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Lucas había preguntado si no sería mejor un dardo anestésico, pero Susana se negó en redondo. Era peligroso: los músculos respiratorios de los delfines son voluntarios, y el anestésico podría matarlo por asfixia. Estaban preparados para evitarlo mediante el equipo de respiración asistida, pero el riesgo era grave. No, el método de Susana era el más adecuado.

Entre los tres bajaron un tanque de plástico plegable, en el que acomodaron al delfín. El helicóptero lo izó mediante la grúa, y luego los subió a ellos. Emprendieron el viaje de vuelta, mientras Susana silbaba al delfín con su extraña flauta y lo alimentaba con galletas.

Parecía la mujer más feliz del mundo.