No está en manos de Dios el poder salvar de la muerte a un solo hombre. Ahí está el carácter uno y único de Dios.
El comportamiento externo del hombre es tan equívoco que a uno le basta con manifestarse tal como es para vivir de un modo totalmente desconocido y oculto.
Una guerra ocurre siempre como si la Humanidad no hubiera llegado aún al concepto de justicia.
La Historia conserva cosas distintas de las que conservan todas las anteriores formas de tradición. Es difícil determinar qué cosas; a la Historia la vemos antes que nada como una especie de ley del talión de las masas – un proceso que hubiera quedado fijado definitivamente -, pero una venganza de todas las masas, y es justamente esto lo que la rige. La historia vela por la eternización de todas las religiones, las naciones y las clases. Pues, de entre ellas, incluso las más pacíficas le han extraído alguna vez la sangre a alguien, y la historia lo vocea con lealtad al cielo. Mucho se ha intentado hacer contra ella, pero no hay quién escape. Es la serpiente gigante que tiene atenazado al mundo. Como una especie de antiquísimo vampiro, le chupa la sangre del cerebro a cada nuevo ser. No hay quien resista el espectáculo de ver cómo en infinidad de lenguas distintas se dan exactamente las mismas órdenes. Las más abyectas formas de fe, unas creencias de las que todo el mundo debería avergonzarse, las mantiene vivas demostrando que son antiguas. Todavía no ha habido nadie que haya tenido que darle las gracias excepto unos cuantos sacerdotes miopes y éstos, sin ella, todavía serían más insignificantes. Se objetará que la historia ha llevado a la Tierra a un estadio muy cercano a la unificación, pero a qué precio; además, ¿está unificada ya la Tierra? Tengo la impresión de que antes la historia era mejor, o por lo menos más inofensiva: antes, cuando en algunas ocasiones aún se perdía. Hoy las cadenas de la letra escrita la han atado a sí misma para siempre. Ofrece a los siglos venideros los documentos más falsos, más mentirosos y más bajos. Hoy en día no hay quien pueda cerrar un trato sin que se sepa al cabo de mil años. No hay quien pueda venir al mundo sin que los demás lo noten; lo menos que se hará con él es tenerlo en cuenta en una estadística. No hay quien pueda pensar, no hay quien pueda respirar, la historia inficiona el hálito puro del hombre y hace que sus palabras le den vueltas en la cabeza. ¡Cuánta fuerza debería tener un Hércules que la asfixiara! Será más fácil vencer a la muerte que a la Historia y la única que se aprovechará de esta victoria será ésta.
La Humanidad, como todo, no podrá jamás volver a conformarse .
Se necesitan años para destruir el amor de un ser humano, pero ninguna vida será bastante larga para lamentar este crimen, que es más que un crimen.
La ley de las compensaciones en la vida psíquica: no es posible hacerle a otro nada, por muy secreto que sea, sin que a uno le ocurra lo correspondiente. Podría ser que el desquite estuviera contenido ya en la manera como actuamos.
La idea de una religión futura de la que en estos momentos no sabemos absolutamente nada, tiene algo de indescriptiblemente torturador.
Al usar sus giros y sus palabras preferidas, los hombres son literalmente inocentes. No sospechan de qué modo se están traicionando cuando, sin ton ni son, van diciendo cosas del modo más inofensivo. Piensan que cuando hablan de otras cosas están silenciando un secreto, pero he aquí que, de repente, hosco y amenazador, de las expresiones más frecuentes, surge su secreto.
El hombre más bajo: aquel a quien se le han cumplido todos sus deseos.
El mismo Dios fue quien metió la serpiente en el cuerpo de Adán y Eva, y todo dependía de que ella no le traicionara. Este animal venenoso se ha mantenido hasta hoy fiel a Dios.
La muerte de Moliére: No puede dejar la representación; los grandes papeles que él hace y el aplauso que por ello recibe de la multitud que llena el teatro suponen demasiado para él. Sus amigos le piden una y otra vez que deje la actuación, pero él rechaza estos bienintencionados consejos. El mismo día de su muerte declara que no puede quitarles su paga a los actores. En realidad, lo que a él le importa es el aplauso del público, parece que sin él no puede vivir. Lo curioso es que el día de su entierro una multitud de enemigos se agolpa ante su casa, el negativo de aquella multitud que acudía al teatro. Está formada por gente de mentalidad clerical; sin embargo, como si supieran que, de un modo misterioso, tienen que ver con aquella multitud que antes aplaudía, permiten que se les disperse echándoles dinero, es la devolución del dinero de las entradas.
Distintas lenguas que uno debería conocer: una para su madre, lengua que luego ya no vuelve a hablar nunca más; una sólo para leer y en la que nunca se atreverá a escribir; una para rezar y de la que no entiende ni una palabra; una para contar y a la que pertenece todo lo que tiene que ver con el dinero; una para escribir (pero no para escribir cartas); una para viajar, en ésta se pueden escribir cartas también.
El hecho de que haya distintas lenguas es lo más terrible del mundo. Significa que para las mismas cosas hay distintos nombres; además habría que poner en duda que se trate de las mismas cosas, Detrás de toda ciencia del lenguaje se oculta el afán de reducir las lenguas a una. La historia de la torre de Babel es la historia del segundo pecado original. Una vez hubieron perdido la inocencia y la vida eterna, los hombres, de un modo artificial, valiéndose de su ingenio, quisieron llegar hasta el cielo. Primero probaron la fruta del árbol del bien y del mal, luego aprendieron las artes de éste y subieron directo hacia el cielo. Por esto les fue arrebatado lo que todavía guardaban después del pecado original: el tener los mismos nombres. Esta acción de Dios fue la más diabólica de cuantas se hayan cometido jamás. La confusión de los nombres fue la confusión de su propia creación, y no se puede comprender para qué llegó a salvar algunas cosas del Diluvio Universal.
Si los hombres tuvieran en sus mentes la más ligera idea, el más leve y descomprometido barrunto del vivir y del trajinar en el mundo se horrorizarían de muchas de sus palabras y de sus frases como si fuesen veneno.
Siempre que uno observa con detalle a un animal tiene la sensación de que dentro hay un hombre que se está burlando de él.
Sobre el drama. Poco a poco voy viendo con claridad que en el drama he querido realizar algo que proviene de la música. He manejado constelaciones de personajes como si fueran temas. La resistencia fundamental que he notado en el momento de «desarrollar» personajes (como si fueran hombres de carne y hueso) hace pensar en el hecho de que también en la música se reparten los instrumentos. Así que uno se ha decidido por éste o por aquel instrumento, está atado a él; mientras dura la obra no puede transformarlo en otro instrumento. Algo del hermoso rigor de la música descansa en esta claridad de los instrumentos.
La reducción del personaje dramático a un animal enlaza muy bien con este modo de ver las cosas. Cada instrumento es un animal muy concreto, o por lo menos un ser particular de límites perfectamente definidos, que sólo permite que se le toque según su modo de ser propio. En el drama uno tiene el poder divino, que está muy por encima de todas las demás artes, de inventar nuevos animales, es decir, nuevos instrumentos, nuevos seres, y, de acuerdo con su ensamblamiento temático, inventar una forma que tiene siempre una plasmación distinta. De ahí que, mientras haya nuevos «animales», habrá siempre un número inagotable de formas distintas de drama. Por esto, la creación, tanto si está agotada como si ha sido superada por la velocidad del hombre, se trasladará de un modo absolutamente literal al drama.
Habría que demostrar hasta qué punto la ópera ha confundido al drama. El drama musical es la cursilería más sucia y más repulsiva que se ha inventado jamás. El drama es una forma muy particular de música y sólo en contadas ocasiones y en una medida muy escasa, tolera a la música como condimento. No hay forma de armonizar instrumentos con personajes, a no ser que éstos se conviertan en figuras alegóricas y, desde un punto de vista dramático, pierdan toda su importancia y todo su significado; son sólo animales de fábula los que allí actúan; al convertirse la música en el todo de la obra el drama pierde su importancia.
No sirve de nada; uno puede cantarse coros a sí mismo, admirar a caníbales, estar doscientos años bajando por el tronco de un árbol al que antes había trepado; uno puede encerrar al mes como a un loco, en inofensivas cruzadas ir de peregrinación a Palestina con toda una quincallería en el cuerpo, escuchar a Buda, amansar a Mahoma, creer en Cristo, vigilar un capullo, pintar una flor, malograr la aparición de una fruta; uno puede también ir detrás del sol, así que éste se dobla; enseñar a los perros a maullar, a los gatos a ladrar, devolverle todos los dientes a un centenario, cosechar bosques, regar calvas, castrar vacas, ordeñar bueyes; uno puede hacerlo todo con excesiva facilidad (termina uno tan rápidamente con todo), aprender la lengua del hombre de Neanderthal, cortar los brazos de Shiva, quitar de las cabezas de Brahma los Vedas que están anticuados, vestir los Vedas desnudos; impedir que en los cielos de Dios canten los coros de ángeles, espolear a Lao-Tse; incitar a Confucio a que asesine a su padre, arrebatarle a Sócrates la copa de cicuta; quitarle de la boca la inmortalidad; uno puede…, pero no sirve de nada, no hay nada que sirva para nada, no hay qué hacer, no hay más pensamiento que éste: ¿cuándo se dejará de asesinar ?
¡Oh, un estetoscopio, un estetoscopio fino para identificar a los generales en el seno materno!
Jamás los hombres han sabido menos de sí mismos que en esta «era de la Psicología». No pueden estar quietos. Escapan de sus propias metamorfosis. No están a la espera de ellas, las anticipan; prefieren serlo todo menos lo que podrían ser. Recorren en automóvil los paisajes de su propia alma, y como sólo se detienen en los puestos de gasolina, piensan que están hechos de gasolina. Sus ingenieros no construyen otra cosa que puestos de gasolina: lo que comen huele a gasolina. Sueñan en charcos negros.