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– Han sido dos días espantosos -suspiró Lou.

– ¿Has estado de juerga toda la noche otra vez? -preguntó Jack.

La cara de Lou tenía una barba incipiente. Llevaba una arrugada camisa azul, con el primer botón desabrochado y la corbata floja y torcida. Su gabardina estilo Colombo parecía la de un vagabundo.

– Ya me gustaría -gruñó Lou-. En los últimos dos días he dormido apenas tres horas. -Saludó a Laurie y se dejó caer pesadamente en una silla junto a la mesa de registros.

– ¿Alguna novedad sobre el caso Franconi? -preguntó Laurie.

– Nada para contentar al capitán, al comandante de zona ni al teniente de alcalde -respondió, afligido-. Vaya cisco. El problema es que van a rodar cabezas. Los de homicidios estamos preocupados porque, si no encontramos alguna pista, seguro que nos usan de chivos expiatorios.

– No fue culpa vuestra que asesinaran a Franconi -dijo Laurie.

– Eso díselo al comisario -replicó Lou. Tomó un ruidoso sorbo de café-. ¿Os importa si fumo? Vale, olvidadlo -dijo al ver la expresión de sus caras-. No sé por qué lo he preguntado. Debo de haber sufrido enajenación mental transitoria.

– ¿Qué habéis descubierto? -preguntó Laurie.

Ella sabía que antes de ser asignado a homicidios, Lou había trabajado en el departamento contra el crimen organizado. Con su experiencia, no había nadie más cualificado para investigar el caso.

– Es obvio que fue un golpe de la familia Vaccaro -respondió Lou-. Lo sabemos por nuestros confidentes. Aunque, puesto que Franconi estaba a punto de testificar, ya lo suponíamos. Nuestra única pista es el arma del crimen.

– Eso debería facilitaros las cosas -dijo Laurie.

– No tanto como crees -repuso Lou-. No es infrecuente que la mafia deje atrás el arma del crimen después de un atentado. La encontramos en un techo, frente al restaurante Positano. Es una Remington con mira telescópica, con dos cartuchos usados. Los casquillos estaban en el techo.

– ¿Huellas dactilares? -preguntó Laurie.

– Las limpiaron -contestó Lou-, pero los muchachos de criminología siguen buscando.

– ¿Han rastreado el arma? -preguntó Jack.

– Sí. La escopeta pertenecía a un cazador de Menlo Park. Pero, como era de esperar, allí terminan las pistas. Al tipo le habían entrado a robar el día anterior. Lo único que se llevaron fue la escopeta.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Laurie.

– Estamos siguiendo algunas pistas -explicó Lou-. Además, todavía nos falta hablar con algunos confidentes. Pero en realidad, lo único que podemos hacer es cruzar los dedos y esperar un golpe de suerte. ¿Y qué me decís vosotros? ¿Tenéis idea de cómo desapareció el cadáver?

– Todavía no, pero me ocuparé de ello personalmente -repuso Laurie.

– Eh, no la animes -protestó Jack-. Es trabajo de Bingham y Washington.

– Tiene razón, Laurie -dijo Lou.

– Claro que la tengo. La última vez que Laurie se metió con la mafia, se la llevaron de aquí en un ataúd. Al menos eso me dijiste.

– Eso fue distinto -dijo Laurie-. No estoy tan metida en este caso como lo estaba en el otro. Creo que es fundamental descubrir cómo desapareció el cadáver, por el bien de este instituto. Y, francamente, dudo mucho de que Bingham y Washington se molesten en averiguarlo. A ellos les conviene que el asunto se desvanezca en el aire.

– Lo entiendo -dijo Lou-. De hecho, creo que si la prensa dejara de atosigarnos, el jefe nos pediría que abandonáramos el caso. Quién sabe.

– Yo me propongo descubrir cómo desapareció -repitió ella con convicción.

– Bien, saber quién y cómo lo hizo podría facilitar mi investigación -dijo Lou-. Lo más probable es que lo haya hecho la misma gente de Vaccaro. Sería lo más lógico.

Jack levantó las manos.

– Me largo de aquí -dijo a Laurie-. Ya veo que no quieres escuchar razones.

De camino hacia la puerta, volvió a tirar de la camisa de Vinnie.

Jack se asomó al despacho de Janice.

– ¿Hay algún dato que no esté en la carpeta que debería saber sobre el tipo que apareció en el mar? -preguntó a la investigadora.

– Lo poco que sabemos está allí -contestó Janice-. Salvo el sitio exacto donde la guardia costera recogió el cadáver. Dijeron que antes de decírmelo tendrían que averiguar si se trataba de información confidencial. Pero no creo que esa información cambie nada. Ninguno de nosotros va a ir allí a buscar la cabeza y las manos.

– Estoy de acuerdo -convino Jack-. Pero hazlos llamar de todos modos. Para que conste en la ficha.

– De acuerdo, le dejaré una nota a Bart -respondió ella.

Bart Arnold era el jefe de investigadores forenses.

– Gracias, Janice -dijo Jack-. Y ahora lárgate de aquí y duerme un poco. -Janice vivía tan entregada a su trabajo que siempre hacía horas extra.

– Un momento. Hay algo que olvidé mencionar en el informe -advirtió Janice-. Cuando recogieron el cuerpo, estaba desnudo. Sin una sola prenda.

Jack asintió con un gesto. Era un dato curioso. Desvestir a un cadáver implicaba un esfuerzo adicional para el asesino.

Jack reflexionó un momento y llegó a la conclusión de que aquel detalle era coherente con el deseo del asesino de ocultar la identidad de la víctima, algo obvio puesto que le faltaban la cabeza y las manos. Se despidió de Janice con un movimiento de mano.

– No me digas que nos toca el tipo que apareció en el mar -protestó Vinnie mientras él y Jack se dirigían al ascensor.

– Vaya, es evidente que no te enteras de nada cuando lees las páginas de deportes. Laurie y yo estuvimos hablando al respecto durante diez minutos.

Subieron al ascensor e iniciaron el descenso hacia la sala de autopsias. Vinnie rehuía la mirada de Jack.

– Estás muy raro, Vinnie. No me digas que te has tomado la desaparición de Franconi como algo personal.

– Déjame en paz.

Mientras Vinnie se ponía el traje de protección, sacaba toda la parafernalia necesaria para la autopsia y colocaba el cuerpo sobre la mesa, Jack repasó los datos de la carpeta para asegurarse de que no había pasado por alto ningún detalle.

Luego fue a buscar las radiografías del cadáver, tomadas en el momento del ingreso.

Jack se puso su propio traje protector, cerrado e impermeable, que incluía una máscara facial y un sistema de ventilación. Por lo general detestaba el traje, pero cuando tenía que trabajar con un ahogado o un cadáver rescatado en el agua, lo soportaba. Como había bromeado antes con Laurie, el olor era la peor parte.

A esa hora de la mañana, Jack y Vinnie estaban solos en la sala de autopsias. Muy a pesar de Vinnie, Jack siempre insistía en comenzar a trabajar a primera hora. A menudo él terminaba su primer caso cuando sus colegas empezaban.

El primer paso del procedimiento era examinar las radiografías y Jack las puso en el negatoscopio. Con las manos en las caderas, retrocedió unos pasos y observó la radiografía anteroposterior de cuerpo completo. Sin manos ni pies, la imagen tenía un aspecto decididamente anormal, como si se tratara de una radiografía de un ser primitivo, no humano.

La otra anomalía era un brillante y denso cúmulo de perdigones en el cuadrante superior derecho. La primera impresión de Jack fue que había varios impactos de bala, no sólo uno. Había demasiadas bolitas metálicas.

Las balas aparecían opacas en la placa y oscurecían cualquier detalle en la zona. A la luz del negatoscopio, se veían blancas.

Jack estaba a punto de pasar a la radiografía lateral cuando notó otra particularidad en el área opaca. En dos sitios, la periferia era extraña, el contorno de la herida se veía más protuberante de lo habitual.

Miró la radiografía lateral y observó la misma anomalía.

Su primera conclusión fue que la explosión había introducido algún material radiopaco en la herida. Quizá se tratara de algún fragmento de la ropa de la víctima.

– Cuando gustes, maestro -dijo Vinnie. Ya lo tenía todo preparado.

Jack se apartó del negatoscopio y se acercó a la mesa de autopsias. El cadáver tenía una palidez espectral bajo la luz fluorescente. Fuera quien fuese, estaba bastante sobrado de peso y no había hecho ningún viaje reciente al Caribe.

– Para citar uno de tus comentarios favoritos -dijo Vinnie-: No parece que este tipo vaya a poder asistir a la fiesta de graduación.

Jack sonrió ante el humor negro de Vinnie. La frase era muy digna de él, lo que indicaba que se había recuperado de su rabieta.

El cuerpo estaba en un estado lamentable, aunque limpio, debido al tiempo transcurrido en el agua. Por cierto, era evidente que ese tiempo había sido breve. Los estragos iban más allá de los diversos impactos de bala en la parte superior del abdomen. No sólo le faltaban la cabeza y las manos, sino que también había anchos y profundos cortes en el torso y los muslos, que dejaban al descubierto vetas de tejido adiposo. Los bordes de todas las heridas eran irregulares.

– Parece que los peces se han dado un buen festín -observó Jack.

– Sí, estupendo.

Los impactos de bala habían dañado y dejado al descubierto varios órganos del abdomen. Una parte de los intestinos estaba a la vista y un riñón colgaba fuera de la herida.

Jack levantó un brazo y examinó los huesos expuestos.

– Yo diría que lo hicieron con una sierra para metales -sugirió Jack.

– ¿Y qué son estos cortes tan grandes? ¿Alguien trató de trincharlo como a un pavo de Navidad?

– No. Supongo que lo atropelló una lancha -dijo Jack-.

Parecen heridas de hélice.

A continuación, Jack inició un escrupuloso examen del exterior del cuerpo. Sabía que con tantas lesiones evidentes era fácil pasar por alto detalles más sutiles. Su meticulosidad dio resultado. En la parte posterior del cuello, justo por en cima de la clavícula, encontró una pequeña lesión circular.

Halló otra similar en el lado izquierdo, debajo de la caja torácica.

– ¿Qué son esas cosas? -preguntó Vinnie.

– No lo sé -respondió Jack-. Parecen heridas por punción.

– ¿Cuántas balas crees que le metieron en la barriga? -pre guntó Vinnie.

– Es difícil asegurarlo -respondió Jack.

– Vaya. No corrieron ningún riesgo -comentó Vinnie-. Es obvio que querían verlo muerto.

Media hora después, cuando Jack estaba a punto de iniciar el examen interno del cadáver, se abrió la puerta y entró Laurie. Tenía una bata blanca y una mascarilla en la cara, pero no llevaba el equipo de las autopsias. Dado que siempre respetaba las reglas y que estaba prohibido entrar en el "foso" sin el traje protector, Jack sospechó algo raro de inmediato.