Entró sin llamar en la alcoba de la vidente. La moribunda yacía en la cama con los ojos cerrados, cubierta de mantas hasta el mentón. Onofre se percató de lo vieja que era Micaela Castro a la luz de la candela que bailaba en una triste alcuza atornillada a la cabecera del lecho. Alcanzaba el pomo de la puerta para retirarse. Onofre, ¿eres tú?, dijo la pitonisa.

Siga durmiendo, Micaela, dijo Onofre Bouvila, sólo he venido a ver si necesitaba usted algo. Yo no necesito nada, hijo, pero tú sí, susurró la vidente, de sobra se te ve sumido en un mar de confusión.

– ¿Cómo lo sabe? -preguntó Onofre sobrecogido, porque la anciana ni siquiera había abierto los ojos.

– Nadie viene a verme si no está confuso, hijo. No hace falta ser vidente para saber eso. Dime qué te ocurre -dijo ella.

– Micaela, léame el futuro -dijo Onofre.

– Ay, hijo, mis fuerzas están muy mermadas. Yo ya no soy de este mundo. ¿Qué hora tenemos? -preguntó la vidente.

– La una y media, aproximadamente -respondió él.

– Me queda poco tiempo -dijo-. A las cuatro y veinte me moriré. Me lo han dicho ya. Me están esperando, ¿sabes? Pronto me reuniré con ellos. Toda mi vida la he pasado escuchando sus voces; ahora uniré la mía a su coro y alguien desde este mundo me escuchará. También los espíritus tenemos nuestros ciclos.

Voy a relevar a un espíritu cansado. Yo ocuparé su lugar y él podrá reposar por fin en la paz del Señor. Ya sé que mosén Bizancio dice que me aguarda el diablo, pero eso no es verdad.

Mosén Bizancio es un hombre bueno, pero muy ignorante. Dame mis cartas y no perdamos más tiempo. Ahí las encontrarás, en el armarito, en el tercer estante empezando por arriba.

Onofre hizo lo que le decía la anciana. En el armario había ropa negra arrebujada, enseres diversos y unas cajas de papel de arroz liadas con cintas de seda. En el estante indicado vio un devocionario viejo, un rosario de cuentas blancas y una pulsera de nardos naturales en estado de putrefacción. También había un mazo de cartas; lo cogió y se lo dio a la vidente, que había abierto los párpados. Acerca una silla, hijo, y siéntate a mi lado, le dijo, pero antes ayúdame a incorporarme… así, así está bien, gracias. Las cosas hay que hacerlas bien para no hacer el ridículo, que no se rían de nosotros cuando me vean llegar, dijo la vidente. Alisó el cobertor y extendió nueve cartas boca abajo, formando círculo.

El círculo de la sabiduría, dijo, también llamado el espejo de Salomón. Esto es el centro del cielo y aquí las cuatro constelaciones, con sus elementos. Daba vueltas con la mano en el aire, extendiendo el índice. Lo puso sobre una carta. La casa de las disposiciones, dijo dándole la vuelta, o ángulo oriental. Ya veo que vivirás muchos años, serás rico, te casarás con una mujer muy bella, tendrás tres hijos, viajarás, quizá, gozarás de buena salud.

– Está bien, Micaela -dijo Onofre levantándose de la silla-, no se fatigue más. Eso es todo lo que deseaba saber.

– Espera, Onofre, no te vayas. Lo que acabo de decirte son patrañas. No te vayas, Onofre -dijo la vidente-. Ahora veo un mausoleo abandonado, a la luz de la luna. Esto significa fortuna y muerte. Un rey; los reyes también significan muerte, pero también significan poder, así es su naturaleza. Ahora veo sangre; la sangre simboliza el dinero y también la sangre. ¿Y ahora?, ¿qué veo? veo tres mujeres. Onofre, acerca una silla y siéntate aquí, a la cabecera de la cama.

– Estoy aquí, Micaela -dijo Onofre Bouvila.

– Pues escucha bien lo que te estoy diciendo, hijo. Veo tres mujeres. Una está en la casa de los reveses, las contrariedades y las penas. Ésta te hará rico. La otra está en la casa de los legados, que es también la morada de los niños.

Ésta te encumbrará. La tercera y la última está en la casa del amor y de los conocimientos exactos. Ésta te hará feliz. En la cuarta casa hay un hombre; cuídate de él: está en la casa de los envenenamientos y del fin trágico.

– No entiendo nada de lo que me cuenta usted, Micaela -dijo Onofre un tanto conturbado por aquel lenguaje.

– Ay, hijo, así son siempre los oráculos: certeros, pero imprecisos. ¿Crees tú que si fueran de otro modo estaría yo muriéndome en esta pensión cochambrosa? Tú escucha y recuerda.

Cuando suceda lo que te he predicho, lo reconocerás en seguida. No es que eso te sirva de mucho. Tranquiliza, a lo sumo. Pero volvamos a las cartas; que hablen ellas. Veo tres mujeres -dijo la vidente.

– Eso ya lo ha dicho, Micaela -dijo él.

– No he terminado. Una te hará rico, otra te encumbrará, otra te hará feliz. La que te haga feliz te hará desgraciado; la que te encumbre te hará esclavo; la que te haga rico te maldecirá. De las tres, esta última es para ti la más peligrosa, porque es una santa, una santa famosa. Dios escuchará su maldición y para castigarte creará un hombre. Es el hombre de que hablan las cartas, un hombre desgraciado. No sabe que Dios lo ha puesto en el mundo para llevar a cabo Su venganza -dijo la vidente.

– ¿Cómo lo reconoceré? -preguntó Onofre.

– No lo sé: siempre se reconocen estas cosas. De todas formas, que lo reconozcas o no no cambia para nada el resultado. Ya está decidido que sea él quien te destruya. Es inútil que te enfrentes a él. Sus armas y las tuyas son distintas. Habrá violencia y muerte. Los dos seréis devorados por el dragón. Pero no tengas miedo. Los dragones son aparatosos, pero todo se les va en el rugir y echar llamas por la boca. Teme a la cabra, que es el símbolo de la perfidia y el engaño. Y no me hagas trabajar más, que estoy muy cansada -dijo para terminar. Las cartas resbalaron del cobertor y se desparramaron por el suelo. Ella dejó caer la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos. Onofre pensó que había muerto; descolgó la alcuza del gancho y acercó el pábilo al rostro de la vieja. La llama osciló: aún respiraba. Recogió las cartas del suelo y guardó el mazo en el armario. Antes de guardarlo lo barajó cuidadosamente para que nadie más pudiera conocer su futuro. Luego salió de puntillas del cuarto de la vidente moribunda y regresó a su habitación. En la cama estuvo pensando en lo que acababa de oír, tratando de encontrarle sentido.

Delfina seguía yendo al mercado todos los días. Viéndola venir sin el gato las vendedoras le hacían sentir el peso del rencor acumulado durante años de terror: se negaban a despacharle o lo hacían después de darle un plantón; se dirigían a ella con motes ofensivos, la llamaban "pingorote" o no le hablaban; la estafaban en los cambios y si protestaba se reían en su propia cara. Una vez le arrojaron un huevo podrido a la espalda. Ella no hizo nada por borrar el impacto del huevo en el vestido. Onofre no había vuelto a ver a Sisinio ni sabía nada de él, pero tenía la impresión de que el pintor y la fámula no habían vuelto a encontrarse desde la noche en que "Belcebú" había muerto. Micaela Castro murió también la noche misma en que le echó las cartas. Al amanecer mosén Bizancio entró en su alcoba y la encontró muerta. Le cerró los párpados, espabiló la alcuza y avisó a los dueños de la pensión y a los demás huéspedes. Al día siguiente fue enterrada y le fue rezado un responso en la parroquia de San Ezequiel. En el armario de su alcoba fueron encontrados varios papeles; de estos papeles se desprendía que en realidad no se llamaba Micaela Castro, sino Pastora López Marrero. En el momento de morir tenía sesenta y cuatro años de edad. No hubo forma de localizar a ningún pariente ni dejó nada en herencia que justificase una pesquisa más concienzuda. Delfina cambió las sábanas de la cama de la difunta por otras igualmente sucias y la habitación fue ocupada ese mismo día por un joven que estudiaba filosofía. Nadie le dijo que en esa misma cama se había muerto una persona pocas horas antes. Andando el tiempo este estudiante se volvió loco, pero por otras causas.

Cerca de una de las puertas que daba acceso al parque desde el paseo de la Aduana había un pabellón no muy grande, recubierto de azulejos por dentro y por fuera, llamado Pabellón de Aguas Azoadas. Estaba acabado a finales de enero, pero aún vacío a mediados de marzo. Onofre Bouvila y Efrén Castells se habían hecho con una llave. Allí guardaban el producto de los robos. Los niños- ladrones habían arramblado el día anterior con una partida de relojes. No sabían qué hacer ahora con tantos relojes. Había relojes comunes de bolsillo, relojes de torre y establecimientos públicos, relojes de repetición, de segundos independientes, cronómetros de bolsillo, cronómetros para la marina, péndulos de segundos, relojes siderales y cronómetros para observaciones astronómicas y científicas, clepsidras, relojes de arena, reguladores, relojes complexos indicando los principales elementos de los ciclos solar y lunar, relojes eléctricos, relojes especiales para la gnómica, relojes equinocciales, polares, horizontales, verticalescardinales, verticales-declinantes, en planos inclinados, relojes meridionales y septentrionales, en planos inclinados y con declinación, podómetros y contadores diversos aplicados a la construcción, a la industria, locomoción y ciencias, aparatos para regular los movimientos de los focos luminosos en general, aparatos para señalar, fijar y precisar la acción de ciertos fenómenos naturales y aparatos de relojería para diversas aplicaciones, económicos y de precio, piezas sueltas de relojería de todas clases y sistemas, etcétera. Así rezaba la lista. No sé qué haremos con tanto reloj, dijo el gigante, salvo perder el juicio con tanto tictac y tanta campanada.

5

En vísperas de la inauguración de la Exposición Universal las autoridades se habían comprometido a limpiar Barcelona de indeseables. "Desde hace algún tiempo nuestras autoridades muestran singular empeño en librarnos de esa plaga de vagos, rufianes y gentes de mal vivir que no pudiendo ejercer en las localidades pequeñas sus criminales industrias, buscan transitoria salvaguardia en la confusión de las ciudades populosas, y si no han conseguido extirpar de raíz todos los cánceres sociales, que en desdoro de esta culta capital todavía la minan y corroen, mucho llevan adelantado en tan dificultosa tarea", dice un periódico de esa época. Ahora cada noche había redadas.

– No vuelvas por aquí en un tiempo; el grupo se disuelve provisionalmente -dijo Pablo. Onofre le preguntó qué se proponía hacer, dónde se escondería ahora. El apóstol se encogió de hombros: la perspectiva no parecía complacerle-. No dudes de que volveremos a la carga con fuerzas renovadas -añadió con poca convicción. ¿Y los panfletos?, preguntó Onofre. El apóstol torció la boca en señal de desdén-: No más panfletos -dijo. Onofre quiso saber qué pasaría en tal caso con su semanada-. Te quedarás sin ella -respondió Pablo con un deje de complacencia maliciosa en la voz-; a veces las circunstancias imponen ciertas estrecheces. Además, esto es una causa política: aquí no garantizamos el sueldo a nadie -Onofre quiso preguntar algo más, pero el apóstol le hizo un gesto imperioso: Vete ya, quería decir con este gesto. Onofre se dirigió a la puerta. Pablo se puso a su lado antes de que pudiera abrir-. Espera -dijo, es posible que no volvamos a vernos nunca más. La lucha será larga -dijo precipitadamente; se veía que no era eso lo que quería decir: otra cosa más importante ocupaba su atención en aquel momento, pero por timidez o por torpeza no quería hablar de ella. Por este motivo se refugiaba en la retórica consabida-; en realidad esta lucha no puede cesar. Los socialistas, que son tontos, creen que todo se arregla con la revolución; dicen esto porque piensan que la explotación del hombre por el hombre sólo se produce una vez, que en cuanto la sociedad se libere de los que ahora mandan se habrá arreglado todo. Pero nosotros sabemos que allí donde hay una relación de cualquier tipo hay explotación del débil por el fuerte. Esta lucha, esta agonía terrible es el destino inexorable del ser humano -al finalizar esta perorata abrazó a Onofre-. Es posible que no volvamos a vernos nunca más -dijo con la voz rota por la emoción-. Adiós y que la suerte te sea favorable.