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No se trataba de que cual Pablo de Tarso camino de Damasco en su caballo viera repentinamente la luz, no. Yo llevaba muchos años haciendo un tipo de vida y un trabajo a los que me había acostumbrado y que, en cierto modo, me satisfacían pero era igualmente cierto que de vez en cuando algunas experiencias me hacían rememorar hechos del pasado que me inquietaban, incluyendo la lucha interior entre los dos destinos que me ofrecía mi padre, la milicia y el sacerdocio.

Los dos se habían truncado por la intervención traidora y ruin de Garrido y a causa de ello había encaminado mis pasos hacia la labor policial, con los resultados conocidos. No todo era culpa de Garrido, eso es cierto, hay muchos policías totalmente honrados y muy pocos que hayan seguido mi camino, pero incluso aceptando esa premisa Garrido seguiría estando en mi punto de mira. Quizá si no hubiera conocido gracias a él la maldad y la traición no las habría tomado como mis más constantes compañeras.

Con la muerte -o el asesinato, las palabras no importan- de Garrido había cerrado impensadamente un ciclo. Conocer a Garrido había cambiado mi vida, parecía lógico que su muerte, producida en gran parte gracias a mi intervención, significara algo en mi existencia. El círculo se había cerrado pero después de los años transcurridos ya no estaba en el mismo punto de partida. A veces había pensado qué habría ocurrido si no hubiera conocido a Garrido pero en seguida me olvidaba de ese pensamiento, recordando lo que solía decirme Julián cuando me entregaba a ese tipo de elucubraciones.

– Si esto, si lo otro y si lo de más allá -parodiaba con un falso tono de irritación mis palabras-. Y si mi abuela tuviera cojones hubiera sido mi abuelo, pero como no los tenía se limitó a parir ocho hijos y a alimentarlos lo mejor que pudo y supo.

La muerte de Garrido, sintiendo mucho las demás que había originado, supuso una auténtica liberación y al liberarme de quien, sin yo percibirlo muchas veces, era el auténtico fantasma de mi pasado pude, por fin, encauzar nuevamente mi vida. Abandoné la policía y al cabo de un tiempo, no inmediatamente sino tras mucho reflexionar, di una satisfacción a mi padre a título postumo y me ordené como sacerdote olvidándome, o al menos eso creía, de todo un pasado de muerte o violencia, en la confianza de que esa parte de mi vida nunca resucitaría.