Изменить стиль страницы

CHINCHIBIRÍN. (Se incorpora poto a poco. Casi no puede levantar la cabeza.) ¡Sobre nosotros descansarán ahora nuestros enemigos! ¡Tendrán paz y la servidumbre de los nuestros, y nuestras mujeres, y nuestras joyas, y nuestras plumas, y nuestras cosechas! (En la penumbra crepuscular confunde al Guacamayo con el Arcoiris.) ¡Ah, ya asoma el arcoiris, cubre el fuego de la guerra con sus alas, el fuego de la guerra que no tiene ceniza! ¡Se levanta sin la flecha que nos dio la muerte!’ ¡Ya lo veo y veo pasar bajo su puerta de colores, las sombras de los que perdieron la vida combatiendo! ¿Qué será de nuestros enemigos en su pensamiento? ¿Qué será de nuestros enemigos en su corazón, ahora que tienen paz y reposo sobre nuestros escudos, sobre nuestras cabezas, sobre nuestros cuerpos sin cabeza? ¡A la espalda de ellos ha salido el arcoiris! (El Guacamayo mueve las alas.) Y no sólo veo sus colores, sino entiendo sus señales, bejuco de agua de colibrí, habla de cielo en nube acabada de partir… (El Guacamayo se vuelve.)

GUACAMAYO. (Volviéndose a Chinchibirín, sacude las alas.) ¡Cuác! ¡Cuác! ¡Cuác!

CHINCHIBIRÍN. (Trata de incorporarse, como el que se defiende en agonía, y apenas si logra articular.) ¿A qué vienes? Di, ¿a qué vienes? ¡Tú, el Arcoiris del Engaño… qué dura es la derrota!

GUACAMAYO. (Se aproxima a Chinchibirín que ha vuelto a botar la cabeza sobre la tierra del combate.) ¡Vengo para una sola y última flecha! (Se echa junto a Chinchibirín que no responde, lo acaricia ton la pata.) ¡Una sola y última flecha, acucuác!

CHINCHIBIRÍN. (Reacciona. El Guacamayo se para y se retira asustado.) ¡El arco… mi flecha… mi flecha… mi… mi… GUACAMAYO. ¡Tu última flecha es Yaí!

CHINCHIBIRÍN (Habla con dificultad. Parece haberse agotado más con la reacción violenta.) ¡Yaí, Flor Amarilla… co… mo… mis ojos con… mi… go… co… mo… mis o… í… dos… conmigo… co… mo… mis pies con… migo… co… mo… mis ma… como mis manos conmigo… ¡Yaí, Flor Amarilla!… (Gritando.) ¡Yaí, Flor Amarilla… (Se vuelve a incorporar.) Mi madre era ciega, pero ella la veía pasar por mi júbilo y yo la veía pasar por los ojos de ella que no la veía… ¡Yaí, Flor Amarilla!… ¡Flor-flecha amarilla para matar al Guacamayo, ahora que estoy empapado de crepúsculo!

Prolongado silencio. Se oye la respiración del Guacamayo. Sus picotazos al aire, como si atacara a alguien. Pura monomanía de pájaro viejo. Entra Yaí, joven, radiante. Viste de amarillo muy claro. Sortea al pasar los cuerpos de los caídos en el combate de la tarde. Se detiene junto al fuego que arde cerca de la cortina roja, y dice al fuego.

YAÍ. Los que oyen la tierra hecha en sus oídos tierra. Los que ven la tierra hecha en sus ojos tierra. Los que huelen la tierra hecha en sus narices tierra. Los que prueban la tierra hecha en sus labios y sus lenguas tierra…

CHINCHIBIRÍN. (Voz lejana, apagada, surgida de entre los muertos en el combate.) ¡Yaí, Flor Amarilla…!

YAÍ. (Sorprendida de oírse nombrar, sin saber por quién.) Después del combate quedan vagando en el campo de batalla las últimas palabras de los combatientes. Después del combate, después de la vida, después de la llama, cuando la brasa deja ir maripositas de blanca ceniza…

CHINCHIBIRÍN. ¡Yaí, Flor Amarilla!

YAÍ. (Inquieta, pierde su aparente aplomo.) ¡Alguno de los combatientes murió con mi nombre en los labios!… Cuculcán… ¿Sería Cuculcán, al que estoy ofrecida desde niña? (Busca entre los guerreros caídos, para ver si le encuentra.) ¡Cuculcán! ¡Cuculcán, Poderoso del Cielo y de la Tierra, el del Palacio de los Tres Colores, como el Palacio del Sol… el que sale por la mañana vestido de amarillo, el que por la tarde viste de rojo, el que por la noche, aún vestido, tiene la desnudez de la tiniebla…!

CHINCHIBIRÍN. ¡Yaí, Flor Amarilla!

YAÍ. (Toma de un ala al Guacamayo que parece dormitar.) ¡Tú has sido! ¿Para qué m quieres? ¿Para qué me llamas?

GUACAMAYO. (Defendiéndose.) ¡Cuác! ¡Cuác! Cuác!

YAÍ. ¡Me quieres hacer creer que me llaman los muertos, embustero!

GUACAMAYO. (Encorajinado.) ¡No he movido el pico!

YAÍ. Gran Saliva de Espejo cuando quiere habla sin mover el pico…

GUACAMAYO. ¡Cuác! ¡Cuác! ¡Cuác!

YAÍ. Digo que Gran Saliva de Espejo cuando quiere habla sin mover el pico. Ahora mismo me llamabas con una voz que te sale de las plumas del vientre. Sin duda querías apartarme del fuego de la guerra, el fuego que no tiene ceniza, y que pronto será el nance de la tarde, aquel fuego que tú picoteaste en vano.

CHINCHIBIRÍN. ¡Yaí, Flor Amarilla!

YAÍ. ¡Habla como debe ser, para eso tienes pico! ¡Me da miedo, me escalofría oírte hablar con las plumas!

GUACAMAYO. ¡Acacuác, esa voz es tan conocida, antes te salía a llamar en los caminos del sueño!

YAÍ. ¡Ahora me ha salido a llamar…! (Las manos en la cara, sobre los ojos, lo que le impide ver de dónde parte esta vez tu nombre.)

CHINCHIBIRÍN. ¡Yaí!…

YAÍ. ¡Ha dicho mi nombre un muerto! ¿Has oído mi nombre, mi nombre, Yaí, dicho por un muerto, Relámpago de Chayes de Colores?

GUACAMAYO. El nombre de la que hablaba con el fuego…

YAÍ. ¡Yo hablaba con el fuego!

GUACAMAYO. ¡Le dabas tu último mensaje, acucuác: Flor Amarilla compartirá esta noche el lecho del Poderoso Cuculcán!

YAÍ. (Inclinándose para asentir con lo dicho por el Guacamayo.) De la frente al caer de mi suerte…

GUACAMAYO. ¡Cuác de mi acucuác!

YAÍ. En el lugar de la Abundancia me ofrecieron Mis padres en forma de una flor a Cuculcán y por eso no hubo cosecha mala en sus tierras ni mal de ojo en la casa, Cinco veces se abrió el vientre de mi madre y yo fui la elegida. Conmigo se cerró el vientre de mi madre para siempre.

GUACAMAYO. (Paternal.) Yaí, cuác de mi acucuác, al abrirse la última vez el vientre de. tu madre, fue una concha de dos labios que dejó escapar una palabra con destino de molusco.

YAÍ. No entiendo lo que dices, pero me da miedo; mientras hablaba con el fuego, me llamó un muerto y no era Cuculcán.

GUACAMAYO. ¡No era Cuculcán, cuác de mi acucuác; el Poderoso del Cielo y de la Tierra, te espera esta noche!…

YAÍ. ¿Será mi esposo?

GUACAMAYO. ¡Sólo esta noche, Flor Amarilla de Cuculcán hasta la aurora!

YAÍ. (Tirando de una de las alas al Guacamayo.) ¡De mi frente al caer de mi suerte, qué has dicho!

GUACAMAYO. Yaí, Flor Amarilla de Cuculcán hasta la Aurora!

YAÍ. ¡De mi frente al caer de mi suerte, por qué hasta la aurora!

GUACAMAYO. ¡Porque el amor sólo dura una noche! YAÍ. ¿Y mañana?

GUACAMAYO. ¡Ay, cuác de mi acucuác, para la doncella que pasa la noche con el Sol, no amanece el Sol! ¡Te arrancarán del lecho del Poderoso Señor del Cielo y de la Tierra, antes del rosicler del alba!

YAÍ. De mi frente al caer de mi suerte, seré la estrella de la mañana, eso quieres decir.

GUACAMAYO. ¡Ay, cuác de mi acucuác, cómo defiendes tu ilusión! Las manos de los ríos te arrancarán de su lecho, para precipitarte en el Baúl de los Gigantes.

YAÍ. Pues iré río abajo, piragua cargada con maíz de agrado. Maíz de agrado es el lenguaje de mi Señor. Pasaré los ríos, pasaré los lagos y al mar llegaré dulce. ¡Ya ves cómo defiendo mi ilusión!

GUACAMAYO. Si de verdad la quieres defender, oye las plumas amarillas de mi lenguaje, en un relámpago te dirán lo que tienes que hacer, para que su lecho no lo ocupen, hoy tú y mañana otra…

YAÍ. ¿Otra?

GUACAMAYO. ¡Otra!

YAÍ. ¿Otra?

GUACAMAYO. ¿De qué te extrañas? El amor de Cuculcán es como todo en su palacio, pasajero.

Yaí y el Guacamayo se apartan hablando en voz baja. Ella muy pensativa y él con suaves ademanes de confidente. Chinchibirín como si quisiera desatarse de lo que está soñando (está soñando a Yaí y al Guacamayo), forcejea por despertar y habla, sin que aquellos se den cuenta.

CHINCHIBIRÍN. ¡El Arcoiris del Engaño para Yaí, la última flecha, y yo el arquero! De mi frente a donde caen las hojas, ella será la última flecha, si pone asunto a sus palabras. ¡Flor Amarilla, no le oigas, no sigas su consejo, yo te conocí cuando no eras mujer en el Lugar de la Abundancia, cuando eras agua y contigo mitigué mi sed, cuando eras sombra de pinol y yo el dormido, cuando eras barro de comal para calentar tortillas titilantes! Las tortillas eran estrellas y en la casa y en los caminos nos acompañaban… ( Calla y vuelve a quedar inmóvil.)

GUACAMAYO. ¡Cuác, cuác, cuác, acucuác, cuác!

YAÍ. (Sonriente y juguetona sigue al Guacamayo que Se retira colérico.) ¿Qué pierdo con oír a este pajarraco? ¡Gran Saliva, no me dejes sembrada, sin esperanza, en la congoja de la tierra negra! Titubeo sin tu consejo, malo es tu corazón, porque a todo me resigno, menos a la otra…

GUACAMAYO. Si sólo fueras tú, pero esa otra. (Se alojan. Ella, poco a poco, va perdiendo su aire burlón y parece preocupada de lo que le dice el Guacamayo.)

CHINCHIBIRÍN. ¡Yaí, Flor Amarilla, no le des oídos al engaño, quiere acabar con el Palacio de los Tres Colores que dice que es sólo una ilusión de los sentidos, porque nada existe, fuera de Cuculcán que pasa de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana, de la mañana a la tarde!…

GUACAMAYO. (Volviéndose a Chinchibirín que sólo él alcanza a oír.) ¡Cuác! ¡Cuác! ¡Cuác!

YAÍ. ¿Hablas con los muertos?

GUACAMAYO. ¡Sí, porque estoy hablando contigo!

YAÍ. Horroroso!

El Guacamayo y Yaí siguen hablando. No se oye lo que hablan, pero por sus actitudes y movimientos se adivina que él trata de convencerla.

CHINCHIBIRÍN. ¡Yaí, Flor Amarilla, no te pongas en el Arcoiris de su voz como una flecha! ¡El mismo me lo dijo: tú, el arquero; Yaí, la flecha, y yo el Arcoiris! ¡No te dejes guiar por el plumaje rico y perfecto color de su lenguaje! ¡El embuste vestido de piedras preciosas, embuste se queda! ¡Siento que se hacen agua mis espejos en sus casas de ramos de pino!

YAÍ. (Al Guacamayo.) ¡Bueno, pero sin promesa de hacer lo que aconsejes!

GUACAMAYO. ¡Como quieras!

YAÍ. Hacerlo o no hacerlo queda de mi frente a la caída de mi suerte…

GUACAMAYO. ¡Por las diez piedras de tus manos, acucuác, mi preferida, la preferida de Gran Saliva! En mi pluma de espejo, las liendres son cositas de plata. Te fastidio con tanto hablar, pero no puedo estarme callado, es mi naturaleza cómo la de la mujer, palabra envuelta en palabras.