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Susana le acarició el lomo; según el veterinario de la nave, parecía estar desarrollando una infección.

– Hemos tratado de controlar las naves con ordenadores, a través de bio-interfaces -dijo Osato-. Pero no son tan eficientes como un cerebro vivo.

– Los cerebros vivos procesan en paralelo.

– Sí. Un ordenador es demasiado lento. Pero no vale cualquier cerebro vivo, tiene que ser el de un delfín.

Aquello tenía sentido. El cerebro del delfín había evolucionado de manera diferente al de la mayoría de los mamíferos. No había desarrollado el neocórtex, conservando las características básicas de las primitivas formas de vida terrestres; sin embargo, desarrolló rasgos especializados propios. El sonido viaja más rápido en el agua que en el aire, y el cerebro del delfín se había adaptado para percibir e interpretar la información acústica a la velocidad requerida.

– Esto va a dolerle -dijo Osato, y aplicó un algodón, mojado en antiséptico, sobre la piel de Surcador Audaz del Gran Océano del Espacio (su tarea exigía un nuevo nombre-firma, más adecuado que Acantilado Imperturbable en la Tormenta). Unos silbidos irritados indicaron su protesta por la poca delicadeza de los Cuatro-Patas.

Susana tomó el silbato e interpretó malo-hoy bueno-mañana. Surcador se tranquilizó.

– Es increíble cómo los controla usted. -La japonesa no ocultó su asombro. Susana se encogió de hombros.

– No los controlo en realidad. Ellos ni siquiera entienden el significado de esa palabra. Yo… no sé cómo decirlo.

– ¿No tienen leyes, o jefes, o…?

– No. No lo necesitan. Son salvajes y libres, pero no conocen el egoísmo o la explotación. Son… no hay nada adecuado para describirlos. Independientes, ¿entiende?, y al mismo tiempo solidarios.

La doctora Osato la miró con unos penetrantes ojos rasgados.

– Usted se siente más a gusto entre ellos que entre los humanos… Perdón, no es mi intención entrometerme en su intimidad…

– Qué más da. -Susana suspiró-. Lo cierto es que adoro el tiempo que paso con los delfines. Hay algo en ellos, su belleza, su misterio… en realidad no lo sé, pero… siento que me gustaría ser uno más.

Calló y la japonesa respetó su silencio. Entre dientes, Susana silbó una aceptable imitación de malo-hoy bueno-mañana.

Surcador Audaz cerró los ojos y se dejó empapar por el Universo. La nave, creada por y para mentes no humanas, le suministraba una imagen que los centros sensoriales de su cerebro podían interpretar. Algo de lo que carecían los no-Nadadores.

La nave le enviaba una imagen sónica, lo más parecido a hallarse de nuevo en el océano. Surcador Audaz notaba una sensación de libertad como nunca la había experimentado; aquello compensaba el desagradable confinamiento, aunque fuese en compañía de la Adiestradora.

La sensación de orbitar en torno a un cuerpo celeste era como cabalgar la pendiente de una ola: moverse al mismo tiempo que se está quieto.

Allí podía percibir el eco del Sol, distante pero fuerte, como una colosal isla. La Tierra y Marte eran mojones de sonido, tan claros como dos escollos a ambos lados de un canal. El efecto Doppler daba la sensación exacta del movimiento relativo entre ambos planetas.

Más allá había otros ecos; Júpiter y Saturno. Urano no era perceptible, estaba (calculó mentalmente con ayuda de la nave) al otro lado del Sol. Neptuno era un diminuto bip perdido a lo lejos. La lentitud de los planetas exteriores apenas los distinguía entre los cardúmenes de estrellas.

Surcador Audaz ajustó la trayectoria, con un leve impulso neural similar a un movimiento de una aleta. Ya empezaba a sentir cómo comenzaba la lenta caída hacia Marte; en la interpretación de Surcador Audaz, estaban en una corriente favorable.