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– ¿Qué pasa, papá? ¿Quieres que me olvide de que mi hermano murió por culpa de este hombre? Pues no pienso hacerlo. Y creo que nadie de los que están aquí, salvo mamá y tú, van a olvidarlo.

A David se le encogió el estómago. ¿era eso lo que pensaría la gente de ahora en adelante?

– Perdonen. -Todos levantaron la mirada y vieron al agente Eddie Wiley, que dijo con voz extremadamente oficial-: Señor Stark, necesito urgentemente su presencia.

David se levantó y, sin dejar de mirar a Anne, se dirigió a los padres:

– Bueno, reciban nuevamente mi más sincero pésame. -Inclinó ligeramente la cabeza, bajó los ojos ante la dura mirada de Anne y siguió a Eddie hasta la cabaña.

– Gracias -le dijo.

– No hay de qué. Era evidente que necesitaba que lo rescataran.

– Sí, supongo que sí.

– Tendrá que aprender a tratar con ese tipo de putadas. -David lo miró intrigado, y Eddie explicó-: Preguntas que hace alguna gente que no quiere oír la respuesta.

– ¿Y qué hago?

– Mándelos a paseo.

– ¿Le parece? ¿Lo hace usted?

– Es parte del trabajo.

– Quizá el suyo…

Eddie no respondió. No hacía falta. Ambos sabían cuántas muertes había dejado el Ave Fénix sobre la mesa de trabajo de David.

– Eddie, ¿puede hacerme un favor?

– Por supuesto.

– Quiero reunirme a solas con la hermana de Keith.

– ¿Qué? ¿En ese invernadero de mierda o algo así? No me parece buena idea.

– Tengo que explicarle algunas cosas de esa noche.

– No, no le debe ninguna explicación.

– Quiero hacerlo… -David dio un paso hacia el ventanal de la cabaña, pero Eddie se interpuso en su camino.

– ¿No me ha oído? No puede dejar que la culpa se apodere de usted.

Por segunda vez, una voz conocida acudió en su ayuda.

– Ah, David, estás aquí -lo llamó Miles desde el ventanal-. Hace rato que te busco. Phil y yo queremos que vengas a dar un paseo con nosotros. -Le hizo una seña a Eddie con la cabeza-. ¿Le parece bien? No saldremos de la casa. Nos quedaremos en la terraza de aquí debajo. Déme unos minutos en privado con mi antiguo colega.

Eddie se apartó y David y Miles se abrieron paso entre la gente hasta la terraza.

– Estos últimos días han sido muy duros -comentó Miles-. ¿qué tal estás?

David miró el barranco, donde el zumaque y otros matorrales servían de contrapunto al lujo y el refinamiento de los jardines de Stout.

Como David no parecía muy dispuesto a contestar, Miles continuó:

– Ha sido mala suerte. Quiero que sepas que ninguno de nosotros te culpa.

– Creo que la hermana de Keith sí -soltó David.

– ¿Y ella qué sabe? No estaba allí. -Miles cerró los ojos y puso la cara al sol-. ¿Pero para qué os reunisteis Keith y tú?

– Para nada en especial sólo para cenar. -Otra vez una verdad a medias, pero David no quería volver a lo mismo.

– ¿Te habló del trabajo, del bufete?

– Sí, supongo. -Se encogió de hombros-. Hablamos un poco sobre Tartan y Knight.

– Trabajaba conmigo en la compra. Hacía un año que trabajábamos en esa operación. El bufete estaba completamente absorbido.

A Miles le encantaba hablar de negocios. David, aliviado por el cambio de tema, lo complació.

– Por lo que he leído, me sorprende que Knight quisiera vender.

– A mí también me sorprendió que me llamara Henry para decirme que quería vender. Supuse que a Tartan le interesaría. Y claro que a Randall Craig le interesó e hizo una oferta inmediatamente. Eso fue hace un año.

– Vaya, parece que estás perdiendo facultades -lo pinchó David.

– De veras, el mérito no es mío, sino de Henry Knight. Es un tipo raro. No le gusta emplear abogados y sólo contrata contables para cosas puntuales.

– ¿Qué? ¿Oculta algo?

– No; es un excéntrico. Pero mira, excéntrico o no, montó su empresa solo. Ya era rico, así que ahora estará lleno de pasta.

El padre de David se parecía bastante a Henry Knight, así que sabía que la excentricidad podía ser encantadora e irritante al mismo tiempo. También sabía, por su experiencia en la fiscalía, que ese tipo de hombres no son inmunes a las tentaciones delictivas. Quizá Keith no había cometido ningún delito, sino que había descubierto algún problema en los libros de Knight. ¿Había algún inconveniente en el trato? ¿eso lo tenía tan preocupado? ¿O había descubierto irregularidades, algo que podía aparejar una investigación federal? Si era así, ¿por qué no se lo dijo a Miles? ¿O si era algo muy serio, por qué no fue directamente a la fiscalía, al FBI o a la Comisión de Valores?

– ¿En qué trabajaba exactamente Keith? -preguntó David.

– Ya sabes, preparar y reunir toda la documentación necesaria para las declaraciones y garantías ante la Comisión de Valores y Cambios y la Comisión Federal de Comercio. Las formalidades habituales antimonopolio y de la bolsa.

David bajó la voz a pesar de que estaban solos.

– ¿Y qué hay de esas acusaciones del Times de esta mañana?

– Todas mentiras. -Los ojos de Miles destellaron de ira-. Esa periodista se lo ha inventado todo y ha conseguido seguir adelante con toda esa historia durante meses gracias al uso de la palabra “presunto” de vez en cuando.

– ¿Durante meses? No sabía nada.

– Bueno, no era algo que el bufete ni Keith promocionaran. Por suerte, los artículos de Jenner estaban siempre escondidos en la sección de economía.

– ¿Y Keith nunca fue a verte preocupado?

– Sí, claro que estaba preocupado. ¿Tú no lo estarías? Pero lo que escribía esa mujer era infundado. -Miles sacudió la cabeza con tristeza-. Cuando pienso en cómo torturó a Keith… Sin duda debiste de notar lo alterado que estaba.

– Sí, por supuesto. Ojalá me lo hubiera explicado…

No le gustaba hablar de ello. Y por muy infundados que fueran esos artículos, lo avergonzaban profundamente.

– La muerte de su novia tampoco fue de gran ayuda. ¿La conocías?

– No, no vivía aquí. Su muerte fue un golpe muy duro para Keith. Bueno, ahora ya no vale la pena pensar en ello. -Hizo una pausa y dijo-: Ah, aquí está Phil.

¿Ya se lo has preguntado?

– No -respondió Miles-. Te estaba esperando.

– Bien -sonrió Phil a David-, porque quiero que sepas que esta propuesta viene de todos los socios del bufete. Adelante, Miles.

David esperó.

– Hemos sido testigos de tus progresos en la oficina del fiscal -empezó Miles-. Has hecho un trabajo estupendo en China y contra las mafias asiáticas. Todos estamos muy orgullosos de ti.

– Gracias.

– Voy a poner las cartas sobre la mesa -continuó Miles-. Nos gustaría que volvieras al bufete y abrieras una oficina en China. -Levantó la mano para que David lo dejara acabar-. Tenemos mucho trabajo allí, aun sin los negocios de Tartan. Estamos empleando abogados de Pekín. ¿Recuerdas a Nixon Chen, el que vino de China hace unos años para formarse con nosotros?

– No sólo me acuerdo de él sino que comimos juntos hace unos tres meses.

– Pues hace buena parte de nuestro trabajo en China y cobra unos honorarios casi tan altos como los nuestros -dijo Phil-. Le pagamos varios cientos de miles al año por asesoramiento legal. Pensamos por qué tenemos que darle a Nixon todo ese trabajo. Hace tiempo que estamos sopesando la idea de abrir una sucursal en Pekín, pero necesitamos la persona adecuada para montarla y dirigirla.

– ¿Y pensáis que esa persona soy yo?

Phil lo miró con expresión muy seria.

– Escucha, eres un penalista nato. Muchos de tus casos han tenido que ver con grandes empresas de compleja economía, así que también te has convertido en un buen mercantilista.

David no había considerado su carrera bajo esta óptica, pero la apreciación tenía sentido.

– Y tienes algo más -intervino Miles-. Para los chinos son importantes los guan xi, los contactos. Nixon es un Príncipe Rojo, así que sus contactos son impecables. Pero tú también tienes algunos contactos bastante interesantes… en el Ministerio de Seguridad Pública.

– Si estás pensando en Hu-lan, será mejor que lo olvides. Está muy contenta donde está.

– Yo no he mencionado su nombre, sino tú. No le hemos pedido a Hu-lan que abra un bufete. Te lo pedimos a ti.

David meneó la cabeza.

– Gracias, pero a mí también me gusta lo que hago.

– Estamos dispuestos a hacer una oferta sustanciosa -dijo Miles-. Di una cifra.

– El dinero nunca me ha importado.

– Ya lo sabemos, pero si estás dispuesto a estudiar nuestra oferta, estoy seguro de que podremos llegar a un acuerdo. -Miles, al ver la cara de David, sonrió triunfante, como si hubiera pillado a un testigo en una mentira-. Si no estuvieras un poco intrigado, no habrías llegado hasta aquí en la conversación. Piénsatelo y ven a vernos mañana.

– De acuerdo, pero no os garantizo nada.

Miles sonrió satisfecho, convencido de haber ganado, y volvió a mirar a los invitados que aguardaban.

– Apuesto a que Mary Beth se está preguntando dónde me metido, ¿Volvemos?

Mientras regresaban por el sendero que llevaba a la piscina, David preguntó:

– No estoy diciendo que lo haré, pero ¿de cuánto tiempo disponemos?

– El visado no es problema -dijo Miles-. Los chinos te conocen, ya has estado allí. Nos gustaría tenerte en el avión rumbo a Pekín a finales de semana.

– ¡Dios Mío! ¿Por qué tanta prisa?

Miles se detuvo.

– Francamente, pensábamos que tendrías prisa. En China estarás a salvo. Además -Miles se permitió una sonrisa-, podrías reunirte con Hu-lan.

– En realidad -terció Phil-, hace tiempo que nos lo estamos pensando. Tenemos oportunidades en China. Pensábamos hablar con otros abogados, pero ya sabes lo difícil que es integrar gente nueva en un bufete como el nuestro. Tú ya nos conoces, te conocemos. De veras que la única forma de expandirnos como corresponde es con alguien que conozcamos.

“Por esa razón, siempre has sido nuestro primer candidato, pero sabíamos que no ibas a dejar la fiscalía en medio del caso Ave Fénix. Ahora ya ha acabado y, reconozcámoslo, ha llegado la hora de que pases a otra cosa. Así que pensé: si vamos a hacer algo, hagámoslo ya. Ya está preparado todo el trabajo de la operación Knight. Ahora lo único que nos falta son las firmas. Así que pongamos a David allí para que se ocupe de los problemas logísticos de última hora y conozca a toda la cúpula de Tartan. Es una operación que servirá para allanar el camino de la transición y te pondrá en una posición estelar para continuar ocupándote de todos los negocios de Tartan en China. Pero te lo repito: para que todo esto salga bien tenemos que movernos deprisa.