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– No tan sabida -protestó Vázquez-, aún hay cabos sueltos, como la muerte de Irene Vidal.

– Eso está claro -respondió Ansúrez-, cien millones siempre cunden más entre dos, sobre todo si forman pareja, que entre tres, así que el Sebas decidió darle el pasaporte a la tercera pata del banco. Lo malo es que un banco con dos patas tiene muy poca estabilidad. El problema del Sebas fue que se pasó de listo. De hecho ideó un plan que de sofisticado que era no podía funcionar, demasiado rocambolesco para mi gusto. Su idea inicial era que el padre Gajate y tú murierais de manera que pareciera que os habíais asesinado mutuamente y, cuando la policía llegara, encontraría tres cadáveres y dos maletas totalmente calcinadas, de ese modo se pensaría que el dinero había sido destruido en un incendio. Para evitar suspicacias algunos de los billetes buenos quedarían incólumes, acrecentando la teoría de la destrucción del dinero.

– Has hablado de tres cadáveres, ¿de quién sería el tercero?

– Esa era la guinda del calenturiento pastel mental del Sebas. Como teóricamente él estaba fuera de juego lo único que había que solucionar era la tapadera de su chica, ya sabes, María Luisa o Verónica, como prefieras, así que no se le ocurrió mejor idea que secuestrar a una joven con características físicas parecidas para hacerla perecer en el incendio que se provocaría tras vuestro asesinato y conseguir que todos pensáramos que era su chica quien había fallecido, con lo que no sería perseguida por la policía. Ingenioso pero, como te he dicho, demasiado sofisticado. El pobre imbécil tuvo que involucrar en ese asunto a una de sus putas y una cosa llevó a otra, hasta el hecho de asesinar a un dentista para que no pudieran averiguar la auténtica identidad de la mujer que iba a ocupar el lugar de María Luisa, ¡cómo si hoy en día no hubiera métodos más avanzados para conseguirlo!, en fin, un auténtico desastre. Además, la desconfianza que tenía Irene Vidal hacia sus dos cómplices la llevó a dejar un indicio que si bien no era concluyente no por ello dejaba de atraer la atención hacia ellos dos. La verdad es que no teníamos ninguna prueba suficiente para detenerlos pero sí para someterlos a vigilancia.

– Después de oírte pienso que todo encaja pero no puedo evitar el estar completamente sorprendido.

– ¿Cuál es el motivo de tu sorpresa?

– Como te he dicho pienso que todo encaja pero aun así creo que me ocultas algo. No es posible que por un mero ejercicio de deducción hayas llegado a esas conclusiones. Supongo que llevaríais tiempo controlando a ese trío y que yo he sido un simple cebo que os ha conducido hasta ellos.

El comisario Ansúrez, haciendo caso omiso de las últimas palabras pronunciadas por su antiguo colega se levantó de su butaca y se dirigió hacia una de las dos grandes ventanas que proporcionaban una gran luminosidad al salón. La abrió y miró ensoñadoramente hacia el infinito.

– Parece mentira -dijo ajeno al comentario del padre Vázquez-, cualquier persona que viera el hermoso cielo que luce sobre esta asquerosa ciudad diría que disfrutamos de un día perfecto y que la vida es bella, sin embargo aquí estamos, charlando tranquilamente mientras a nuestros pies reposan dos cadáveres.

Sin alejarse de la ventana Ansúrez dejó de mirar a su través y volviéndose fijó sus ojos de nuevo en Vázquez. Cuando volvió a hablar su tono se había endurecido y la pistola que hasta ese instante había reposado indolentemente en su mano apuntaba al corazón del sacerdote.

– Has perdido cualidades, Emilio, pero no eres tonto del todo. Efectivamente sé demasiadas cosas, más de las que hubiera podido averiguar en estos últimos días pero no quiero dejarte sumido en la ignorancia. Lo sé todo porque yo he sido el instigador del plan. ¿Te extraña? Pues es verdad, jamás se me ocurriría mentirle a un condenado a muerte. Yo tenía amistad con la familia Iztueta y conocía sus entresijos, también tenía controlados al Sebas y a María Luisa y, por último, te conocía a ti directamente y había tenido acceso al historial del padre Gajate, así que era el único que tenía en sus manos todos los triunfos de la baraja. Todo el plan fue idea mía, hasta las alucinaciones que he achacado al imbécil del Sebas. Cuando le insinué que si secuestraba a una joven de parecido aspecto físico al de María Luisa ésta quedaría libre de cualquier posterior investigación pensó que yo era un auténtico genio. Era un perfecto idiota y no lamento para nada su muerte. La de la joven sí es lamentable pero desgraciadamente necesaria.

– No veo el motivo.

– No tienes imaginación, con el secuestro y muerte de la chica el Sebas estaba, si cabe, más en mis manos. En fin, afortunadamente todo va a concluir y el plan se mantiene sólo que con algún muerto más. Dentro de poco habrá un incendio en esta vivienda que calcinará vuestros cadáveres así como gran parte de los cien millones, de los falsos, por supuesto, y al cabo de unos días el comisario Ansúrez, tras una ardua investigación, comunicará al juez de guardia sus conclusiones, básicamente parecidas a las que ya te he narrado, con la sutil diferencia de que en ellas aparecerá como héroe y no como villano.

– ¿Por qué lo has hecho? -preguntó el padre Vázquez-, ¿por el dinero? ¿Tanto has cambiado? Si los recuerdos no me traicionan tú eres de los pocos policías de mi época que nunca se pringó en ningún asunto sucio.

– Lo sé, y siempre lo llevé con orgullo pero, no, no ha sido por dinero. Lo he hecho por Alicia.

– ¿Por Alicia? ¿Quién es Alicia?

– Es irónico, vas a morir por causa de una mujer a la que ni siquiera conoces, pues bien, yo te lo diré, Alicia era la mujer del coronel Garrido y, por si no lo recuerdas, murió en un atentado que tú pudiste haber evitado pero que preferiste que siguiera adelante. ¿Sorprendido? No debieras estarlo, yo no soy un funcionario ministerial al que lo único que le interesa son los resultados de un operativo contra una organización terrorista, yo soy un buen policía que sabe atar cabos y llegar a conclusiones. Tu historial, Emilio, siempre te precedió y aunque nunca tuviste problemas con la justicia algunos cuantos colegas conocíamos parte de tus andanzas. No fue muy difícil para mí descubrir tus malas relaciones con Garrido, que se remontaban a la época de la infancia, y tu resentimiento actual contra él por haberte hecho alguna que otra putada de gran calibre. Tampoco me fue difícil presionar al teniente Arroyo, entre nosotros debo confesarte que una vez se propasó con una de las chicas del Sebas a la que causó graves lesiones y desde entonces come en mi mano, y con todos los datos juntos comprendí que tú eras el causante, tal vez indirecto pero primordial, de la muerte de Alicia.

»¿No dices nada? -preguntó Ansúrez comprobando que Vázquez permanecía en silencio-, ¿no sientes curiosidad por llegar al final del asunto? ¿O tal vez lo has adivinado ya? Si piensas lo que me imagino estás en lo cierto, tú siempre has creído que todo este asunto provenía de un intento de venganza y era cierto, sólo que te equivocabas de vengador. El padre Gajate era un infeliz al que engañamos fácilmente, yo, Antonio Ansúrez Galdós, soy el auténtico vengador. Tal vez para conseguirlo he hecho cosas innobles pero mi objetivo final era justo, acabar con la persona que asesinó a Alicia, a mi amada y adorada Alicia.

«Supongo que conocerás mejor que yo las peculiaridades del coronel Garrido, su absoluta indiferencia por todo lo relativo al sexo, posiblemente debido a alguna inclinación heterodoxa pero que, como militar que era, controlaba férreamente. La verdad es que nunca dio que hablar acerca de ello e incluso intentó cambiar radicalmente de vida cuando se casó pero tras el fallido embarazo de su mujer nunca volvió a hacer uso del matrimonio. Eso lo sé porque ella misma me lo dijo. La pobre Alicia pasó unos años muy malos culpabilizándose por la situación hasta que nos conocimos e intimamos.

»Tú sabes que desde que murió Carmen no he estado con ninguna mujer, salvo esporádicos escarceos con profesionales, pero con los hijos ya mayores y fuera del cascarón me sentía solo, terriblemente solo. Quizá nuestro encuentro fue el de dos soledades pero el caso es que nos enamoramos como dos chiquillos. Nunca hubiera creído que a nuestra edad pudieran revivir sentimientos que consideraba totalmente periclitados pero eso mismo fue lo que sucedió. Tal vez el hecho de ver próximo el final del camino nos hizo amarnos más apasionadamente si cabe pero, en fin, no quiero parecer demasiado almibarado así que concluiré en seguida. Yo amaba a Alicia, la mujer del coronel Garrido y, por tu culpa, ella murió así que te juzgué, te condené y en pocos segundos voy a ejecutar la sentencia. ¿Ya tienes todas las respuestas que querías?

– Más o menos, lo que no entiendo es por qué has tenido que matar a tanta gente inocente, no hubiera sido difícil pegarme un tiro en cualquier momento.

– Lo pensé pero eso no me garantizaba la impunidad que me puede garantizar el plan que he ideado. Además, matarte de un tiro es muy fácil, te mueres y se acabó todo, igual hasta vas a ese cielo que predicas en los sermones dominicales. No, amigo mío, no, nunca pensé ponerte fáciles las cosas, antes de morir tenías que saber que por tu culpa había muerto mucha más gente. Esas muertes caerán sobre tu conciencia tanto como sobre la mía. Además, ¿de qué serviría vengarse si el objeto de la venganza muere sin saber cuál ha sido el motivo? Es como cuando se le gasta una broma a un amigo, si no se da cuenta de que está haciendo el ridículo la broma pierde toda su gracia. Pero dejémonos de chacharas. He venido a matarte y eso es lo que voy a hacer.

La cabeza te duele terriblemente, como aquella vez en que de niño te tomaste tres sorbos de la botella de anís que guardaba tu madre en el armario, pero eso te alegra, si sientes dolor es que estás vivo, no has muerto como pensabas cuando, tras recibir el golpe, te sumergiste en una honda negrura. Y sin embargo, quizá fuera mejor estar muerto, ahora que has comprobado que eres un auténtico desastre, un verdadero muñidor de la mala suerte, no, de la mala suerte no, de la mala muerte, piensas haciendo un macabro juego de palabras.

Siempre has intentado evitarla pero al final siempre ha sido tu compañera, primero tu padre, luego tu hermano Mikel, Jokin, el alcalde de tu pueblo, siempre huyendo pero siempre vencido, siempre rodeado por sangre derramada violentamente. Y ahora esto, a pesar del dolor lo recuerdas todo con extraordinaria precisión, has sido como un muñeco que manejaban a su antojo, ¡y pensar que te ilusionaba la idea de tener un hijo con María Luisa!, no se puede ser más necio ni más ingenuo.