de las muchas ventajas de estar otra vez en una empresa privada. Recordó que hacía sólo cuatro meses y medio había cogido el mismo vuelo. Estaba nervioso y no sabía lo que le esperaba. Había trazado cada movimiento, haciendo uso de su formación jurídica, para planear su vida de acuerdo con la lógica. Esperaba ver a Hu-lan de alguna manera, sin saber que otros ya habían planeado el encuentro. Al mirar atrás, se vio como alguien sin espontaneidad, temeroso de vivir en vilo, que se hallaba a menudo en posición de reaccionar en lugar de ocuparse él mismo de provocar reacciones.

Cuatro meses más tarde era un hombre completamente diferente. Es verdad que aún pedía consejo a sus amigos antes de tomar una decisión. (Era prudente, siempre lo sería). Pero había peleado con firmeza el salario, la participación en el bufete, el puesto y las dietas. También había pensado mucho en la muerte de Keith. ¿Se escapaba para huir del sentimiento de culpa? Pero Madeleine y Rob tenían razón: si abandonaba el escenario, los últimos renegados del Ave Fénix quizá cometerían un error. Y cuando lo hicieran, allí estaría el FBI.

En cuanto a lo que perturbaba a Keith esa última noche, tal vez David nunca llegara a saber toda la historia. Era evidente que se trataba de un asunto ético; quizá estaba más alterado por la muerte de su novia pero no sabía cómo hablar de ello. A lo mejor, pensó David arrepentido, sólo estaba cansado y estresado, exhausto por esos agotadores vuelos intercontinentales, tenso por el contrato de venta. Lo que importaba ahora era que David había encontrado una manera honrosa de volver a Hu-lan.

Aunque los últimos dos días había tratado de no pensar demasiado en la última llamada telefónica, se preguntó por lo que Hu-lan no le había dicho. Cuando le contó que se iba a Pekín y ella le preguntó “para qué”, se le cortó la respiración. Ahora decidió tomarse en serio la pregunta. No le había contado sus planes desde el principio porque pensaba que a lo mejor no funcionaban o a ella no le gustaría. Pero mientras hablaban no pudo evitar percibir el recelo de Hu-lan. Quizá ella era simplemente así: una mujer siempre en guardia, siempre temerosa de que se echaran a perder las cosas buenas. A pesar de todo, David se convenció de que Hu-lan se alegraba de su viaje. Sabía que podía hacerla feliz. En pocas horas estarían juntos sin océanos ni secretos de por medio.

Había estado en Pekín por última vez el 1 de marzo. El sol empezaba a entibiar la ciudad, pero la tierra yerma que se extendía frente a los viajeros estaba helada y en el aeropuerto hacía frío y había humedad. El 10 de julio, poco antes de medianoche, mientras el avión rodaba hacia la terminal, David miró por la ventana y vio a los trabajadores iluminados por los focos en pantalón corto y sandalias, con auriculares para protegerse del ruido. Cuando se abrieron las puertas del avión, una ráfaga de calor y humedad, invadió la cabina de primera.

David hizo cola para el control de pasaporte, detrás de otro ejecutivo, y vio cómo la camisa del hombre empezaba a oscurecerse por el sudor. Un funcionario con camisa verde oscura de mangas cortas cogió el pasaporte de David y lo hojeó. Levantó la mirada para cotejar la foto con la cara, le puso un sello y se lo devolvió son decir palabra. David cogió un carrito de equipaje, puso las maletas, pasó por la aduana y finalmente se dirigió a la acera, conde un hombre vestido de negro se le acercó con la mano extendida.

– Soy el inspector Lo -le dijo en un inglés con un acento muy marcado-. He venido a llevarlo a casa de la inspectora Liu. Llegó hace un rato y lo está esperando allí. También me ha dado instrucciones de que lo lleve mañana a donde tenga que ir.

Al cabo de unos minutos, Lo puso el coche en marcha, avanzó entre el tráfico del aeropuerto a bocinazos y enfiló por la carretera de peaje. Ese camino no ofrecía el espectáculo de la vieja carretera, que iba paralela, pero en veinte minutos habían llegado a la ciudad. Aun a esa hora de la noche, las calles estaban inundadas de luces de neón, llenas de viandantes y ciclistas con la variedad de olores de los carritos de venta ambulante. Poco después, el coche serpenteaba por los estrechos callejones del Hutong (el barrio) de Hu-lan. El vehículo se detuvo al fin delante de una sencilla puerta de madera en un austero muro gris.

Lo abrió la puerta, descargó las maletas y se despidió de David, que cruzó el umbral hasta el patio, donde enseguida lo embargó la fragancia de un jazmín en flor. Siguió adelante, cruzó los primeros patios, muy sencillos, y entró en otros mucho más elaborados, pasó delante de unas construcciones con columnatas que durante generaciones habían albergado a la familia de la madre de Hu-lan, hasta que cruzó la puerta que daba a las dependencias de ellas. Estaba abierta y entró.