Изменить стиль страницы

– ¿Por qué no ha venido Morel en persona?

– Dice que se ha visto obligado a marcharse de Castelnau para atender un asunto urgente que le llevará unos días, no más de tres, confía. -Debía de tener mucha prisa, porque la nota garabateada no llevaba ni saludo ni firma.

– ¿Adonde puedo ir? -murmuró Claire-. Los niños…

– Iremos a Burdeos. Por el río. -Stephen habló con calma, sin vacilar. La secuencia de rápidas imágenes siempre había estado allí, esperando a ser reclamadas-. Cruzaremos los campos hasta estar río abajo de Castelnau y buscaremos un bote que nos lleve. Estaremos a salvo… solo controlan las carreteras.

Lo miraron con fijeza. En su cabello desordenado se reflejaba la poca luz que había en la habitación con los postigos cerrados. Uno de sus puños estaba salpicado de añil.

Él pensó: Esta tarde contiene el resto de mi vida. El pasado retrocedió como un promontorio verde; él se separó de él, por encima de las olas, confiando en el horizonte.

– No hay tiempo que perder -les recordó-. Deberíamos seguir el consejo de Morel y partir enseguida.

– Los niños…

– Están arriba, dormidos. -Sophie cogió la mano de su hermana, ayudándole a levantarse-. Ven conmigo… te necesitarán. Te prepararé una bolsa con tus cosas.

– Solo lo imprescindible -dijo Stephen.

Clarie se dirigió a él como si estuvieran solos en la habitación.

– No tienes por qué hacerlo. Si te encuentran conmigo, ayudándonos…

– No van a encontrar a nadie. Me ocuparé de los caballos. -Y salió.

Metiendo las prendas de tamaño inverosímil de los niños en una bolsa bordada con aves negras, Sophie pensó por fin en Hubert y se estremeció.

Pero Joseph, insistía su corazón egoísta, ¿dónde está Joseph?

La forma en que bajaba la vista al entrar en una habitación llena de gente, sus manos.

13

Sé que estarás ansiosa por conocer todos los detalles de mi viaje. Así pues, aunque espero verte antes de mañana al amanecer y satisfacer plenamente tu curiosidad, he decidido poner por escrito algunas impresiones del viaje, para que sepas que estás presente en mis pensamientos esta tarde, como lo estás de hecho a cada instante de cada día.

»La belleza del paisaje al norte del Garona es tan asombrosa y tan variada que solo trataré de describirla someramente. Conforme dejas Cahors, la montaña de roca se eleva tan empinada que temes que pueda caer sobre la ciudad. Pero las tierras altas te ofrecen una perspectiva excelente y profunda de crestas, valles y suaves lomas. Hacia última hora de la mañana cabalgaba por un paisaje verde, si bien escarpado, todo colina y valle. Había bosques de castaños colgantes, valles profundos por donde corría rápido el río centelleante, pequeños y bonitos pueblos aferrados a los acantilados que se elevaban por encima. Por aquí se cultivan mucho los nogales, así como centeno y trigo, y por supuesto viñedos. Alrededor de la una me encontré cruzando una avenida de moreras; los deliciosos frutos eran de color purpúreo rojizo, los más dulces que jamás he probado.

»Las casas aumentan la belleza del paisaje: blancas, cuadradas, con sus tejados bastante planos y solo unas pocas ventanas. Me dicen que muchos de los campesinos son dueños de su propia tierra. De todos modos, a pesar del aire de bienestar general, he visto mujeres raquíticas y descalzas a un lado de la carretera, agachándose para llenar sus delantales de hierbajos para sus vacas, el sol cayendo implacable sobre ellas. De modo que debo concluir que, incluso donde el campo es más rico, siempre hay quienes, por las circunstancias de su nacimiento, se ven excluidos de compartir la prosperidad que los rodea. Llevamos cinco años de Revolución, tal vez sean precisos quinientos para ver cierta mejora en la miseria de esas vidas.

»Por la tarde, un campo ondulado, calcáreo, se extendía muy blanco y deslumbrante bajo el sol. Habría temido por los cascos de mi yegua, pero la carretera era excelente, de granito fino, firme y llana, afortunadamente libre de piedras. No se ven los Pirineos, por supuesto. Imagino la estupefacción del forastero que ha viajado día tras día hacia el sur en una estación como esta, sin sospechar jamás la existencia de las montañas… hasta que una buena mañana se despierta y ve que la bruma se ha disipado, se avecinan lluvias… ¡y delante de sus narices hay enormes picos nevados!

»Sé que te preguntarás qué he estado comiendo en estos lugares extraños -¡al menos tu padre seguro que lo hace!-, así que permite que te asegure que acabo de terminar una cena satisfactoria que consistía en sopa de acedera, paloma, guisantes verdes, mollejas de ternera, galletas, nectarinas, una botella de buen vino tinto y una copita de licor de nuez, todo por noventa y cuatro sous. Esta es la cena que sirven en el Soleil d'Or, no muy lejos de Moissac, donde he tomado una habitación para pasar la noche. La posada está extraordinariamente limpia, y la habitación encalada y no con los habituales tapices mugrientos colgando donde se reproducen las arañas y las polillas sin que nadie las moleste. La muchacha que me ha atendido tenía un aspecto igualmente limpio y pulcro; el casero, por otra parte, era un mugriento anciano con bigotes de villano, una peluca aterradora (donde seguro que corrieron a refugiarse las arañas y las polillas cuando quemaron los tapices a mediados del pasado siglo) y mirada estrábica. La muchacha es su sobrina, y es tan lista y atractiva como desaliñado y corto de entendederas es su tío. Durante la cena ella ha contado una historia de lo más entretenida.»

Aquí se detuvo y, después de reflexionar, tachó la última frase y media.

«Pero veo que he olvidado decir algo de Cahors. Bueno, no me extraña, ya que me pareció, de hecho, un lugar poco atractivo, las calles ni anchas ni rectas, sino apretujadas, mal construidas, sucias, malolientes. Todo lo contrario de Castelnau, con sus bonitas casas y hermosos paseos. La posada en que me alojé se llamaba Poisson Rouge, un escuálido establecimiento con cuatro camas en cada habitación y en las paredes por lo menos ocho tipos de papel pintado de colores que se mataban. (Un paréntesis para recordarnos a los dos que cuando estemos casados -esta frase me gusta tanto que la escribiré una segunda vez-, cuando estemos casados, debemos ir sin falta a Montpellier, una ciudad que seguramente te resultará encantadora en todos los sentidos.)

»Pero volviendo a Cahors (cosa que espero de todo corazón no tener que hacer), me vi obligado a quedarme más tiempo del que tenía previsto, ya que la persona a la que tenía que ver no pudo recibirme inmediatamente. Sin embargo, una vez que esta se vio libre de sus obligaciones, el asunto que me había llevado allí fue rápidamente despachado; para alivio mío, ya que no quería pasar más que una noche en la Poisson Rouge, aun cuando no te tuviera a ti como incentivo para volver corriendo a casa. Pero aquí debería señalar, en caso de que te parezca solo desagradable y criticón, que el vino que ha dado fama a la ciudad es verdaderamente excelente. El verdadero vin de Gréve, como lo llaman, viene de los viñedos de las colinas rocosas justo al sur de Cahors, y recibe su nombre por el suelo de grava de la región. Bebí una botella de seis años que me costó solo dieciocho sous, un precio muy moderado para un vino tan espléndido, con tanto cuerpo. Pero tendrás ocasión de juzgarlo por ti misma, ya que tengo dos botellas más en la bolsa y las beberemos juntos mañana por la noche.

»Sophie, he visto tantas cosas que me gustaría describirte: los bories, cabañas cónicas construidas con piedras grises y planas, muy comunes en estos parajes; o un campo de hierba lleno de florecitas doradas, brillantes como monedas, y otras de color purpúreo y puntiagudas que tú reconocerías enseguida. Pero al leer lo que he escrito veo que pasa revista de lo extraño, raro y absurdo, presentando una cortina de humo de exotismo cuando, como todos los relatos de viajes, todo el interés que pueda tener está únicamente en cuánto revela del corazón del viajero. Que en este caso, querida mía, tiene cabida para poca cosa más que el anhelo y el amor por ti. Apenas me atrevo a imaginar lo tristes y horribles que deben de haber sido estos días para tu familia, y hubiera hecho cualquier cosa por estar a tu lado en estos momentos tan difíciles. Pero no ha podido ser, como comprenderás mañana, cuando te revele la razón de mi viaje. De modo que cuando leas estas líneas, me habrás perdonado, espero, por lo que parece la más pura deserción; y confío en que la primera separación que hemos tenido que soportar sea también la última.»

14

El juez, con fular blanco y toga negra, se sentó en una ocasión al lado de Saint-Pierre en una cena oficial y terminó la velada desplomándose de bruces sobre un soufflé de chocolate. Una década después, Saint-Pierre todavía recuerda la profunda decepción que sintió al tener que conformarse con una Charlotte de manzana.

Repara en que alguien ha olvidado quitar el polvo al busto de Marat que hay sobre un pedestal cerca de la puerta: de la nariz a la oreja del mártir se extienden unos hilos plateados, y la araña, pequeña y marrón, se acurruca como un lunar en la comisura de la boca. Esta evidencia de la falibilidad humana, esta pequeña imperfección en el buen funcionamiento del sistema, tranquiliza a Saint-Pierre. La eficiencia está a la orden del día. Hasta ahora él no ha comprendido cómo esta se vuelve contra los prisioneros: si las cosas ocurren lo bastante deprisa, parecen inevitables. Te arrestan; veinticuatro horas más tarde te juzgan y luego… Pero Saint-Pierre cierra los ojos. La sala del tribunal está atestada y mal ventilada, lo que tal vez explique las dificultades que tiene para respirar.

Morel les envió una carta, eso lo recuerda con claridad: la luz del sol listada y entrando oblicuamente en una habitación con los postigos cerrados. Las tardes no están hechas para las despedidas, piensa, hay algo en el duro ángulo amarillo de la luz que vuelve los gestos rígidos y excesivamente ensayados. Los niños, despertados bruscamente y sometidos a besos, estaban adormilados y predispuestos a quejarse. Sabe que estuvo torpe, estrechando a Claire con tanta fuerza contra su pecho que al final esta luchó por liberarse. Aquella noche la había pasado caminando: en el huerto bochornoso junto al río interminable. Imaginó centinelas apostados a intervalos a lo largo de la carretera para detenerla; faroles levantados a lo largo de la orilla, un alto gritado al bote que se desliza por aguas oscuras.

¿Por qué no está él allí con ella? ¿Cómo puede habérsela confiado a Fletcher?