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A Yasir le sorprendía que un hombre tan vulgar como Dukais fuera tan importante. Pero lo era y él lo sabía.

Dukais mascaba chicle. Se había quitado los zapatos y colocó los pies encima de la mesa sin importarle enseñar los calcetines pegados a la piel por el sudor.

– Los zapatos que me ha regalado mi mujer me están haciendo polvo los pies -dijo Dukais a modo de excusa.

Yasir se acomodó en el sillón echándose hacia atrás, sin poder disimular el disgusto que le producían los pies con calcetines de Dukais.

Además, estaba cansado. Llevaba dos días en Washington y la ciudad le estresaba; por si fuera poco, notaba la xenofobia contra los árabes que afloraba en la ciudad. Apenas había salido del hotel más que para mantener reuniones de trabajo.

Le irritaba la ignorancia de los norteamericanos. No sabían ni dónde estaba Egipto ni conocían lo que estaba pasando en Oriente. Y mucho menos entendían por qué no les querían. Le sorprendía que un país tan rico como Norteamérica, junto a élites bien preparadas -que eran las que movían los hilos del mundo-, tuviera tan elevado número de ignorantes.

Él era un hombre de negocios y su religión era el dinero, pero cuando viajaba a Estados Unidos se despertaba en él cierto nacionalismo. No soportaba el desprecio de los norteamericanos.

«¿Egipto?» «¿Está al lado de Turquía?» «¿Tiene mar?» «¿Hay faraones?» Sí, esas preguntas se las habían hecho no una, sino en muchas ocasiones.

Su país era pobre, o mejor dicho, lo habían ido empobreciendo los distintos regímenes corruptos con la inestimable ayuda de las potencias para las que el globo terráqueo era sólo un tablero de ajedrez. Egipto había estado bajo influencia soviética y ahora norteamericana, y como le decía su hijo Abu: «¿De qué nos ha servido? Nos venden lo que no necesitamos a precio de oro y estamos permanentemente endeudados».

Por más que discutían a causa de su radicalismo, pensó que Abu tenía razón. No entendía por qué su hijo, que lo había tenido todo, se complacía en tener como amigos a esa panda de fanáticos que creían que la solución a todos los problemas estaba en el islam.

Antes de coger el avión para Washington había discutido a causa de la barba que Abu se había dejado crecer. Para muchos jóvenes egipcios la barba se había convertido en un símbolo de rebeldía.

– Alfred dirigirá la operación -dijo Dukais a Yasir-, será lo mejor. En realidad, él conoce Irak y nosotros no, así que los hombres se pondrán bajo su mando. Cuando regreses a El Cairo te acompañará uno de mis hombres, es un ex coronel de los boinas verdes. Morenito como vosotros, porque es de origen hispano, de manera que no llamará mucho la atención. Además, habla un poco el árabe. Él será el encargado de los muchachos, así que lo mejor es que conozca a Alfred para que le diga cómo se van a hacer las cosas. Se llama Mike Fernández y es un buen tipo. Además de matar es capaz de pensar. Dejó el ejército porque yo le pago más, mucho más.

Dukais se rió mientras abría una caja de plata, de la que extrajo un habano. Le ofreció otro a Yasir, pero el egipcio lo rechazó.

– Sólo puedo fumar en mi despacho. En casa no me dejan, en los restaurante no me dejan, en las casas de los amigos sus histéricas mujeres, tan histéricas como la mía, tampoco me dejan. Un día de éstos me instalaré aquí para siempre.

– Alfred está muy enfermo, no sé cuánto vivirá.

– ¿Tu cuñado sigue siendo su médico?

– Mi cuñado es el director del hospital donde le tratan el tumor. Allí le operaron y le quitaron parte del hígado, pero en las últimas ecografías le detectaron pequeños gránulos; en definitiva, tiene el hígado lleno de tumores que le están matando.

– ¿Aguantará seis meses?

– Mi cuñado dice que puede ser, pero no está seguro. Alfred no se queja y hace su vida de siempre. Sabe que se va a morir y…

– ¿Y?

– Que excepto su nieta no le importa nada.

– O sea, que es un hombre desesperado.

– No, no está desesperado, sólo que sabe que le queda poco tiempo y no le teme a nada ni a nadie.

– Eso es malo, siempre hay que temer a alguien -murmuró Dukais.

– Lo único que le importa es su nieta. No le basta con dejarle un montón de dinero. Quiere que encuentre esa Biblia de Barro que buscáis desde hace tantos años. Dice que ésa es su herencia.

Paul Dukais podía faltar a las más elementales normas de educación, como poner los pies encima de la mesa, pero era extremadamente inteligente, por eso había llegado a la cima. Por eso no le costaba entender por qué Alfred Tannenberg actuaba como actuaba.

– La chica lo ignora todo sobre él -dijo Dukais-, pero cuando él muera se tendrá que enfrentar a la realidad, y la única manera de evitar que quede estigmatizada es convertirla en una arqueóloga de prestigio internacional. Por eso necesitan a ese Picot: para que les dé una pátina de respetabilidad de la que ellos carecen. Podrían buscar la Biblia de Barro solos, pero eso no libraría a Clara del estigma. Ahora bien, si la encuentran durante los trabajos de una misión arqueológica internacional, entonces las cosas serían distintas. Siempre me ha sorprendido que la chica no supiera nada.

– Clara es muy inteligente, sólo que no quiere enfrentarse con nada que oscurezca su relación con su abuelo, de manera que prefiere no ver ni oír. No la subestimes.

– En realidad no la conozco. Tengo un dossier de varios folios sobre ella, lo que le gusta, y lo que no, sus andanzas en San Francisco, sus calificaciones académicas, pero todo eso no sirve en realidad para conocer a una persona. En este negocio he aprendido que los informes no son capaces de mostrarte el alma de la gente.

A Yasir le impresionó la reflexión de Dukais. Pensó que el presidente de Planet Security no era tan simple como le gustaba aparentar, apreciaba en él ciertos valores, a pesar de lo mucho que le repugnaba verle con los pies sobre la mesa…

– Dame unas horas para que hable con unos amigos y prepare unos cuantos folios para que se los lleves a Alfred. Mi hombre irá contigo. Le diré que te llame esta tarde y así os vais conociendo. ¿Te he dicho que se llama Mike Fernández? Bueno, da lo mismo, te llamará, id preparando el viaje. No le vendrá mal que le des unas cuantas lecciones sobre lo que se va a encontrar.

– ¿Nunca ha estado allí?

– Sí, en la guerra del Golfo: Pero aquello no fue una guerra, eso lo sabemos todos. Fue sólo una exhibición, un despliegue militar para asustar a Sadam, además de para probar unos cuantos artefactos de los que compran los chicos del Pentágono, a cuenta del contribuyente. También ha estado en Egipto pero que yo sepa, de vacaciones, viendo las pirámides, ya sabes.

Cuando Yasir se marchó, Paul Dukais llamó a Robert Brown, pero no lo encontró en el despacho. Le dijeron que le encontraría en el móvil. Estaba almorzando con los rectores de varias universidades norteamericanas con los que preparaba una serie de actos culturales de envergadura para el año siguiente.

Dukais decidió que ya le llamaría más tarde.

* * *

Fabián estaba nervioso. Yves le había convencido para que fuera de avanzadilla a Irak y, aunque había aceptado con entusiasmo, llevaba un par de días que no daba abasto organizando los preparativos e intentando conseguir visados para las distintas escalas que tenían que hacer antes de llegar.

Había logrado reunir un equipo de veinte personas. No eran suficientes, pero no habían encontrado a más que quisieran jugarse el pellejo yendo a excavar a Irak en vísperas de una guerra. Él mismo se decía que era una locura, pero necesitaba poner esas gotas de locura a la rutina de su vida.

Hacía un momento le acababa de llamar una de las alumnas de quinto que les acompañaría un par de meses, hasta Navidad. Quería que viera a un chico amigo de un amigo. Era bosnio, le dijo, y había aterrizado en Madrid para estudiar. Estaba sin un duro y cuando se había enterado de que unos locos se iban a Irak y además pagaban bien, había preguntado si él podría ir en esa expedición a hacer lo que fuera.

Pero ¿qué podía hacer un chico que era maestro y había aterrizado en Madrid para estudiar dos cursos de español en la universidad? No se había comprometido a nada; antes tenía que hablar con Picot. Además, en la expedición había un croata, se lo había dicho Picot. Le había recomendado un profesor alemán; al parecer, el joven estudiaba informática en Alemania. «Un superviviente de la guerra que odiaba la violencia», les habían dicho, pero que, sin embargo, no tenía reparos en ir a un país en estado de sitio para ganar algún dinero. Berlín era muy caro.

A Picot no le había parecido mala idea contar con un informático e ir procesando desde el primer día los trabajos de campo. De manera que les acompañaría. Ahora, lo de incorporar a un bosnio a lo mejor era demasiado. Se habían estado matando hasta hacía cuatro días y lo último que necesitaban eran tensiones en la expedición. Además, volvió a preguntarse: ¿para qué les serviría un maestro?

Picot entró silbando en el ático de Fabián. Se notaba que estaba contento.

– ¡Hola! ¿Estás en casa?

– ¡Estoy en el despacho! -gritó Fabián.

– Menudo día llevo -dijo Picot-, hoy me ha salido todo bien.

– Menos mal -respondió Fabián-, porque yo estoy desbordado con los trámites de las aduanas. Cualquiera diría que vamos a llevar tanques en vez de tiendas de campaña. Y con los visados me están volviendo loco.

– Vamos, no te preocupes. Se arreglará, todo se arreglará.

– Te veo muy optimista. ¿Qué ha pasado?

– Pues que estoy a punto de cerrar un acuerdo con la revista Arqueología científica para que en todas sus ediciones, la inglesa, la francesa, la griega, la española, en fin todas, publiquen los resultados de nuestro trabajo. Espero que a finales de año podamos haber obtenido algún resultado. Me parece importante que tengamos apoyo editorial de la revista más prestigiosa de nuestro sector. Les iremos enviando material con artículos explicativos escritos por nosotros. Ya sé que es sobrecargarnos de trabajo, pero nos vendrá bien.

– Sí, está muy bien. ¿Cómo lo has conseguido?

– Porque me ha llamado el editor de Londres, interesándose por la expedición. En el congreso de Roma se enteró de la intervención de Clara Tannenberg afirmando que Abraham había dictado el Génesis a un escriba. Cree que, si yo estoy por medio, el asunto puede ser serio y quiere tener la exclusiva; publicará lo que vayamos haciendo y encontrando.