– Y ahora a la derecha verán ustedes otro pabellón, es la Tesorería, y es la antigua residencia de Mehmet el Conquistador; aquí se guardan algunos de los regalos que recibía el sultán. Y a la izquierda de este patio… sí, justo ahí -dijo señalando otra puerta- están las salas donde se guardan las santas reliquias. A partir de 1517 empezaron a llegar objetos que habían pertenecido al profeta Mahoma y que hasta ese momento se encontraban en La Meca y en El Cairo. Podrán ver ustedes desde espadas hasta pelos de la barba de Mahoma, uno de sus dientes, el estandarte, el Manto Santo… Estas reliquias permanecieron siempre custodiadas lejos de los ojos de los habitantes de la ciudad, aunque el estandarte era la excepción porque en alguna ocasión fue sacado en procesión por las calles de la ciudad. En el pabellón donde se albergan las reliquias hay lectores que recitan el Corán día y noche. Síganme, ahora tenemos la suerte de poder contemplarlas. Para los musulmanes estas reliquias son igual de importantes que lo pueden ser para los católicos la Sábana Santa de Turín o los restos de la Santa Cruz que se encuentran en catedrales, iglesias y basílicas de media Europa.

Ylena miró a su prima y ésta entendió que no debían demorarse más, así que a pesar de que sentía un nudo en el estómago, empujó la silla hacia la entrada del Pabellón de las Reliquias.

De repente, sin que supieran de dónde habían salido, los cuatro jóvenes se encontraron rodeados por un grupo de policías y soldados armados. Ylena miró a su alrededor dándose cuenta de que los turistas turcos no eran tales, sino policías de paisano, y que en la explanada no quedaba nadie excepto ellos.

El coronel Halman empezó a abrirse paso entre sus hombres aprovechando el desconcierto de los cuatro jóvenes.

– ¡Entréguense! -les ordenó el militar hablando en inglés-. Su aventura ha terminado, ¡pongan las manos en alto!

El hermano y el primo de Ylena la miraron y pudieron leer en sus ojos ira y determinación, y cómo esbozaba una sonrisa murmurando «adiós». Un segundo después se produjo la explosión.

Entre la espesura del humo se podían escuchar gritos y gemidos. Las sirenas de las ambulancias irrumpieron en el recinto.

Cuando se despejó el humo lo que se podía ver sobre la explanada era dantesco. Restos de cuerpos mutilados, los de los jóvenes y también los de los agentes que se encontraban más cerca de ellos.

La confusión se había adueñado del lugar. Entre los gritos podía escucharse la voz firme del coronel Halman intentando hacerse con la situación a pesar de estar herido.

– ¡No han alcanzado las reliquias, pero se ha derrumbado parte del muro de entrada al pabellón! -gritaba un policía.

Al recinto comenzaron a llegar camiones del Ejército con más soldados que fueron tomando posiciones dentro de Topkapi al tiempo que ayudaban a desalojar a los turistas que habían sido llevados hacia el cuarto patio por sus guías, después de haber recibido instrucciones precisas de no pararse ni en el primer ni en el segundo patio.

Todos escucharon la explosión sin saber de dónde provenía, aunque de repente vieron llegar a grupos de soldados que les obligaban a abandonar el lugar. Evacuaron en pocos minutos a los visitantes, alterados por la confusión.

Cuando en Topkapi sólo quedaron los soldados, la policía y los servicios médicos que se habían desplazado al lugar, el coronel Halman telefoneó a sus jefes para informarles del resultado de la operación y a continuación llamó a Lorenzo Panetta.

– Han muerto los cuatro terroristas y diez de mis hombres. Además, tengo otros veinte heridos, algunos de gravedad.

– Lo siento, ¿cómo ha sucedido? -preguntó Panetta.

– La apuesta ha sido muy fuerte, hemos corrido un gran riesgo. No íbamos a permitir que los turistas entraran hoy en Topkapi, pero pensamos que los terroristas habrían sospechado si no hubieran encontrado un clima de normalidad. De manera que hemos permitido que fueran entrando con cuentagotas algunos grupos, desviándoles hacia otras zonas del palacio lo suficientemente alejadas para que no corrieran peligro. No ha sido fácil, los guías han lanzado todo tipo de improperios porque no entendían por qué no se les permitía organizar la visita de Topkapi como siempre habían hecho. Créame si le digo que he rezado para que ningún turista se despistara de su grupo. Los terroristas han estado en todo momento rodeados sin saberlo por un grupo de policías y soldados vestidos de paisano como simples turistas. Nadie se puso en contacto con los terroristas; hice lo que me pidió a pesar de los riesgos, aguardé hasta el último momento para ver si alguien se ponía en contacto con los terroristas, si tenían algún cómplice; e intentamos detenerles justo en el momento en que iban a entrar en el Pabellón de las Santas Reliquias. La muchacha debió activar la carga del explosivo y… se puede imaginar el resto. Será difícil identificar los cadáveres.

– ¿Y las reliquias del Profeta? -preguntó con preocupación Lorenzo Panetta.

– Intactas, no han sufrido ningún daño. Alá sea loado por haberlas protegido.

– Y por evitar un derramamiento de sangre mayor, ¿se imagina, coronel, lo que habría sucedido si llegan a destruir esas reliquias?

– Sí, habría habido un baño de sangre.

– Siento lo de sus hombres.

– Imagínese lo que va a suponer hablar con sus familias…

– ¿Podrían retener la información de lo sucedido durante unas horas?

– ¡Usted pide imposibles! Aquí había gente, demasiada gente para guardar un secreto. Turistas, guías, funcionarios, soldados, policías… No, no podemos retener la información mucho tiempo, ¿por qué?

– ¿Qué van a decir?

– ¿Qué sugiere que digamos?

– Permítame hablar con el director del Centro de Coordinación Antiterrorista en Bruselas, y le llamo de inmediato. -Mis jefes han hablado ya con el suyo.

– Deme cinco minutos.

Lorenzo encendió un cigarrillo y aspiró hasta lo más profundo el humo. Luego relató brevemente al padre Aguirre y al comisario Moretti cuanto le había explicado el coronel Halman.

– ¡Han tenido mucho valor! ¡Se la han jugado! Ese coronel Halman debe de ser un fuera de serie -exclamó el comisario Moretti.

– Sí, ha arriesgado mucho, y organizar una operación así es muy difícil. Si llega a morir un solo turista, el gobierno turco y nosotros nos habríamos visto en dificultades. Nos habrían acusado de poner en peligro vidas inocentes.

– Es lo que hemos hecho -afirmó Moretti.

– Es lo que muchas veces hacemos pensando que así salvaremos muchas vidas, pero no me siento orgulloso de ello.

Hans Wein estaba conmocionado y aliviado al mismo tiempo. -Al menos lo de Estambul no ha salido mal -dijo Wein a Panetta.

– Han muerto diez hombres, además de los cuatro terroristas, y también hay numerosos heridos, pero no, no ha salido mal para lo que podía haber sucedido.

– Si esos locos hubieran destruido las reliquias de Mahoma ahora mismo habría muchos más muertos. ¿Te imaginas la reacción de los islamistas fanáticos?

– Agradezcámosles a los turcos su sacrificio -dijo Panetta.

– ¿Habéis avanzado algo?

– No, seguimos a ciegas, y dentro de una hora el Santo Padre dirigirá los oficios litúrgicos del Viernes Santo. No hay un solo rincón del Vaticano sin protección.

– Pero no sabemos si atacarán el Vaticano… -respondió Hans Wein.

– No, no lo sabemos, pero hay que proteger al Papa. ¿Qué pasa con los israelíes?

– He hablado hace un minuto con ellos y también con Matthew Lucas. Han localizado al grupo de turistas que llegó a Israel con la agencia de viajes de Omar. Los israelíes también les van a permitir acercarse al Santo Sepulcro. Todo esto es una locura… -se lamentó Wein.

– Nunca he rezado tanto en mi vida -confesó Panetta.

– Los turcos me consultan sobre el comunicado oficial de los hechos. En mi opinión es mejor decir la verdad -afirmó Wein.

– Sí, siempre es mejor decir la verdad, pero no es necesario hacerlo ahora mismo. De lo contrario alertaríamos al resto de los comandos que se proponen atentar.

– De acuerdo. ¿Qué quieres que diga a los turcos?

– Quizá pueden decir que ha habido una explosión, no se sabe si intencionada, y que han muerto varias personas.

– No es convincente, ¿No es muy sorprendente que hayan muerto sólo soldados y policías?

– Si decimos que les estaban siguiendo, entonces sabrán que tenemos más información.

– Yo sigo sin encontrar la conexión entre esa Ylena y el Círculo -se quejó Wein.

– Pero existe; puede que ni ellos sepan que la hay, pero la hay -insistió Panetta.

– Bueno, ¿entonces qué propones?

– Decir lo menos posible. Siempre se puede echar mano del socorrido «estamos investigando, en estos momentos barajamos todas las hipótesis, les iremos informando».

– Vale, información de bajo perfil mientras se pueda.

– Al menos durante unas horas. Sabemos que los atentados serán hoy, intentemos ganar el día.

– De acuerdo.

Lorenzo Panetta sabía que Hans Wein hablaría con el gobierno turco y él telefoneó a su vez al coronel Halman.

– Coronel, diga lo menos posible, ya sabe: que están investigando, que en las próximas horas tendrán más información, etcétera, etcétera, etcétera.

– Sí, ya me sé esa canción.

– Hay otros comandos dispuestos a actuar, a dos de ellos parece que les tenemos localizados, el tercero… el tercero sabemos que actuará en Roma, pero no sabemos dónde ni cuándo. Necesito tiempo, no podemos alertarles.

– Haré lo que pueda.

– Gracias.

43

Jerusalén, Viernes Santo

Hakim se había unido al grupo de peregrinos granadinos con los que había llegado a Israel. Llevaban diez minutos haciendo el Vía Crucis por las viejas calles de Jerusalén. Él murmuraba entre dientes como si también estuviera rezando el rosario, procurando pasar inadvertido para cualquiera que le mirara.

Mientras murmuraba la oración iba observando a derecha e izquierda, intentando sopesar si había más soldados de lo habitual patrullando las calles de la ciudad vieja. Los había, admitió Hakim, pero pensó que acaso era debido a la gran afluencia de turistas que en aquellas fechas visitan Israel.

No tenía miedo, nadie parecía fijarse en él. Se sentía invisible caminando con los peregrinos.

Al igual que su grupo, otros muchos cientos de peregrinos rezaban al paso de las estaciones, de aquellos lugares donde Cristo había caminado con la Cruz. Sonrió para sus adentros al pensar en la Cruz. Los cristianos jamás se repondrían del golpe que iban a recibir. La voladura del Santo Sepulcro, la destrucción de Santo Toribio donde guardaban el trozo de madero más grande de cuantos había y la de la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma… No, los políticos pusilánimes no podrían mirar hacia otro lado para evitar la confrontación, no tendrían más remedio que aceptar que estaban en guerra. Hasta entonces los europeos se habían negado a admitirlo, pero después de aquello ya no podrían ignorar la realidad. El Círculo acabaría con Occidente; llegaría el día en el que la bandera de la media luna ondearía en todas las capitales de Europa, y las iglesias serían convertidas en mezquitas.