– Ichiro, pero ¿qué haces? Si sigues así, te quedas sin cine. Ichiro, ya basta. Ichiro se puso en pie de un brinco y gritó:

– ¡Hey yu Silver!

– Ichiro, ¡siéntate! Aún no has terminado.

– ¿Y tía Noriko?

– Está hablando con tu madre. Vamos Ichiro, todavía no has terminado el dibujo. ¡Ichiro!

Sin hacerme caso, salió corriendo de la habitación gritando:

– ¡El Llanero Solitario! ¡Hey yu Silver!

Durante los minutos que siguieron, no recuerdo muy bien lo que hice. Supongo que permanecí sentado en la habitación del piano, mirando los dibujos de Ichiro, sin pensar en nada especial. Es algo que me ocurre muy a menudo últimamente. Al final me puse de pie y fui a buscar a mi familia.

A Setsuko la encontré sentada, sola, en la terraza, contemplando el jardín. El sol seguía brillando pero hacía más fresco. Al llegar yo, Setsuko se volvió y me puso un cojín en un sitio donde daba el sol.

– Padre, hemos hecho té -dijo-, ¿le apetece un poco?

Se lo agradecí y, mientras me servía, me quedé observando el jardín.

Nuestro jardín, a pesar de la guerra, tenía muy buen aspecto y seguía siendo el mismo que Akira Sugimura había diseñado hacía unos cuarenta años. En el otro extremo, cerca del muro del fondo, Noriko e Ichiro examinaban un bambú. Este arbusto, así como los demás árboles y plantas del jardín, por orden de Sugimura había sido trasplantado a éste ya crecido, desde algún otro lugar de la ciudad. Se dice que Sugimura, cuando paseaba, escudriñaba a través de las verjas de los jardines y si encontraba algún árbol o arbusto que le gustaba, ofrecía al propietario grandes sumas de dinero para que se lo vendiera. Verdad o no, es evidente que sabía elegir. El resultado fue, y sigue siendo, un jardín de una armonía espléndida, con un diseño tan libre y espontáneo, que nadie diría que se trata de un jardín artificial.

– Noriko siempre ha sido muy buena con los niños -dijo Setsuko mirándolos a los dos-. Ichiro le ha cogido mucho cariño.

– Qué gran chico es Ichiro -dije-. A diferencia de casi todos los niños de su edad, no es nada tímido.

– Espero que no le haya molestado mucho. A veces es muy obstinado. Si en algún momento se pone pesado, no dude en regañarle.

– Pero si nos llevamos muy bien. Hemos estado dibujando juntos.

– ¿De verdad? Le encanta dibujar.

– También me ha ofrecido una pequeña representación. Es muy buen actor.

– Ah, sí, eso lo hace muchas veces.

– Las palabras que dice, ¿se las inventa? He intentado comprender lo que decía, pero no entendí nada. Mi hija reprimió la risa con la mano.

– Eso es que estaba jugando a los vaqueros. Cuando juega a los vaqueros, hace como si hablara en inglés.

– ¡En inglés! Vaya, vaya. Conque era eso.

– Un día lo llevamos a ver una película americana. Era una película del Oeste, y, desde ese día, le encanta jugar a los vaqueros. Tuvimos incluso que comprarle un sombrero. Está convencido de que con esos sonidos imita a los vaqueros. Le debe de haber resultado rarísimo.

– Entonces era eso -dije riéndome-. ¡Mi nieto se ha convertido en un vaquero!

La brisa mecía las hojas del jardín. Noriko estaba acurrucada junto al farol de piedra, cerca del muro del fondo, señalándole algo a Ichiro con el dedo.

– Y pensar -dije suspirando- que hace sólo unos pocos años a Ichiro no le habrían permitido ver ese tipo de películas. Sin apartar su mirada del jardín, Setsuko dijo:

– Suichi piensa que más vale que le gusten los vaqueros a que idolatre a gente como Miyamoto Musashi. Suichi piensa que ahora, para los niños, los mejores ejemplos son los héroes americanos.

– ¿Ah, sí? ¿Así es como piensa Suichi?

Ichiro parecía no interesarse por el farol de piedra, porque vimos cómo tiraba con fuerza del brazo de su tía. Setsuko, a mi lado, sonrió un poco violenta.

– Es muy insolente, este niño. Siempre arrastra a la gente de un lado para otro. ¡Qué modales!

– A propósito -dije-, Ichiro y yo vamos mañana al cine.

– ¿De verdad?

E inmediatamente noté que Setsuko no parecía estar muy de acuerdo.

– Sí -dije-, parece que le apasiona el monstruo prehistórico. Pero no te preocupes, el periódico dice que es una película apta para niños de su edad.

– No, si de eso estoy segura.

– La verdad es que había pensado que podríamos ir todos. Sería como una salida familiar. Setsuko carraspeó nerviosa:

– Sería muy divertido. Claro, a menos que Noriko haya hecho también sus planes para mañana.

– ¿Tú crees? ¿Qué planes?

– Creo que ha pensado que fuésemos todos al parque de los ciervos. Aunque también podríamos ir otro día.

– No tenía la menor idea de que Noriko hubiese hecho planes. En cualquier caso, no me ha comentado nada. Yo ya le he dicho a Ichiro que mañana iremos al cine a ver esa película. Ahora no voy a desilusionarlo.

– Sí, creo que le gustará mucho ir al cine.

Ichiro subía por el sendero del jardín, llevando de la mano a Noriko. Yo les habría hablado enseguida de mis planes para el día siguiente, pero en vez de quedarse en la terraza, se metieron dentro para lavarse las manos. Hasta después de la cena, por lo tanto, no pude hablar del tema.

Aunque durante el día el comedor resulte algo lúgubre, dado que apenas entra el sol, después del atardecer, cuando encendemos la pantalla de encima de la mesa, el ambiente es más acogedor. Aquella noche, después de llevar un rato sentados alrededor de la mesa leyendo revistas y periódicos, le dije a mi nieto:

– Y bien, Ichiro, ¿ya le has dicho a tu tía lo de mañana? Ichiro levantó la mirada de su libro, algo confuso.

– ¿Nos llevamos a las mujeres, sí o no? -dije-. Recuerda lo que hablamos. Quizá les dé demasiado miedo.

Esta vez me comprendió y sonrió burlonamente.

– Sí, a tía Noriko quizá le dé mucho miedo -dijo-. ¿Le gustaría ir con nosotros, tía Noriko?

– ¿Ir adonde, Ichiro-san? -preguntó Noriko.

– Al cine, a ver la película del monstruo.

– Había pensado que podríamos ir mañana todos al cine -expliqué yo-. Salir en familia, vamos.

– ¿Mañana? -Noriko me miró y después se volvió hacia mi nieto-. Pero Ichiro, mañana no podemos. ¿No te acuerdas de que tenemos que ir al parque de los ciervos?

– Los ciervos pueden esperar -dije-. Al chico le hace ilusión ver la película.

– Ni hablar -dijo Noriko-. Ya está todo decidido. Y a la vuelta, le haremos una visita a la señora Watanabe. Tiene ganas de conocer a Ichiro. Ya lo habíamos decidido hace tiempo. ¿Verdad, Ichiro?

– Es usted muy amable -intervino Setsuko-, pero como es natural la señora Watanabe nos estará esperando. Quizá sería mejor dejar el cine para pasado mañana.

– Pero a Ichiro le hacía mucha ilusión -protesté-. ¿No es cierto, Ichiro? Estas mujeres, ¡qué pesadas son!

Ichiro, que parecía estar absorto en su libro, ni siquiera me miró.

– Vamos, díselo, Ichiro -insistí.

Pero mi nieto siguió con la mirada clavada en el libro.

– ¡Ichiro!

De pronto dejó caer el libro en la mesa, se levantó y salió corriendo de la habitación en dirección al salón del piano. Yo me reí.

– ¿Veis? -le dije a Noriko-. Le habéis decepcionado. Deberíais haber dejado las cosas como estaban.

– Padre, no sea ridículo. Hace tiempo que habíamos quedado con la señora Watanabe. Además, es absurdo llevar a Ichiro a una película de ésas. No le gustan, ¿verdad que no, Setsuko?

Mi hija mayor sonrió incómoda.

– Padre, es muy amable -dijo-, quizá pasado mañana…

Me encogí de hombros y suspiré. Seguí leyendo el periódico y seguidamente, al ver que ninguna de las dos se ocupaba de Ichiro, me levanté y fui a buscarlo al salón del piano.

Ichiro, como no llegaba al cordón de la lámpara del techo, había encendido la lamparita de encima del piano. Se había sentado en el taburete, con un lado de la cabeza apoyado sobre la tapa. Como tenía media cara pegada a la madera oscura del piano, sus rasgos aparecían deformados. Aun así, pude captar su mal humor.

– Lo lamento, Ichiro -dije-. Pero no te preocupes. Iremos pasado mañana.

Al ver que no reaccionaba, le dije:

– Vamos Ichiro, no hay que darle tanta importancia.

Me acerqué a la ventana. Fuera ya era de noche y no vi más que mi reflejo y el de la habitación a mis espaldas en el cristal. En la otra habitación, las mujeres hablaban en voz baja.

– Vamos, Ichiro, anímate -le dije-. No tienes por qué preocuparte. Iremos pasado mañana, te lo prometo.

Cuando me volví hacia él, seguía con la cabeza apoyada en la tapa del piano, pero con los dedos daba golpecitos como si estuviese tocando las teclas.

Sonreí.

– Bien, Ichiro. Iremos pasado mañana. ¿O es que vamos a permitir que las mujeres nos den órdenes? -Y volví a sonreír-. Me parece que les da mucho miedo ir a ver esa película, ¿no crees.

Mi nieto tampoco reaccionó esta vez, aunque siguió dando golpecítos con los dedos sobre la tapa del piano. Decidí que era mejor dejarlo en paz durante un rato. Me reí otra vez y volví al comedor.

Mis hijas estaban sentadas en silencio, leyendo revistas. Me senté y suspiré profundamente, pero ninguna de las dos se inmutó. Ya había vuelto a ponerme las gafas y me disponía a leer cuando Noriko dijo en voz baja:

– Padre, ¿le preparo un poco de té? -Eres muy amable, Noriko. Pero ahora no me apetece.

– ¿Y a ti, Setsuko?

– No, gracias. Tampoco me apetece.

Seguimos leyendo. Al cabo de un rato, Setsuko dijo:

– Padre, ¿piensa venir mañana con nosotras? Así saldríamos igual en familia.

– Me gustaría mucho, pero tengo unas cosas pendientes para mañana.

– ¿Cómo? -me espetó Noriko-. ¿Qué cosas son ésas? -Y volviéndose a Setsuko dijo-: No le hagas caso. No tiene nada que hacer. Se quedará todo el día en casa, afligido. Es lo que hace siempre.

– Estaría muy bien que nos acompañase usted, padre -insistió Setsuko.

– De verdad lo siento -dije mirando otra vez el periódico-, pero tengo un par de cosas pendientes.

– O sea, ¿que va a quedarse solo en casa? -preguntó Noriko.

– Si os vais todos, está claro que sí. Setsuko tosió muy educadamente y después dijo:

– Entonces quizá también me quede yo. Hasta ahora hemos tenido muy pocas ocasiones de hablar padre y yo.

Desde el otro lado de la mesa, Noriko se quedó mirando fijamente a su hermana:

– Pero Setsuko, no has hecho todo este viaje para pasarte el día encerrada en casa. ¿Por qué vas a tener que quedarte sin salir?