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De todas las posibilidades que el hombre tiene de hacer un resumen de sí mismo el drama es la menos engañosa.

Siempre que a los ingleses les van mal las cosas, me entra una gran admiración por su Parlamento. Es como un alma hecha de luces y sonidos, un modelo delegado en el que, ante los ojos de todos, tiene lugar lo que de otro modo permanecería secreto. Además de la libertad de la que están hablando siempre, los hombres han conseguido aquí una libertad desconocida: la de contar en público pecados políticos y ser absueltos de ellos por una instancia terrena. Aquí existe una posibilidad de atacar a los poderosos como no se encuentra en ninguna otra parte. No por esto son menos poderosos; de sus decisiones pende realmente todo; es cierto que tienen la seguridad propia de su condición, pero no el engreimiento, porque el Parlamento les quita del todo las ganas de tenerlo. Seiscientos ambiciosos se vigilan unos a otros en el más mínimo detalle; las debilidades no pueden quedan ocultas; los aspectos positivos se toman en cuenta mientras lo son. Todo ocurre a la vista de todo el mundo. A uno le están citando continuamente. Pero, en medio del trajín diario, uno puede estar al margen y avisar de los peligros a los demás. Aquí, el profeta, con sólo que tenga suficiente paciencia, puede esperar. Aprende a expresarse de manera que el mundo le entienda. La primera condición de eficacia de las manifestaciones que se hacen aquí es su claridad. Y por muy enmarañado que esté el verdadero juego por conseguir el poder, de puertas afuera lo que hay son exigencias y empeños perfectamente delimitados.

No hay nada más curioso que este pueblo, la forma como resuelve de un modo ritual, deportivo, sus asuntos más importantes y cómo no se sale de estos modos ni aun cuando está con el agua al cuello.

La novela no debe tener prisa. Antes, incluso la prisa podía pertenecer a su esfera; ahora la ha tomado el cine. Comparada con el film, la novela apresurada se quedará siempre corta. La novela, como criatura de épocas más tranquilas, puede que aporte algo de su vieja calma a nuestro moderno apresuramiento. A mucha gente podría servirles de cámara lenta; podría incitarles a la perseverancia; podría sustituir las vacías meditaciones de sus cultos.

Tiene el ingenio de su maldad, la falta de memoria de sus años, la limitación de su sexo y la brutalidad de su profesión: un gran general.

Odio la eterna disposición para la verdad, la verdad como costumbre, la verdad por obligación. Que la verdad sea una tormenta y que, una vez ha limpiado el aire, pase. La verdad tiene que caer como un rayo, de otro modo no tiene efecto. Quien la conoce debe temerla. La verdad no debe convertirse nunca en el perro del hombre; ¡ay de aquel que la llama con un silbido! No hay que llevarla atada de una correa, no hay que llevarla en la boca. No hay que darle de comer, no hay que medirla; hay que dejarla que crezca en su terrible paz. Hasta Dios se ha ocupado de un modo demasiado confidencial de la verdad, y ha muerto asfixiado en ella.

El hombre tiene la eternidad que le dé el ocuparse de lo eterno… si no se ahoga en esta ocupación.

Los animales no sospechan que nosotros les damos nombres. O lo sospechan, y entonces es por esto por lo que nos temen.

Se muere con excesiva facilidad. Habría que morir de un modo mucho más difícil.

Un país de eternidad ilimitada: hay que andar días y días para encontrar a uno que mueva levemente el dedo meñique; por lo demás, todos están sentados alrededor mudos y como estatuas egipcias.

Los ingleses no tienen escritas sus leyes, las llevan consigo a donde quiera que vayan.

En Inglaterra las palabras enflaquecen.

Tendrá que haber judíos todavía cuando el último judío haya sido eliminado.

El peligro más grande del que el hombre debe protegerse conforme va adquiriendo mayor grado de conciencia es el rápido cambio de luz bajo el cual, cada vez más, se le manifiestan las cosas y las convicciones. Todo se hace fluido; lo más fluido se hace visible; uno no termina con nada; cada muro tiene su puerta; detrás sigue habiendo algo; las mismas flores se ofrecen en colores nuevos; la calzada, dura como el granito, se reblandece hasta convertirse en barro. Uno puede haber estado deseando durante veinte años algo muy concreto y, una vez adquirido un grado mayor de conciencia, dejar de desearlo. Lo que uno encontraba feo se desenmascara en forma de múltiples y hermosas imágenes: se esfuman después de una danza leve y centelleante. Todo se hace posible; el desagrado se debilita; el juicio sobre algo se dobla como una brizna de hierba bajo el viento; los huesos se alargan hasta adquirir cualquier longitud; un pensamiento tiene tanta sangre como uno quiere; y el hombre, que ha llegado a serlo todo, es también capaz de todo.

¡Cuántos objetos tuvo que hacer primero el hombre para poder llegar a una filosofía del materialismo!

La vivencia central de Swift es el poder. Es un Poderoso impedido. Sus ataques satíricos están en lugar de sentencias de muerte. Estas, durante su vida, le fueron negadas, han pasado a sus sátiras. De ahí que, en el más estricto sentido de la palabra, aquellas sátiras sean lo más terrible que jamás haya podido realizar un escritor.

Swift copia reinos, transforma reinos; las cortes no dejan de inquietarle. Presenta siempre de un modo sarcástico la forma cómo las cortes organizan sus Imperios: jamás se olvida de hacerlo notar al lector – es lo único que le hace notar – lo mucho mejor que él podría organizar estos Imperios.

De ahí que el Diario a Stella sea un documento único, porque, de un modo desnudo y sin maquillaje alguno, sólo con algunas pretensiones falsas muestra al hombre de espíritu que, en medio del despiadado sistema bipartidista de su tiempo, está a la espera del poder y que no puede conseguirlo porque mira con demasiado detalle los entresijos de este sistema.

Estas almas de gusano, ¿cómo van a comprender que lo importante es despreciar el dinero, aun cuando uno lo necesite?

Uno está contento de ver que los deseos de los demás se cumplen, sobre todo cuando uno mismo no ha hecho nada para ello: como si hubiera una complacencia y un oído invisibles, quién sabe dónde.

Actúa como jamás podrías volver a actuar.

El hombre de éxito únicamente oye aplausos. Para todo lo demás está sordo.

Todas las dominaciones del mundo que han tenido lugar en el pasado, todos los desprecios, opresiones, sojuzgamientos, se han concentrado en el corazón enfermo de un solo hombre, a él, lo contrario del chivo expiatorio, le ha tocado la tierra, y él la castiga por toda su historia.

Jamás he tenido noticia de un hombre que haya atacado al poder sin quererlo para sí, y en esto los moralistas religiosos son los peores.

La vida monstruosa que los perros llevan entre ellos: el más pequeño puede ir con el más grande y, en determinadas circunstancias, puede llegar a tener crías. Mucho antes que nosotros los perros viven entre monstruos y enanos que, no obstante, son sus semejantes y tienen su misma lengua.!La de cosas que pueden ocurrirles! ¡Qué parejas tan grotescamente distintas se buscan! ¡Cómo se temen, cómo se sienten atraídos por lo más maligno! Y siempre cerca de sus dioses, un silbido y la vuelta al riguroso mundo de las cargas simbólicas.

Muchas veces parece como si todo el mundo religioso que nos hemos imaginado, con demonios, enanos, espíritus, ángeles y dioses, estuviera tomado de la realidad de los perros. Ya sea porque hemos presentado nuestras múltiples formas de creer tomando como modelo a los perros, ya sea porque empezamos a ser hombres desde que tenemos perros; como sea, el caso es que leemos en ellos lo que nosotros, propiamente, somos y hacemos, y es de suponer que la mayoría de los señores están más agradecidos a este saber sordo y romo que a los dioses de los que están hablando siempre.

La música es el mejor de los consuelos por el solo hecho de no crear palabras nuevas. Incluso cuando se les pone música a unas palabras, su magia sobrepasa y borra el peligro que ellas conllevan. Pero cuando es más pura es cuando se toca para sí misma. Uno cree en ella de un modo incondicionado, porque la seguridad que infunde es una seguridad de los sentimientos. Su fluencia es más libre que todo lo que parece posible en el ser humano, y en esta libertad está la salvación. Cuanto más poblada esté la tierra y cuanto más domine la máquina en la configuración de la vida del hombre, tanto más imprescindible se va a hacer la música. Vendrá un tiempo en que sólo por ella podrá el hombre escapar a las estrechas mallas de las funciones, y el dejarla como una inmensa reserva de libertad, una reserva libre de toda influencia, va a ser la tarea más importante de la vida espiritual del futuro. La música es la verdadera historia viviente de la Humanidad, una historia de la cual, sin ella, sólo poseemos partes muertas. No es preciso que saquemos de ella nada porque ella está siempre entre nosotros, y basta con oír ingenuamente; todo lo que no sea esto es un aprender inútil.

Lo que es un tigre lo sé realmente desde que he leído el poema de Blake.

Los milagros como mezquinos restos de las viejas y pictóricas metamorfosis.

Cualquier tonto puede, siempre que le venga en gana, perturbar al espíritu más complicado.

La promesa de la inmortalidad basta para levantar una religión. La simple orden de matar basta para exterminar a tres cuartas partes de la Humanidad. ¿Qué quieren los hombres? ¿Vivir o morir? Quieren vivir y matar, y mientras quieran esto tendrán que contentarse con las distintas promesas de inmortalidad.

Algunas frases no empiezan a soltar su veneno hasta al cabo de años.

Lo que para el pobre es la esperanza, es para el rico el heredero.