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ADN – › ARN – › Proteína

»Las flechas indican que la información viaja siempre del ADN a la proteína, de los genes a los caracteres observables, nunca a la inversa. No hay herencia de caracteres adquiridos: si juegas al tenis, tus hijos no nacerán con el brazo derecho más fuerte.

»Y estamos tratando con algo similar: un organismo que, literalmente, puede modificar de modo voluntario su propia herencia…

– Ingeniería genética -concretó Kenji.

– No, algo mucho más simple, y más complejo a la vez. Los genes de esas criaturas son capaces de aprender, de registrar información.

Susana borró la anterior fórmula de la pantalla del ordenador, y escribió:

ADN ‹ – › ARN – › Proteína

– No se trata de algo tan extraordinario como pudiera parecer. Los virus con ARN, los retrovirus, realizan la transcripción inversa, copiar ARN como ADN.

– ¿Y eso que demuestra? -preguntó Yuriko.

Era evidente que no comprendían. Tamborileó impaciente con los dedos sobre la mesa.

– La enfermedad de Alzheimer.

– ¿Qué?

– La enfermedad de Alzheimer forma parte de un grupo de enfermedades, cuyo agente causal es una extraña cosita: una molécula de proteína sin ADN. ¿Cómo puede algo así transmitir su herencia?

Susana añadió una nueva flecha a la fórmula:

ADN ‹ – › ARN ‹ – › Proteína

– La traducción inversa -exclamó triunfante-. El mecanismo molecular por el que los genes pueden aprender. Una rareza en la Tierra… y algo perfectamente posible para esas criaturas. Su ADN puede ser, literalmente, programado igual que un ordenador.

– Susana -Lenov sacudió la cabeza-, no te estamos siguiendo… bueno, al menos yo no… ¿Qué quieres decir con…?

Susana recorrió la sala con sus ojos. De todos, sólo el padre Álvaro parecía comprender el alcance de sus descubrimientos. Y era patente que no le gustaba.

Susana se volvió hacia la pantalla que mostraba el monumental disco de Júpiter. Apenas podía contener la salvaje alegría que burbujeaba en su interior; una excitación que sólo estaba al alcance de unos pocos: el éxtasis intelectual ante el problema resuelto…

Para Susana, no había nada comparable al momento en que todas las piezas encajan y la verdad aparece ante los ojos, pura y cristalina.

Pero necesitaba pruebas. Y sabía lo que eso significaba.

Miró a Lenov.

– La verdad sobre nuestro -¡nuestro!- pasado, ha permanecido sepultada bajo esos nubarrones, durante quinientos millones de años.

Por primera vez en mucho tiempo, el ruso sonrió con sinceridad.

– Eso quiere decir que ha llegado la hora de los héroes -dijo feliz-. Habrá que descender a Júpiter para averiguarlo, ¿verdad?