Изменить стиль страницы

En el salón, ante el veredicto silencioso del concurso, Ascanio daba fin a su lectura. Quedaba claro que se facultaba a la justicia para averiguar, mediante la aplicación de todos los rigores procesales habidos y por haber, los pecados más íntimos, no sólo los que requerían cómplice, con la advertencia de que, de estas leyes, quedaban los griegos eximidos, y los anglosajones también, a causa de que los pecados de la carne poco podrían añadir a lo mucho que tenían adelantado unos y otros en el camino del infierno, ya que ni unos ni otros obedecían a Roma. El obispo, que aprobaba con visibles movimientos de cabeza esta última parte, le preguntó a Aldobrandini, aunque en secreto, si no habrían ido un poco lejos en lo de los pecados carnales, y si no convendría hacer la vista gorda con los ocultos. «Al Santo Padre -añadió- esto va a parecerle un poco exagerado.» «No olvide monseñor que el general Della Porta es un enviado de Dios y trae Su Palabra. Como padre que es de nuestros conciudadanos, quiere impedir por todos los medios a su alcance la condenación eterna de quienes son como niños. Y, ¿qué importa, ante una eternidad de castigo, una tortura más o menos?» «Sí, claro, claro -le respondió el obispo-; la condenación eterna. Es un viejo ideal, ese de que el pecado sea delito, sobre todo el pecado tan feo de la carne.» Seguramente le surgió en aquel instante, del montón de sus recuerdos, algo que le obligó a dar media vuelta.

Aquella misma noche, vacío ya el salón, Ascanio Aldobrandini se quedó a solas con el futuro: la cara hacia levante, como quien dice, aunque parezca más sensato situar el futuro en el poniente. Tras mantener los ojos cerrados durante un espacio largo, al modo del que busca la luz en el fondo de sí mismo, empezó a escribir en las hojas impolutas de un cuaderno: no el texto de las leyes, sería prematuro, aunque quizás las notas que les servirían de base: «De cómo compaginar el derecho romano con los Evangelios rectamente entendidos». Lo subrayó como si fuese (y lo debía ser) el título.