Изменить стиль страницы

Dio unas palmadas en la pared rocosa.

– Las pirámides están hechas para durar. Ya habéis visto el caparazón. Ni siquiera los rayos cósmicos lo penetran, sólo unos pocos neutrinos. De hecho, tenemos instalado un observatorio de neutrinos solares en una caverna lateral.

– Eso protegerá al ADN de mutaciones -dijo Susana.

– Sí, lo que garantiza su óptima conservación. Bueno, aquí está lo que llamamos el complejo interno.

Estaban en una sala tallada en la roca. Un gran ventanal permitía una visión del hueco interior de la pirámide. Susana se acercó a mirar.

Aquello recordaba una especie de laboratorio gigante, o una factoría química con intestinos de vidrio. Era un laberinto de tuberías, conductos, bolsas, tanques, canales, cisternas, depósitos… Los tubos, en su mayor parte transparentes, palpitaban, se agitaban, o se estrangulaban como válvulas, para cerrar el paso de algunas sustancias.

Parecía el citoplasma de una célula, en efecto. En alguna parte debería estar el núcleo, el cerebro central del complejo, pero no sabría reconocerlo.

– Lo que no comprendo es… no importa. ¿Cómo funciona?

– Verá. Suponga que necesita, qué diré yo, hemoglobina de jaguar. ¿Cómo haría para obtenerla?

– Iría a un banco de ADN, el de la World Life por ejemplo -respondió Susana sin dudarlo-; cogería ADN de jaguar, seleccionaría el gen de la hemoglobina, lo clonaría, las copias clónicas las integraría en plásmidos, incubaría éstos en un medio de cultivo con bacterias y, cuando los plásmidos se incorporasen al ADN bacteriano, las bacterias me producirían toda la hemoglobina de jaguar que necesitase.

– ¡Exactamente! -Scalfaris soltó el adverbio como si Susana hubiese ganado un automóvil con su respuesta-. Pero aquí vamos más allá. Podríamos obtener el jaguar entero.

– ¿Y si necesito un retablo del siglo XV?

Casanova parpadeó, como si no esperase una pregunta así. Scalfaris respondió sin inmutarse.

– Si se conforma con una fotografía, sería casi lo mismo. Primero, naturalmente, hace falta que alguien haya codificado cada punto de la imagen, y la haya registrado en forma de una larga secuencia de ADN. Luego… es cuestión de disponer de un mecanismo decodificador adecuado. Como éste. -Señaló al complejo interior.

– ¿Quiere decir que los marcianos podían almacenar en ADN cualquier clase de información? Aparte de jaguares, me refiero.

– Almacenar y manipular. Como un ordenador. Los hologramas de los marcianos, ¿los ha visto, verdad?, salieron de aquí.

– ¿Y si lo que necesito es… otra pirámide?

Esta vez Scalfaris pareció sentirse inseguro.

– Pues… es una buena pregunta. Pero si encontráramos la información adecuada, no veo por qué no. Aún hay mucho ADN que examinar; allí debe de estar codificada la información para construir otra pirámide. Supongo.

Los tres permanecieron un momento en silencio, meditando. Casanova lo rompió.

– Esto me recuerda un cuento que leí una vez. Un sacerdote azteca ha pasado toda su vida buscando sin éxito el nombre de Dios; está escrito, según la tradición, en un lugar donde todos lo pueden ver, pero de modo que no pueda ser destruido. El sacerdote es condenado por los españoles a ser devorado por un jaguar. Y entonces, en el momento de morir, lee el nombre de Dios escrito en las manchas de su piel.

– Podríamos hacerlo -exclamó Scalfaris.

– Pues no lo haga -dijo Susana, aún mirando el complejo-. Los creyentes de una religión rival despellejarían a los pobres jaguares.