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Un invento que falta todavía: hacer reversibles las explosiones.

Dos tipos de personas: a unos les interesa lo estable de la vida, la posición que es posible alcanzar, como esposa, director de escuela, miembro de consejo de administración, alcalde; tienen siempre la vista fija en este punto que un día se metieron en la cabeza; incluso a los demás hombres no los pueden ver si no es rodeando este punto; y no hay más que posiciones, todo lo demás que está alrededor no cuenta y lo pasan por alto sin enterarse siquiera de que existe. El otro tipo de personas quieren libertad, sobre todo libertad frente a lo establecido. Les interesa el cambio; el salto en el que lo que está en juego no son escalones, sino aberturas. No pueden resistir ninguna puerta ni ninguna ventana y su dirección es siempre hacia afuera. Saldrían corriendo de un trono del cual, en caso de que estuvieran sentados en él, ninguno de los del primer grupo sería capaz de levantarse ni un milímetro.

La inmensa vanidad que hay en todo trato con Dios, como si alguien estuviera gritando continuamente: ¡a imagen y semejanza! ¡a imagen y semejanza!

Venimos de muchas cosas, nos movemos hacia demasiado pocas.

El grado de precisión de las noticias varía según el modo como son transmitidas. Vino un mensajero a toda prisa, su excitación se transmitió al destinatario. Había que actuar inmediatamente. La excitación se convirtió en fe en el mensaje. Una carta es algo más tranquilo, aunque sólo sea porque estuvo escondida mientras pasaba de uno a otro. Uno cree en ella pero con reserva y no se siente forzado a contestar inmediatamente actuando. El telegrama une a algunas propiedades de la carta con las del antiguo mensajero moral. Sin duda es secreto, desconocido para el que lo lleva, pero dirigido a una sola persona; es algo todavía más repentino que el mensajero; tiene algo de la muerte y por esto infunde mucho más miedo. A un telegrama se le da crédito. No hay nada más penoso que descubrir que le han engañado a uno con un telegrama.

Es hermoso decirle a alguien: te amaré siempre ¡Pero cuando luego uno de verdad lo hace!

Del hombre más insignificante es de quien más se aprende. Lo que le falta se lo debemos nosotros. Sin él no es posible valorar esta deuda. Pero ella es justamente aquello para lo cual vivimos.

Sobre lo bello . En lo bello hay algo muy conocido y familiar, pero está muy lejos; como si no hubiera podido ser nunca conocido y familiar. De ahí que lo bello sea a la vez algo estimulante y frío. Así que uno va a buscarlo, deja de ser bello. Pero tenemos que reconocerlo, si no ya no nos estimula. Lo bello tiene siempre algo de sustraído. Estuvo una vez ahí y luego, durante mucho tiempo, muy lejos; por esto el volver a verlo es algo inesperado. No permite que lo amemos, pero sentimos nostalgia de él. Los misteriosos caminos de su ausencia lo han hecho más rico que todo lo que tenemos en. nosotros.

Lo bello tiene que quedarse fuera . Hay pocos furiosos que creen ser bellos; pero incluso ellos saben que el único modo de llegar a serlo es desde fuera. La «belleza interior» es una contradicción en sí misma. Los espejos han traído más belleza al mundo; llegan a presentarnos incluso este alejamiento; mucho de la belleza más antigua puede provenir de ver las cosas reflejadas en el agua. Pero los espejos se han convertido en algo demasiado frecuente. De ahí que las más de las veces no den más que lo esperado. Son los más bastos los que creen que lo bello se contradice a sí mismo. Para el hombre puede llegar a ser bello todo aquello que durante mucho tiempo fue conocido y familiar, que fue sustraído y que luego vuelve de un modo inesperado. El difunto amado se convierte en hermoso cuando lo vemos, pero ya no sabemos que está muerto y que no podemos amarle: en el sueño.

A todo lo antiguo le es fácil ser bello porque hace tiempo que fue sepultado y desapareció. Las huellas de lo desaparecido, en forma de pátina, ayudan mucho a la belleza; no es lo antiguo en sí lo que uno valora en ellas, sino lo antiguo que, a lo largo de los siglos, no fue posible ver. La belleza quiere ser reencontrada después de largas distancias y espacios de tiempo.

La arrogancia conceptual como la más baja de las arrogancias: podría tener reunido un inmenso caudal de monedas para comprar más, pero no quiero cambiar ninguna, por avaricia.

Un chino roba en Cambridge un complejo de Edipo y luego lo introduce secretamente en China.

Las naciones deberían prestarse unas a otras sus signatarios para dos meses Y este tipo de personas tendrían que estar viajando siempre pronunciando los mismos discursos en muchas lenguas y haciendo las guerras y las paces en el coche-cama.

Los diálogos de Confucio son el primer retrato espiritual completo de un hombre; es sorprendente cuánto puede uno expresar en 500 notas; qué plenitud y qué coherencia se consigue con ellos; qué comprensible se hace, y qué incomprensiblemente grande, como si las lagunas fueran sólo pliegues de una túnica totalmente intencionados.

Después de un juego de casi veinte años, China, al fin, llegará a ser realmente una patria. Es reconfortante ver cómo en un espíritu no se pierde nada, y ¿no sería esto un motivo suficiente para vivir mucho tiempo o incluso eternamente?

En ningún sitio le parece a uno tan adecuada la palabra «civilización» como en todo lo que tiene que ver con China. la disciplina y la indisciplina, en su interacción mutua, se pueden estudiar aquí con la mayor exactitud. Lo que en el mejor de los casos puede salir de los hombres sin que por ello éstos se deshumanicen; lo que en el peor de los casos siguen siendo éstos sin que se vuelva a perder lo ganado anteriormente: tanto el cambio como la permanencia se presentan aquí de un modo totalmente singular y siguen vivos aún en nuestros días.

En los textos religiosos de los chinos se siente uno completamente en un mundo propio, como en la infancia: en ellos se habla tantas veces del cielo…

Creo que amo a los chinos también por este motivo, porque la relación entre un hermano mayor y un hermano menor la han puesto entre las cinco relaciones humanas fundamentales.

El gusano de seda es una expresión de lo chino más profunda aún que la escritura.

Una auténtica revolución china consistiría en la supresión de los puntos cardinales.

¡Cuántas buenas palabras hay! ¡Cómo, cuando se olvida de sí mismo , puede uno amansar su vanidad, sus ansias de tener siempre razón, de dominar sus mil y un espejos!

¡Oh, si yo pudiera ser el que se deja engañar por todo el mundo y lo soporta tranquilamente y no pierde lo más mínimo de sí mismo y ama a todos y, sin embargo, los ve como son y no se envanece de ello en absoluto! Hay ratos en los que los hombres que se quieren mucho se acusan unos a otros de todos los crímenes de los que sin duda no son capaces. Como si se debieran unos a otros las peores cosas y como si el que ninguno de ellos esté preparándose para poner en práctica aquello de lo que se acusan no les inspirara más que desprecio. «Me has robado», dicen, con esta súplica oculta: «¿Por qué no lo haces?» «Me has hundido». Estas palabras contienen estas otras: «¡Húndeme de una vez! «Me has asesinados. Esta frase está en lugar de una ardiente súplica: «¡Mátame, mátame!»

Tal vez de esta manera se expresa el deseo de que en el otro haya una pasión real que no se arredre ante nada, ni ante las consecuencias de un asesinato; y el verdadero sentimiento de las inmensas proporciones de un amor que hubiera echado de este mundo su propio objeto y que en este momento hubiera cobrado para siempre consciencia de este objeto.

Las frases hechas más falsas tienen un máximo atractivo mientras todavía hay gente que las emplea en serio.

Uno que no puede nunca ser neutral. En guerras que ni le van ni le vienen está en los dos bandos.

No se puede respirar, todo está lleno de victoria.

Con los terribles acontecimientos de Alemania ha cobrado la vida una nueva responsabilidad. Antes, durante la guerra, él estaba completamente solo. Lo que pensaba lo pensaba para todos; es cierto que en el futuro tendría que comparecer a juicio para dar cuenta de ello, pero a ninguno de los que vivían en su tiempo les debía explicación alguna. Les habían ocurrido demasiadas cosas, se contentaban con ráfagas de vida; respirar a pleno pulmón no les era posible; habían fracasado. En aquel tiempo todavía le parecía que pensar y escribir en esta lengua alemana no tenía ninguna significación profunda. En otra lengua hubiera encontrado lo mismo; el azar le había elegido ésta. Le era dócil; se podía servir de ella; era todavía rica y oscura; no demasiado llana para las cosas profundas en busca de las cuales iba; no era demasiado china, ni demasiado inglesa; el elemento pedagógico-moral con el que, naturalmente, tenía también que vérselas no le cerraba el paso para llegar a determinados conocimientos; es de ellos precisamente de donde fluía. La lengua, ciertamente, lo era, a su manera, todo; pero no era nada en comparación con su libertad.

Hoy, con el hundimiento de Alemania, todo esto ha cambiado para él. La gente de allí va a salir muy pronto en busca de la lengua que les han robado y deformado. El que en los tiempos de la más extrema enajenación la haya mantenido pura tendrá que abandonarla. Es cierto que sigue viviendo para todos y que tendrá que vivir siempre solo, responsable de sí mismo como instancia suprema: pero ahora les debe a los alemanes su lengua; la ha mantenido limpia, pero ahora ha de marcharse con ella, con amor y gratitud, con intereses e intereses de intereses.

Leer todas las utopías, sobre todo las antiguas, para buscar lo que la gente de entonces olvidó y abandonó, para compararlo con lo que hemos olvidado nosotros.

De los superlativos sale una fuerza destructora.

Hoy ya no es posible salvar ni siquiera los nombres de todos los dioses antiguos. Los inmortales, los inmortales, ¿cómo han podido equivocarse así sobre la vida de la Tierra?