Victorino Perdomo
El aire y los objetos adquieren olor de archivo en esta casa. Además, hace un calor ondulante de barco negrero o de purgatorio. La única vibración joven (joven no: colérica) es el calor. Las sillas son una especie de reclinatorios negros de asientos hexagonales y escudos labrados en el espaldar. Esotéricos muebles de sacristía jamás admitidos en ninguna otra sala de esta ciudad hereje metálica petrolera electrificada. Un gran armario ¿tiburón? ¿catafalco? preside la asamblea. A través de sus cristales te vigilan soperas y platos de porcelana. Las iniciales doradas que los decoran se trenzan como parejas de recién casados. No hay ventanas ni claraboyas ni. Una espesa cortina de oro viejo, cabellera de mujer del Tiziano o cielo de Turner, sugiere la vecindad de un cuarto similar a éste. Aquí viven las señoritas Larousse. Sí, bachiller, el mismo apellido del profesor francés que editó el diccionario. Pero no son francesas. Son de Cumaná, posiblemente de Cumanacoa. A toda hora muy aseadas, con sus cuellos de encaje Rojas Paúl, su fragancia de bay rum también Rojas Paúl. Nadie acertaría si pretendiera adivinar quién puso. Cómo se puso en contacto nuestra Unidad Táctica de Combate con estas tres viñetas sobrevivientes de "El Cojo Ilustrado". Tan sólo el comandante Belarmino y yo conocemos las raíces ontológicas de su adhesión a nuestra causa. Son espiritistas. Un espiritismo subversivo, edificado sobre plataforma terrenal comunista. O más bien anarquista. O más bien. Nos contemplan con ternura maternal. Las pobres nunca han tenido un hijo. Tal vez sus carnes, me arriesgaría a jurarlo sobre la Biblia, no han sentido jamás "entrar pulgadas de epidermis llorando", como dice Neruda. Nos obsequian dulce de higo y mermelada de naranja. Con vasitos de agua fresca del tinajero colonial. Nos prestan a conciencia (se necesita tenerlos muy bien puestos, valga la paradoja) su casa para lugar de acuartelamiento en víspera de las acciones. Lo cierto es que les encanta el jaleo, la movida, el merequetén. Angela Emilia Larousse, la mayor de las tres, tiene más de cincuenta años y toca pedacitos del concierto de Haendel en el arpa. Se mantiene en relación permanente con los espíritus más batalladores del otro mundo. Una noche conversa con Savonarola y otra con Augusto César Sandino. Muertos de pelo en pecho, exclusivamente, Mahatma Gandhi jamás. La segunda hermana, Silvia María, cuarenta y ocho años, pinta acuarelas, prefiere servir de médium. Al apagarse la luz siente un escalofrío en la médula espinal y una categórica mano ajena que le conduce la suya. El único defecto de los espíritus es su tendencia incorregible al entremetimiento. Les encanta predecir, asesorar, opinar sobre el posible resultado de nuestras acciones, sin que nadie les haya dado vela en ese entierro. Hoy se nos aproxima Angela Emilia doblegada por agoreras revelaciones de ultratumba. Dice: Anoche hablé con el Mariscal de Ayacucho, nada menos. Dice: Y se refirió al asalto que ustedes están preparando. Dice: (Yo por mi parte no sé una palabra de ese asunto, ni me interesa). Dice: El Mariscal no entró en detalles, pero él tiene la seguridad de que va a fallarles la cosa. Dice: Les aconseja que la dejen para otra oportunidad. Dice: El les avisará por mi intermedio la fecha más conveniente. El comandante Belarmino se finge muy impresionado. Promete posponer la operación. Dice: Le ruego a usted que transmita al Mariscal Sucre nuestra infinita gratitud por. Y seguimos acuartelados. Espartaco (no el esclavo insurrecto que convocan a medianoche las señoritas Larousse sino nuestro bizco compañero de UTC) llegó antes que ninguno. Yo, que fui el segundo, lo encontré sentado y huraño en un rincón de la sala. Luego se presentó Carmina, de suéter negro y falda roja, disfrazada de 26 de julio, qué caradura, Belarmino le va a preguntar si no tenía en el closet una falda de otro color. Carmina se sentó a mi lado y abrió el libro que traía. ¿Tendrá la desfachatez de ponerse a leer a Politzer en estos momentos? Las mujeres son capaces de todo. La espío. Se trata de "El caso de los bombones envenenados", Colección del Séptimo Círculo, menos mal. Después llegó Valentín. Y Freddy pisándole los talones. Oigo un desagradable aleteo de pájaro mojado en mi pecho, pero sonrío chaplinesco a los que van entrando. Miedo se tiene siempre, lo importante es que los demás no se den cuenta, o al menos que se den la menor cuenta posible. Falta Belarmino. No acostumbra llegar de último, qué le habrá pasado. Los cinco estamos pensando, se nos nota, en ese imprevisto retraso suyo, qué le habrá pasado. Súbitamente cambia el panorama, Belarmino está aquí. Saluda con un qué tal tranquilizador. Es entonces, o unos minutos más tarde, cuando se abre la cortina rubia y Angela Emilia Larousse avanza sobre ascuas para transmitirnos el recado del Mariscal. Detrás de ella viene la menor de las tres hermanas, Ana Rosario Larousse, cuarenta y cinco años, muy canosa, fue pelirroja, escribe versos. La poetisa trae seis tacitas de café humeante en una bandeja. Yo no creo en la existencia de los espíritus propiamente dichos, el materialismo histórico me defiende, pero. Supongamos que una fuerza psíquica, material pero psíquica, adquiera en las antenas receptivas de Silvia María Larousse la apariencia espectral del Mariscal para comunicar presentimientos, deducciones, ondas emitidas por un cerebro equis en tal sitio. La transmisión de pensamiento también puede ser una ciencia, cono. Belarmino está hablando. Hace inventario. Espartaco tendrá un revólver. Yo el mío. Freddy la pistola que conseguimos prestada. Valentín la suya. El propio Belarmino su zetaká. Carmina su beretta. La misión de Carmina se reduce a esperarnos en el auto. ¿No es excesivo armamento para ella tan mortífera ametralladora? Cualquiera se lo discute, le dirá maricón. Las armas no están aquí presentes, a la vista, pero nada importaría que estuvieran. A las señoritas Larousse nunca las ha intimidado la proximidad de nuestras bocas de fuego. Las miran como si ellas, las Larousse, fueran granujillas curiosas detenidas ante el escaparate de una juguetería. También respira un gato en la sala. No es un gato de porcelana sino un opulento gato vivo, por eso digo que respira. Parece de Angora por lo majestuoso y lo Cortázar. Carmina ie pasa la mano por el lomo insinuante. El animal se acurruca a su lado, santurrón y lujurioso. Este silencio es una porquería. Lo deja a uno solo con. Y uno se pone a manosear como pasado, como presente, unos acontecimientos que son todavía futuro nublado. Nublado de moscardones y presunciones: si sucede tal cosa, si falla tal otra, si hay tiros. El viejo del retrato despliega en abanico sus barbas
filantrópicas. Es un anciano noble y conciliador pero con una mirada de mal carácter. El padre de las señoritas Larousse, que en paz descanse, claro está. Invitado perpetuo, cuerpo astral de cabecera en todas sus sesiones espiritistas. Lo importante es que los otros no se den cuenta de la cantidad de miedo que tiene uno, todos lo tenemos, sin excluir a Belarmino que se está limpiando las uñas con una lima puntiaguda. Freddy y su lustrosa chaqueta de mecánico van por el octavo cigarrillo consecutivo, Freddy los enciende con el cabo. ¿Estará Carmina leyendo verdaderamente o nos monta un teatro de lectura? El gato permanece a sus pies en imploración de otra caricia que no. Este silencio es una asquerosa porquería.
Habíamos levantado una rufa chévere, un Lincoln azul marino Freddy rompe el silencio para contar el asalto al restaurant "La Estancia", aquel que en crónicas tan jocosas reseñaron los periódicos más honorables. El Murciélago nos largó en la esquina y se quedó esperándonos con el motor prendido, los otros siete nos zampamos en pelotón por una misma puerta, qué joder, no era la puerta del restaurant, era la puerta de una boite que comunica con el restaurant, no habíamos chequeado lo suficiente, para esa época éramos unos loquitos y nada más, palante y atravesamos la boite, esa vaina está todavía oscura y vacía a las nueve de la noche, y desembocamos a la cañona en el bar del restaurant, un bar con alfombras que ni se te oyen las pisadas, había mucha gente y mucha conversadera, a los clientes se agregó un banquete de directivos, tipos de una compañía del hierro o de otra mierda metalúrgica, creo yo, que afilaban su aniversario, Careguapo va a la vanguardia de sus tártaros, comanda la acción con una guacharaca thompson en la mano, y pega ese leco, ¡Somos de la Digepol, de la Dirección General de Policía, venimos a hacer un registro, sabemos que aquí se consume cocaína y otras drogas!, a vuelo de pájaro reojé un coronel uniformado que hablaba por teléfono, me le voy encima en velocidad, le corto la comunicación con la zurda, y con la derecha le clavo la pistola en las costillas, y le digo suavecito Afloje el arma y no se mueva, más trabajo me costó el cocinero que estaba tres pasos más allá asando unos pollos, no quería dejarlos, Se me van a quemar, tuve que darle duro con la cacha de la escupidera en el coco para que abandonara sus pollitos y se viniera conmigo, era el abanderado de los pendejos el cocinero, había un policía de guardia, el policía de guardia se tragó que éramos digepoles, y se le acerca muy respetuoso a Careguapo, a excusarse porque esa noche había dejado el revólver olvidado en su casa, otro campeón de la pendejada, bueno, había un gentío, ya lo dije, más de cien personas, y nosotros no éramos sino siete, también lo dije, un diplomático de terno negro resolvió identificarse ante la Digepol, pensaba él, No permitiré que la policía me registre, eso dijo, Careguapo le apuntala la thompson en la barriga y le contesta, Reclame mañana ante nuestra Cancillería señor Embajador, y el señor Embajador comprende que estamos a punto de abollarlo, y entonces prefiere dejarse registrar, las únicas que se atrevieron a echarnos vaina, porque todo el resto tenía cara de diarrea, fueron dos señoras bastante puretas, nos llamaron irónicamente "jovencitos belicosos", y nos miran con ojos flamencos, hasta que Loro Culón se calienta y les grita ¿Por qué nos miran así, putas de mierda?, y entonces se enserian como un par de, además de la thompson de Careguapo llevábamos dos nueve milímetros, y una cuarenta y cinco niquelada, y dos fucas calibre treinta y ocho, sin contar la belleza que yo le saqué al coronel de la empanada, con la promesa de devolvérsela en cuanto terminara la requisa, yo te aviso mi coronel, no era ninguna golilla encarrilar aquel ganado, ponerlo en orden para registrarlos con comodidad, una operación que habíamos planeado para quince minutos nos llevó casi una hora, de repente entra una pareja de lo más jamoneada, al tipo se le espicha la risita cuando huele que algo raro sucede, Mejor es irnos para otra parte mi amor, dice, pero se les atraviesa la cuarenta y cinco del Lapo Víctor, ¡Padentro es que van!, otro detalle fue que Loro Culón visteó un churrasco bien jugoso servido en una mesa, con su ensalada y sus papas fritas, Loro Culón ni siquiera había almorzado, se sentó a atragantárselo en medio minuto, eso le valió al día siguiente una crítica de pinga, a punta de pistola y saliva conseguimos arrinconar a la gente en una pared del comedor, los clientes y los mesoneros y los empleados, lo que fueran, el Gordo Rodolfo dijo por joder un poco, ¿No sería mejor que los arrodilláramos?, y un cliente vestido de marrón que era el más asustado, mejor dicho, el más cagado, lo oye y arenga a las masas por su cuenta, ¡Señores, los agentes quieren que nos arrodillemos!, y se arrodillan de golpe y en manada como en misa, pero esa parte no entraba en nuestro plan, lo juro por mi madre que está en Cabimas, eso sí, Careguapo aprovechó la obediencia ciega para gritar, ¡No somos ninguna Digepol, esto es un atraco, vengan las carteras y las joyas, o habrá plomo!, nadie chistó, bueno, el coronel sí pretendió alebrestarse, tuve que entromparle otra vez la pistola en las costillas, bueno, también una gorda refunfuñó antipatrióticamente ¡Esto no sucede sino en Venezuela!, el Gordo Rodolfo y Loro Culón pasan la raqueta, la colecta nos produce una buena mascada, cuarenta mil bolos en billetones, joyas como peo, relojes en bruto, metemos la macolla en tres maletines que llevamos, y al día siguiente, domingo y todo, están en poder de la organización, sin faltar un zarcillo, éramos ocho muertos de hambre contando al Murciélago, seis alumnos de la Escuela Técnica y dos desempleados, por debajo de la clase media como quien dice, éramos incapaces de tocar un centavo que perteneciera a la revolución, no como pasó en ciertos casos que yo conozco y ustedes también, bueno, la operación se acababa cuando Careguapo dijera Voy a avisarle al destacamento de afuera para que descarguen las ametralladoras si alguno intenta salir detrás de nosotros, lo dijo recio y lo repitió, y se fue por el portón que da a la calle, por donde debimos entrar, y nosotros lo seguimos sin apurarnos y sin dejar de apuntar a la concurrencia, al llegar a la máquina el Murciélago nos contó y faltaba uno, Falta Monseñor, dijo el Gordo Rodolfo, la verdad fue que cuando nos contamos y mordimos la falta de Monseñor ya el Lincoln había recorrido media cuadra, no sabíamos si Monseñor se había quedado en el restaurant, o si se había corrido en plena acción, eso también pasa a veces, o qué carajo le había sucedido a Monseñor, No es posible devolverse a buscarlo, dice Careguapo, ¡Que se joda!, dice el Lapo Víctor, y aterrizamos en la Universidad, qué parrilla, a la media hora se nos reúne Monseñor tranquilazo en el corredor del Aula Magna, Monseñor explica su eclipse, estaba registrando el piso de arriba cuando Careguapo dio la orden de retirada, no la podía oír, Por cierto, dice Monseñor, bajé las escaleras y la gente seguía arrodillada, nadie se paraba ni de vaina, aquello parecía San Pedro de Roma, Entonces, dice Monseñor, salgo a la calle y un libre me trae hasta el reloj por los tres bolívares que Careguapo me prestó esta mañana. Y se acabó el cuento, denme un cigarro, dice Freddy.