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Tengo todas las propiedades de un hombre religioso, Pero tengo también el profundo, íntimo imperativo de escapar del coto cerrado de cualquier fe. Es posible que al estudiar las sectas esté poniendo en práctica estas dos cualidades contradictorias.

Uno quiere conocer con exactitud todo aquello por lo que los hombres estuvieron siempre dispuestos a morir.

El hermano silencioso: un hombre, a quien durante muchos años hemos visto, se ha vuelto mudo y, de repente, sale así a nuestro encuentro.

Los sueños tienen siempre algo de joven; para el que sueña son nuevos. Incluso en los casos en los que cree reconocerlos, jamás tienen el carácter de repetición y desgaste que es propio del estado de vigilia. Brillan con los colores del paraíso y en sus terrores se le bautiza a uno con los nombres más inauditos.

Aquella mujer que en una reunión reconoció que aún no había tenido nunca un sueño; y a los ojos de todos ya se había transformado en un mono.

El que va a ver a los que interpretan los sueños dilapida lo mejor que tiene y por ello merece la esclavitud en la que irremediablemente cae.

Una reunión de todos los dioses que ha habido a lo largo de la historia: lo extraños que se resultan unos a otros, sus lenguas, sus trajes; y de qué manera ellos – ¡dioses! – tienen que palparse unos a otros para entenderse.

Un egipcio se encuentra con un chino y cambia una momia por un antepasado.

No despreciar a nadie por lo que cree. Lo que tú crees no depende en absoluto de ti. Aceptar cualquier fe de un modo ingenuo y sin animadversión. De este modo, sólo de este modo, hay una ligerísima esperanza de que llegues a conocer la naturaleza de la fe.

El que no cree en Dios toma sobre sí todas las culpas contraídas con el mundo.

Pronunciando un discurso adquiere uno demasiada grandeza; finge para sí mismo las opiniones y los sentimientos más nobles. Abusa del modo caricaturesco como la habitual ordinariez del hombre se manifiesta en palabras sucias y falsas. Las religiones padecen todas de un mal: al predicador se le permite hablar mucho tiempo y además con autocomplacencia. De este modo sus palabras están cada vez más lejos y, en vez de llegar al corazón de los que le escuchan, lo que hace es echar leña al fuego de su vanidad.