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– Lo he encontrado, lo he encontrado.

El objeto de su alegría era una tarjeta raída en una de sus esquinas y amarillenta por el paso del tiempo en el que podía leerse un nombre, Gimnasio del Nuevo Sol Naciente, S. Coop., así como un número de teléfono y una dirección correspondiente a una calle de Vallecas. Desde la misma recepción del club llamaron al teléfono que aparecía en la tarjeta pero una voz ronca y hostil les dijo que eso era una carnicería y que dejaran de molestar, colgando acto seguido sin despedirse. Los dos policías, con la anuencia de la recepcionista, se hicieron cargo de la tarjeta y comprobando que no iban a conseguir nada más de su visita se despidieron de sus interlocutores. Estaba claro que ignoraban cualquier cosa acerca del asesinato de Irene Vidal y que la tarjeta era una especie de mensaje críptico difícil de descubrir para quien no tuviera los medios suficientes, pero fácil de descifrar para quien, como un detective o un policía, dispusiera del tiempo y los medios suficientes. Y aunque aún no habían desenredado la madeja, el hecho de que se hubiera reconocido a la mujer de la fotografía era un dato alentador. No sabían hasta dónde podría llevarles finalmente, pero por lo menos se había abierto una línea de investigación.

Sin grandes esperanzas se subieron al coche del inspector Mendoza y se dirigieron a Vallecas, a la dirección que constaba en la tarjeta. Cuando llegaron allí no había vestigios de la existencia de ningún gimnasio. El inmueble no tenía portero pero indagando entre la vecindad descubrieron que efectivamente, hace ya varios años hubo un gimnasio, aunque no funcionó mucho, la verdad es que entre la gente del barrio no tuvo mucho éxito, casi siempre venía gente de fuera, con aspecto fino, ¿me entienden?, se les veía poco acostumbrados a trabajar, vamos, a trabajar con sus manos quiero decir, señoritos y gente así, y tías buenas, muy buenas, que no creo que vinieran a hacer kárate precisamente, no sé si me explico, aunque claro, al final todo se sabe y esas tías en realidad se dedicaban a otro tipo de deporte, si lo hubiera sabido a tiempo les hubiera echado un tiento, aunque me temo que con lo que cobro yo al mes no tendría ni para un casto beso en la mejilla, los pobres ya se sabe, un revolcón que otro con la mujer, que más parece un castigo que otra cosa y cuando se ahorran tres perras a por una de esas drogatas que por cuatro chavos te lo hacen, desesperadas que están para poder picarse, en fin, los pobres además de estar jodidos no podemos joder, así es la vida.

Por más que hablaron con la vecindad todas las respuestas eran del mismo jaez, todos les confirmaban que había habido un gimnasio y que había desaparecido envuelto en una nube de escándalo pero nadie supo darles razón del auténtico motivo ni de la nueva dirección, los propietarios del club nunca se habían preocupado de recoger la posible correspondencia que suele seguir llegando, durante un tiempo, a todo domicilio desalojado ni habían dejado recado de dónde podía serles enviada.

Como estaba oscureciendo y aún le quedaban gestiones por hacer Rojas llamó a Bilbao para comunicar a Ansúrez que por un día más abusaría de su apartamento y pedirle que gestionara ante el departamento de habilitación la concesión de dietas por estancia en la capital. Tras haber escuchado al otro lado del teléfono una serie de exabruptos del tono pero qué te crees tú que es la vida, qué morro le echáis los jóvenes de ahora y en mis tiempos nosotros corríamos con los gastos se despidió del comisario con la tranquilidad de quien sabía que su petición no había caído en saco roto y aceptó el ofrecimiento del inspector Mendoza de conocer un poco la movida nocturna madrileña.

Le despertó una llamada telefónica efectuada por Mendoza a las ocho de la mañana, conminándole a espabilarse y recordándole que tenían una tarea pendiente. Con la boca pastosa y un ligero dolor de cabeza se acordó de que el frigorífico estaba vacío así que después de ducharse, afeitarse y vestirse bajó hasta un bar cercano para desayunar. Junto a un deslavado café y un grasiento pincho de tortilla se tomó un par de aspirinas y se encaminó a la comisaría en la que le esperaba su provisional compañero de fatigas.

Rojas no se explicaba cómo podía estar tan risueño y entero su colega madrileño, tal vez estuviera acostumbrado a ese ritmo de vida o tal vez no hubiera bebido la misma cantidad de alcohol que él, limitándose a observar displicentemente cómo su compañero de provincias hacía el idiota, el caso es que empezó a sentir un gran resquemor y un ineludible deseo de acabar cuanto antes.

Se dirigieron en un vehículo oficial de la policía a la calle Pío Baroja, donde tenía su sede el Registro de Cooperativas. Si, como parecía, el gimnasio del Músico había funcionado como cooperativa, tal vez en el Registro pudieran informarles sobre el asunto. Eso y muchas más cosas le contó Mendoza en el corto espacio de tiempo que duró el trayecto, para desgracia de Rojas que no se sentía muy comunicativo ni con ganas de conversación.

En el Registro pudieron mirar los libros y comprobaron cómo, en efecto, había sido inscrita una sociedad que llevaba el nombre de Gimnasio del Nuevo Sol Naciente, S. Coop., si bien desde el momento de su inscripción no había tenido ninguna actividad registral.

– ¿Qué significa eso? -preguntó el inspector Mendoza al funcionario que les estaba atendiendo.

– Que no nos han comunicado ninguna de las vicisitudes de la propia sociedad susceptibles de ser inscritas en el Registro.

– ¿Eso quiere decir que han podido cambiar de domicilio social sin que ustedes se hayan enterado?

– Así es -contestó de nuevo el funcionario-. En principio, cuando una cooperativa cambia su domicilio social, o modifica sus estatutos, o si cambia su órgano de administración tienen que comunicárnoslo para que lo inscribamos y así esos datos sean públicos. Normalmente lo hacen porque les interesa, para que quien va a contratar con ellos pueda tener la garantía de que su interlocutor es, como les ha asegurado, el Presidente o el gerente de la entidad, por ejemplo, pero si no se preocupan de comunicarnos esas variaciones, no aparecen recogidas en el libro registral.

Tras oír esas explicaciones los dos inspectores examinaron minuciosamente el expediente. No aparecía allí ningún cambio de domicilio, tampoco aparecía la disolución de la sociedad aunque eso podía explicarse perfectamente con lo que acababan de escuchar de boca del funcionario. Sin embargo, había algo que sí podía serles terriblemente útil. La relación de socios fundadores: allí estaban los cinco primeros socios, con sus nombres, apellidos, e incluso con su número de Documento Nacional de Identidad: Rogelio de Agustín Valencia, Carlos Fuentes Ligero y, sobre todo, María Luisa Prieto Gómez, Juan Sebastián López López e Irene Vidal Rueda.

La conexión entre el asesinato de Irene Vidal y el robo de los cien millones que investigaba el padre Vázquez y sobre la que habían estado especulando se hacía más evidente por momentos aunque aún no adivinaba cuál podía ser el nexo de unión entre ambos casos. En cuanto a Juan Sebastián López López, el Músico, una llamada telefónica a Bilbao le proporcionó el dato que le faltaba. El Músico era el proxeneta conocido en la capital vizcaína como el Sebas, el encargado del Club Neskatüak en el que había trabajado María Luisa Prieto Gómez, la compañera del ladrón de los cien millones, el padre Gajate. Por otra parte, visitaron de nuevo a Eusebio y Susi y después de enseñarles la fotocopia del carné de identidad perteneciente a María Luisa Prieto que habían requisado del expediente de la cooperativa, la reconocieron como la novia del Músico y amiga de la asesinada Irene Vidal.

A pesar de los requerimientos del inspector Mendoza para que se quedara esa noche y disfrutara nuevamente del ambiente nocturno Rojas decidió volver lo más pronto posible a Bilbao. Como no había a esas horas conexión aérea cogió nuevamente un autobús y a última hora de la noche apareció en la ciudad. Pese a que ya había anochecido decidió llamar al comisario Ansúrez y explicarle lo que había averiguado para planificar entre ambos los pasos siguientes.

– Así que el Sebas vuelve a entrar en escena -comentó pensativo el comisario tras escuchar las explicaciones de su subordinado.

– ¿A qué te refieres? -preguntó el inspector.

– Además de lo que tú ya conoces sobre su posible amistad con Irene Vidal y María Luisa Prieto, hace unos días tuvimos que hablar con él por su implicación, es cierto que indirecta, en la desaparición de una joven llamada Amaia Marquínez.

– Lo siento, no conozco el caso.

– No tienes por qué, pertenecía en principio a la Ertzaintza y nosotros tan sólo hemos actuado residualmente, pero no deja de ser curiosa esa presencia del Sebas en todos los asuntos que últimamente huelen a podrido en esta ciudad. Quizá tengamos que hacerle alguna visita pero esta vez la haremos sobre seguro, para que no se nos escabulla como en la última ocasión.

Tuvieron que esperar varios días ya que ningún juez quiso proporcionarles una orden de detención o de registro contra Juan Sebastián López López, alias el Sebas, alias el Músico, ya que no contaban a su favor más que con meras hipótesis, lógicas tal vez, pero insuficientes para que los magistrados se decidieran a restringir los derechos del señor López López en cuanto ciudadano. Por fin, después de varios días de espera entró de guardia el magistrado Carlos Arana y éste sí, más porque tenía confianza en el comisario Ansúrez que por propio convencimiento, accedió a firmar las órdenes necesarias.

Sin embargo, cuando Ansúrez y Rojas, acompañados por el secretario del juzgado, se personaron en el local que regentaba el Sebas, éste ya había volado. Lo único que pudo hacerse al respecto fue extender inmediatamente una nueva orden de busca y captura.