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Todo estaba callado. No se oía a nadie en la casa. Vio cómo dormía el edificio en la primera luz de la mañana, con las ventanas verdes y azules por los reflejos de las hojas. Los delicados pensamientos que había dirigido hacia Mrs. Ramsay parecían rimar con esta casa silenciosa, este humo, este fresco aire del amanecer. Tenue e irreal, este aire era, sin embargo, sorprendentemente puro y embriagador. Confiaba en que nadie abriera una ventana, o saliera de la casa, para que la dejaran en paz con sus pensamientos, para poder seguir pintando. Se volvió al lienzo. Pero, impulsada por alguna clase de curiosidad, atraída por el remordimiento de la compasión que no había sabido manifestar, se acercó unos pasos hasta el borde del jardín, para ver si se veía, abajo, en la playa, cómo se hacía a la mar el grupito. Allí abajo, donde estaban las barcas, algunas tenían las velas recogidas, otras se alejaban poco a poco; era un día de una gran bonanza; había una que se había apartado de las demás. Estaban desplegando la vela en este momento. Decidió que en aquella remota barquita completamente silenciosa se hallaba Mr. Ramsay con Cam y James. Ya habían desplegado la vela, tras unos movimientos de duda, las velas cogieron aire, envueltas en un profundo silencio, y observó cómo la barquita se hacía a la mar con toda deliberación, y dejaba atrás a las demás barcas.