Movió la cabeza y señaló con la pipa la pared que se elevaba tras ellos, preguntando:
– ¿Has visto lo que hay al otro lado de esa pared?
Wang Lung negó con la cabeza y abrió mucho los ojos. El hombre continuó:
– Llevé ahí a una de mis esclavas para venderla y vi muchas cosas. No me creerías si te contase cómo corre el dinero en esa casa. Te diré esto: incluso los criados comen con palillos de marfil y plata y hasta las esclavas llevan pendientes de jade y perlas; también se cosen perlas en los zapatos, y cuando éstos tienen un poquitín de barro o una rotura que ni tú ni yo la llamaríamos así, los tiran, con perlas y todo.
El hombre dio una fuerte chupada a su pipa. Wang Lung, con la boca abierta, le escuchaba. ¡Al otro lado de la pared ocurrían, pues, tales cosas!
– Hay recursos cuando los ricos son demasiado ricos -dijo de nuevo el hombre, y guardó silencio durante un rato.
Luego, como si no hubiera dicho nada, añadió indiferentemente:
– Bueno, al trabajo otra vez,
Pero Wang Lung no pudo dormir aquella noche pensando en la plata, oro y perlas que se hallaban al otra lado de la pared contra la que su cuerpo descansaba vestido, con la ropa que llevaba día tras día, porque no tenía colcha con que cubrirse, y echado sobre unos ladrillos y una esterilla por todo lecho. Y de nuevo sintió la tentación de vender a la niña y se dijo:
"Quizá sería mejor venderla a una casa rica para que pudiese comer exquisiteces y llevar joyas si tiene la suerte de ser bonita y gustarle a un gran señor."
Pero, contra su voluntad, se contestó a si mismo y pensó de nuevo:
"Bueno, y aunque la vendiese, no vale lo que pesa en oro y rubíes. Si nos diesen lo necesario para regresar a la tierra, ¿de dónde saldrá lo preciso para comprar un buey y la mesa, y camas y bancos nuevamente? ¿Voy a vender una criatura para que podamos morirnos de hambre allá en lugar de aquí? No tenemos ni simiente para sembrar los campos."
Y no lograba comprender a qué podía referirse aquel hombre cuando decía: "Hay un recurso cuando los ricos son demasiado ricos."