– Pero el objetivo es… -Hakim no pudo terminar la frase porque le cortó Said.

– El objetivo tanto da; el mundo se conmocionará igualmente si la iglesia vuela por los aires, o si logramos cometer un atentado en el corazón de Jerusalén. Todas las piedras de la ciudad son santas, de manera que tanto da lo que se destruya. No pongas en peligro la operación sólo porque no puedas llegar hasta el lugar acordado. ¿Lo entiendes?

– No te preocupes, los cristianos llorarán.

– Sí, deben llorar por haber ayudado a los perros judíos a arrancarnos nuestra tierra. Ha llegado el momento de devolverles tanta humillación.

– Hoy será un gran día -respondió Hakim.

Roma, Viernes Santo, ocho de la mañana

Amaneció nublado en Roma. Salim al-Bashir parecía de un humor excelente, tanto que deslizó su mano en una caricia sobre el cuerpo de su amante, que tumbada boca abajo parecía dormida. Pero no lo estaba. La mujer no había pegado ojo en toda la noche temiendo que llegara el nuevo día.

Cuando llegó a Roma no podía imaginar lo que Salim le exigiría. Habían sido muchas las ocasiones en que ella le había asegurado que su vida sin él no tendría sentido y que haría cualquier cosa que le pidiera. De hecho, llevaba años traicionando a su país, a sus jefes, a sus amigos. Su trabajo en el Centro Antiterrorista de Bruselas sólo tenía un objetivo: servir a Salim. Había tenido mucha suerte de no ser descubierta. Ahora él le pedía un acto de valentía.

– No te pasará nada, te lo aseguro, pero tienes que ayudarme.

El plan, le explicó Salim, era sencillo. Se trataba de colocar una mochila cargada de explosivos en la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén donde se guardaban algunas reliquias de Cristo. Sobre todo, le insistió su amante, había que destruir los tres trozos de la Vera Cruz. Cuando ella le preguntó por qué quería destruir aquellas reliquias, él le aseguró que se trataba de que los cristianos entendieran que no podían seguir mancillando Tierra Santa ayudando a los judíos a ser sus dueños.

– Son sólo objetos, nada más. ¿De verdad crees que las dos espinas o el trozo de esponja son auténticos? ¿Que el denario que conservan es uno de los que recibió Judas para traicionar a Jesús? ¡Vamos, no seas ingenua! Las iglesias europeas están repletas de falsas reliquias. En cuanto a esos tres pedazos de la Vera Cruz son igualmente falsos. Si se juntaran todos los que hay repartidos, te aseguro que habría no una, sino varias cruces.

Ella había sido educada en el cristianismo, y aunque hacía muchos años que no iba a la iglesia y la religión no ocupaba ningún lugar en su vida y se decía atea, en ese momento sentía el peso de la educación recibida. Además, tenía miedo. Salim le atemorizaba, y empezaba a dudar de sus sentimientos.

– Vamos, perezosa, levántate, hoy es el gran día. Es muy pronto, son las ocho, pero te propongo que nos tomemos un buen desayuno antes de irnos.

Ella se volvió lentamente, restregándose los ojos como si se estuviera despertando y le miró intentando sonreír. Él la abrazó con fuerza y la besó diciéndole cuánto la amaba, pero a ella sus palabras le sonaban huecas. No se atrevía a desprenderse de su abrazo, temiendo su reacción. Se mantuvo quieta hasta que él la animó a levantarse.

– Pediré que nos traigan el desayuno a la habitación.

Sintió alivio al liberarse de su abrazo. Mientras se duchaba pensaba en cómo evitar hacer lo que él le había pedido. Si se negaba no le volvería a ver, y no estaba preparada para eso; y si lo hacía, se estaría traicionando a sí misma, y ésa sería la última traición que le quedaba por cometer.

Salim parecía estar de un humor excelente. La acariciaba, la besaba y le apretaba la mano mirándola a los ojos con complicidad.

– Espérame, no tardaré mucho. Y arréglate, que quiero que hoy te pongas especialmente guapa.

– Como quieras.

Salim salió de la habitación cerrando la puerta con suavidad. Sabía que un hermano del Círculo le esperaba en un café cercano al hotel. Allí le entregaría una bolsa en la que habría un bolso de mujer cargado de explosivos. Pero sería él quien detonaría los explosivos; no se fiaba de que ella tuviera valor para hacerlo. Él la acompañaría hasta la basílica, luego se retiraría a cierta distancia y cinco minutos después apretaría el botón que haría volar a su amante junto a aquellas reliquias. El mundo entero se sorprendería.

Entró en el café y distinguió sentado en el fondo al jefe de los comandos del Círculo en Roma. Bishara, de origen jordano, pasaba por ser un preeminente hombre de negocios, casado con una napolitana.

Los dos hombres se abrazaron con afecto.

– No esperaba que vinieras tú -dijo Salim.

– Amigo mío, hoy es un gran día, y lo que vas a hacer es demasiado importante para confiárselo a nadie. ¿Ella está dispuesta a morir?

– No lo sabe, cree que sólo debe dejar el bolso en la capilla de las reliquias y luego salir. Es mejor así, no la creo con la fortaleza suficiente para sacrificar su vida.

– Es una infiel.

– Lo es, pero nos ha sido útil hasta ahora. En cualquier caso debe morir; creo que en el Centro Antiterrorista de Bruselas sospechan que tienen una filtración. Es cuestión de tiempo que averigüen que es ella.

– ¿Para ti será una gran pérdida?

– No, amigo mío, será una liberación. Es una mujer absorbente, incapaz de comprenderme. Cuanto ha hecho ha sido por mí, no porque se dé cuenta de la importancia que tiene nuestra lucha. Puede que me case pronto, quizá vaya a Frankfurt y le pida a nuestro querido imam Hasan que me dé a su hermana Fátima. Sería un gran honor formar parte de su familia.

– Creía que Fátima después del martirio de Yusuf, su marido, había sido desposada.

– Sí, Hasan se la entregó a Mohamed Amir, el primo de Yusuf. Pero Mohamed va a morir hoy mismo.

Bishara frunció el entrecejo y luego esbozó una amplia sonrisa mostrando una hilera de dientes blanquísimos.

– De manera que será uno de nuestros mártires… eres un gran hombre, Salim, al hacerte cargo de su viuda.

– Y ahora, amigo mío, dime si todo está preparado como te pedí.

– Sí, se ha montado el dispositivo siguiendo tus instrucciones, no tendrás ningún problema. ¿Desde dónde lo accionarás?

– He alquilado un coche…

– Buena idea. ¿Regresarás al hotel?

– No, iré derecho al aeropuerto, regreso a Londres.

– Sí, será lo mejor.

Se despidieron con afecto, seguros de que unas horas más tarde los informativos de toda las televisiones del mundo abrirían sus ediciones anunciando no sólo el atentado de Roma, sino también el de Jerusalén y el de Santo Toribio. El mundo entero temblaría de miedo ante el Círculo, y los gobiernos occidentales no tendrían más remedio que doblegarse ante ellos.

Salim decidió regresar caminando al hotel; necesitaba reflexionar a solas sobre lo que sucedería.

41

Granada, madrugada del Viernes Santo

Las pesadillas se habían apoderado del sueño de Laila. Se despertó de repente empapada por un sudor frío. Miró el reloj: aún no había amanecido; le era imposible conciliar el sueño. Se levantó y buscó su ropa en el armario. Se daría una ducha, prepararía el desayuno para toda la familia y luego se iría a hacer footing; eso la relajaría.

Pensó en Mohamed. Su hermano se había marchado hacía dos días sin decir adónde, pero se había despedido con gran parsimonia de sus padres, incluso estuvo amable con ella.

«Cuídate», le recomendó, mientras la abrazaba como si nunca se fueran a volver a ver.

Su cuñada Fátima le aseguró que no sabía dónde iba su marido, Mohamed nunca le explicaba lo que hacía ni dónde se dirigía. Fátima le confesó que a ella también le había sorprendido la despedida.

– No quiero asustarte pero… bueno, me recuerda a lo que hizo mi primer marido, Yusuf, cuando se fue para… ya sabes, formaba parte de un comando…

Laila no dejaba de pensar en las palabras de Fátima. ¿Le habrían captado de nuevo los radicales para participar en algún atentado? No se atrevía a comentar con su madre su angustia, pero creía que su hermano estaba en peligro.

Cuando Ali fue a buscar a Mohamed, éste quiso hablar a solas con su primo Mustafa. Los dos hombres se encerraron en el cuarto de Mustafa, y cuando salieron el rostro de su primo estaba rojo de ira y el de Mohamed de angustia.

Ella aborrecía a su primo Mustafa con toda su alma, desde que había llegado a su casa hacía patente cuánto la despreciaba. Avergonzaba a su madre recriminándole que permitiera a su hija comportarse como una española cualquiera. Y hasta su padre, a veces, parecía descorazonado por los discursos interminables de Mustafa sobre cómo debía comportarse una buena musulmana.

«Menos mal que se va», pensó Laila mientras preparaba café. Mustafa les había anunciado que pensaba irse aquel mismo viernes puesto que no había encontrado un trabajo adecuado para él. Todos se habían sentido aliviados por su marcha, aunque habían evitado manifestarlo.

Potes, Cantabria, seis De la mañana

Mohamed se despertó malhumorado. Los ronquidos de Ali le impedían dormir. Llevaba dos noches sin pegar ojo, y la falta de sueño le tenía irritado.

Se levantó y miró por la ventana, el cielo parecía aclararse.

– Levántate, Ali, son las seis. A las nueve tenemos que estar desayunando.

Ali se dio la vuelta en la cama sin hacerle caso. Pero Mohamed le tiró su almohada y no tuvo más remedio que abrir los ojos refunfuñando.

– ¡Estás loco! ¿Para qué quieres levantarte si aún es de noche? Hasta las doce no tenemos que ir a Santo Toribio. Lo sabes bien, de manera que déjame descansar un rato.

– No podemos separarnos del grupo.

– El guía dijo que saldremos del hotel, que había tiempo libre hasta las once y media, pero que saldríamos de aquí, ¿adónde quieres ir ahora? Yo no tengo ganas de hacer turismo.

– Dentro de unas horas estaremos muertos -sentenció Mohamed.

– Lo sé, por eso prefiero dormir y no pensar. Ya hablamos anoche hasta tarde. Nos hemos comprometido y no hay vuelta atrás.

– No tengo ganas de morir.

– Yo tampoco, pero si no nos volamos, nos volarán. ¿Crees que el Círculo nos permitiría vivir si les traicionamos? Además, no hay traidores ni cobardes entre nosotros. Nos presentamos voluntarios para este atentado.