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Poco a poco, mi madre comenzó a salir de su depresión. Tras el parto, se le permitió disfrutar de treinta días de vacaciones reglamentarias que pasó con su suegra y la tía Jun-ying. Sin embargo, cuando regresó al trabajo se trasladó a un nuevo puesto en la Liga de Juventudes Comunistas de la ciudad de Yibin, a la sazón ocupada en una absoluta reorganización de la región. La región de Yibin, que ocupa un área de unos diecinueve mil quinientos kilómetros cuadrados y cuenta con una población de más de dos millones de personas, fue nuevamente dividida en nueve condados rurales y una ciudad, Yibin. Mi padre se convirtió en miembro del comité de cuatro personas que gobernaba la totalidad de la región, así como en jefe del Departamento de Asuntos Públicos de la misma.

Aquella reorganización supuso el traslado de la señora Mi y la llegada de una nueva superiora para mi madre: la Jefa del Departamento de Asuntos Públicos de la ciudad de Yibin, bajo cuyo control se hallaba la Liga de las Juventudes. A pesar de las normas formales, la personalidad del superior resultaba para cualquier persona mucho más importante en la China comunista que en Occidente. La actitud del jefe es la actitud del Partido. El hecho de tener un jefe agradable puede suponer una diferencia esencial en la vida de cada uno.

La nueva jefa de mi madre era una mujer llamada Zhang Xi-ting. Tanto ella como su marido habían pertenecido a una unidad militar que formaba parte de las fuerzas encargadas de conquistar el Tíbet en 1950. Sichuan representaba el estacionamiento previo de las fuerzas destinadas a dicha región, que los chinos han consideraban poco menos que el quinto pino. Ambos habían solicitado ser licenciados y, en su lugar, habían sido enviados a Yibin. El marido de Zhang Xi-ting se llamaba Liu Jie-ting. Había cambiado su nombre a Jie-ting («Unido a Ting») como prueba de la admiración que sentía por su mujer. La pareja llegó a ser conocida como «los dos Tings».

En primavera, mi madre fue ascendida a Jefa de la Liga de Juventudes, un puesto importante para una mujer que aún no había cumplido los veinte años de edad. Para entonces, ya había recobrado su equilibrio y gran parte de su antigua vitalidad. Tal era, pues, la atmósfera en la que fui concebida, en junio de 1951.