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– ¿Puedo preguntar cuántos clientes se han beneficiado de este proyecto?

– ¿Personas corrientes o médicos? -preguntó Raymond.

– Personas corrientes.

– Unos cien.

– ¿Y alguien ha tenido que hacer uso de su doble?

– Sí, cuatro personas -respondió Raymond-. Se han practicado dos trasplantes de riñón y dos de hígado. Los pacientes evolucionan de maravilla sin medicación y sin síntomas de rechazo. Debo añadir que se cobra una importante suma adicional por el trasplante y que los médicos involucrados obtienen el mismo porcentaje de dicha suma.

– ¿Cuántos médicos trabajan con ustedes? -inquirió Waller.

– Menos de cincuenta. Al principio el reclutamiento fue algo lento, pero ahora se está acelerando.

– ¿Cuánto tiempo hace que funciona el programa? -preguntó Waller.

– Unos seis años -respondió Raymond-. Ha requerido una inversión importante y mucho esfuerzo, pero ahora comienza a pagar con creces. Debo recordarle que usted ingresará en los primeros estadios, de modo que la estructura piramidal lo beneficiará enormemente.

– Parece interesante -admitió Waller-. Dios sabe que me vendrían bien unos ingresos adicionales, ya que cada vez tengo menos pacientes. He de hacer algo antes de perder la consulta.

– Sería una lástima -convino Raymond.

– ¿Puedo pensarlo durante un día o dos? -preguntó Waller.

Raymond se puso en pie. Sabía por experiencia que acababa de marcar otro tanto.

– Desde luego -dijo generosamente-. También le sugiero que llame al doctor Levitz. El lo ha recomendado y está muy satisfecho con el programa.

Cinco minutos después, Raymond salió a la calle y giró hacia el sur por Park Avenue. Caminaba muy animado. Con el cielo azul, el aire puro y las señales de la primavera que se acercaba, se sentía en la gloria, sobre todo por la agradable descarga de adrenalina que siempre le producía un reclutamiento. Incluso los problemas de los últimos días le parecían insignificantes. El futuro era brillante y prometedor.

Pero de repente, una catástrofe inminente surgió de la nada. Abstraído en su reciente triunfo, Raymond bajó del bordillo y estuvo a punto de ser atropellado por un veloz autobús. El viento del vehículo le hizo volar el sombrero, y el agua sucia de las alcantarillas salpicó la pechera de su abrigo de cachemira.

Raymond se balanceó hacia atrás, aturdido, pues acababa de escapar por los pelos de una muerte horrible. Nueva York era una ciudad de cambios bruscos e inesperados.

– ¿Se encuentra bien, amigo? -preguntó un transeúnte entregándole a Raymond su sombrero abollado.

– Estoy bien, gracias -dijo Raymond. Se miró la pechera del abrigo y se sintió enfermo. El incidente parecía metafórico y evocó la ansiedad que había experimentado durante el desafortunado caso Franconi. El barro le recordó su relación con Vinnie Dominick.

Sintiéndose castigado, Raymond cruzó la calle con mucho cuidado. La vida estaba llena de peligros. Mientras andaba hacia la calle Sesenta y cuatro, comenzó a preocuparse por Ios otros dos casos de trasplante. Hasta que se había presentado el problema con Franconi, nunca había pensado en las nefastas consecuencias de una autopsia..

De repente, Raymond decidió comprobar el estado de los otros pacientes. No le cabía duda de que la amenaza de Taylor Cabot había sido real. Si uno de los pacientes era sometido a una autopsia en el futuro por cualquier razón, y la prensa se enteraba de los resultados, todo se iría al garete. Entonces, sin lugar a dudas, GenSys abandonaría el proyecto.

Raymond apuró el paso. Un paciente vivía en Nueva York y el otro en Dallas. Pensó que lo mejor sería telefonear a los médicos que los habían reclutado.