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GUACAMAYO. ¡Acucuác, cuarác!

CHINCHIBIRÍN. ¡Van a despertar los chupamieles!

ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡Sí, van a despertar los chupamieles con esa tempestad en verano!

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. Y no resisto. Cuando lo oigo hablar me quema los oídos y entonces echo a sonar la tempestad en mis tambores, para que venga el agua. Todas las orejas tostadas de las hojas han escuchado su voz de fuego. Abuela de los Remiendos, dejaré la tentación del tambor para cargarte. (La toma de brazos de Cbincbibirín.)

CHINCHIBIRÍN. Habla, Abuela. Nos interesa el final de lo que decías.

ABUELA DE LOS REMIENDOS. Saliva aconsejó a la Luna que se mostrara ante los dioses inconforme por su suerte. La de ella y la de todos los comales. ¡No es justo, dicen los comales, que mientras las mujeres aplauden con el maíz en las manos, al hacer las tortillas, nosotros nos quememos! La Luna enrojeció y se hizo pedazos, pero sus fragmentos cayeron en el sueño del guerrero frijol negro coa resplandor nocturno y de su pecho resurgirá.

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Un guerrero no morirá y de su pecho resurgirá la Luna, Comadre de los Comales! La comadre Luna. Del pecho del guerrero frijol negro con resplandor nocturno.

GUACAMAYO. (Burlón.) Acucuác, la abuelita debía contar otra adivinanza…! ¿Qué cosa y cosa una jícara azul, sembrada de maíces tostados?

ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡El cielo sembrado de estrellas!

GUACAMAYO. (Muy contento de la contestación de la Abuela que le permite seguir la burla.) ¿Qué cosa y cosa van guiando las plumas coloradas y van tras ellas los cuervos?

ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡La chamusquina de las cabañas!

GUACAMAYO. (En abierta burla.) ¡Curác-cuác, cutrác!… ¿qué cosa y cosa una vieja que tiene los cabellos de heno y está cerca de la puerta de casa?

CHINCHIBIRÍN. ¡La troje y te callas de una vez!

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Toma a la Abuela, Chinchibirín, porque si Saliva sigue burlándose de su sabiduría, le voy a dar con el tambor en el pico!

ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡No haya guerra! Estoy cansada, debemos volver a casa, Blanco Aporreador de Tambores, sin provocar la tempestad del trueno que adelantaría la primavera. Esta vez, la Luna brillará en el cielo cuando despierten los chupamieles.

GUACAMAYO. (Riéndose.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác, cuác!… ¡Cuác, cuác, cuác, cuác!

ABUELA DE LOS REMIENDOS. (Al ademán de Blanco Aporreador de pasarla a brazos de Chinchibirín, se agarra del cuello de aquél.) ¡No, no, no, ya debo irme, ya debemos irnos, sin más escándalo!

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. Entonces, te voy a envolver, Abuela… (La coloca sobre las sábanas en que la traía y vuelve a hacer bulto con ella.) Y tú debías agradecer que la Abuela no quiere que se haga escándalo, si no te curaba el dolor de dientes, dejándote sin dientes.

CHINCHIBIRÍN. ¡Aparta, Blanco Aporreador de Tambores, que yo soy el que va a acabar con él; pero antes quiero probarle que no es cierto todo lo que me ha dicho! (Refiriéndose a la Abuela.) ¡Y qué bien que se deja, es apenas creíble que tan gran sabiduría viaje en un tanatillo de nubes!

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. (Al terminar de hacer el bulto con varios nudos.) ¡Este nudo es el del Norte, el de la mano blanca de dedos con tortilla de maíz blanco! ¡Este nudo es el del Sur, el de la mano amarilla de dedos con calabaza amarilla! ¡Este nudo es el del Oriente, el de la mano roja de las suertes en los frijolillos rojos! ¡Este nudo es el de Poniente, el de la negra mano de la noche! ¡Cuatro son los nudos del cielo, en la nube de la Abuela de los Remiendos!

CHINCHIBIRÍN. ¿Y no pesa?

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Nada! ¡Menos que un colibrí!, Puedes pulsarla, es una pluma!

CHINCHIRIBÍN. (Tomándola de manos de Blanco Aporreador.) ¡Es un juego y se podría ir con ella por los caminos, lanzándola hacia arriba y recibiéndola! (Al decir esto, lanza el’ bulto hacia lo alto. En vano trata Blanco Aporreador de interponerse, de impedirlo, ya está hecho y en lugar de caer el bulto, sigue hacia arriba y se detiene como una nube, a los ojos de todos.)

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¿Qué has hecho, Chinchibirín?…

CHINCHIBIRÍN. ¡No sabía qué era una nube!

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Mejor no te la hubiera dado! (No sabe qué hacer, a todo esto la nube va caminando, es el bulto en que va la Abuela de los Remiendos.)

GUACAMAYO. (Con fiestas, alegrándose de lo que les ha pasado.) ¡Chin-chin-chin-chibirín! ¡Chin-chin-chi-chibirín! ¡Chin-chin-chinchibirín! ¿Chinchibirín-chin-chin! ¡Chinchibirín-chin-chin!

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Mi tambor! ¡Mi tambor! (Ha empezado a soplar fuerte viento.)

CHINCHIBIRÍN. ¡La Abuela dijo que no pelearan! (Trata de detener a Blanco Aporreador que ha tomado el tambor.) ¡No es hora de pelear… debemos ver cómo salvamos a… deja… deja el tambor… estos pájaros son así, muy vestidos de piedras preciosas, muy bonitos por fuera, pero de un corazón negro!…

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Suelta… suéltame las manos… déjame el tambor… voy a que truene la tempestad del eco para que llueva y rescatemos a la Abuela, y entonces devolveremos su risa a este Saliva de mal corazón, en las mazorcas!

Segunda Cortina Roja

Cortina roja, color de la tarde, magia del color rojo de la tarde. Cuculcán se desviste del amarillo de la mañana con movimientos sacerdotales. Un escuadrón de guerreros pasa. Pitahaya las caras, pitahaya las manos, pitahaya los pies. Todos van empenachados con plumas purpurinas. En las orejas, a manera de aretes, pájaros de plumas rojas o flores de fuego. Trajes, escudos, arcos, calzar, flechas en matices que van del pálido barro quemado hasta el rabioso rojo de la sangre. Entran y salen en formación interminable. Vestido Cuculcán de rojo, se coloca frente a la cortina roja de la tarde y a partir de ese momento, empieza a anunciarse la batalla con gritos estridentes. Los guerreros rojos, por sus genuflexiones, más parecen tratantes que guerreros. Es un baile de ofertas y de réplicas. Pero de las genuflexiones pasan al ataque. Resuenan tambores y caracolas.

CORO. (Lento.) ¿De qué subterráneo se arrancan las chispas de la destrucción? ¡El humo, la ahogazón, salta del pecho de la tierra herida! ¡No te bastó olerme por encima y enterrar tu flecha en mi corazón! ¿A qué huele mi corazón? ¡Dilo, por el turpial que lo calla, di a qué huele mi corazón! ¡Mañana será tarde! ¡Mi oído estará seco! ¡Di a qué huele mi corazón, antes que el suelo se haga mi horizonte! ¡Mi corazón perforado por la flecha quedará como la piedra agujereada del juego de pelota! ¡En tu flecha tu olor que me duele!

CHINCHIBIRÍN. (Se detiene en medio de la batalla, en que él y Cuculcán toman parte activa entre los combatientes, todos al ataque de la cortina roja con sus flechas.) ¡Guerreros, aquí encenderemos, después del triunfo, la colmena de las avispas de oro, sudorosas de sol las alas y ventrudas de miel amarga! ¡Las avispas que robaron los ojos a las flores, pancitas llenas de ojos de flores que ciegas quedaron! ¡Ciegas! ¡Por eso es la guerra, matanza por las flores que quedaron ciegas! ¡Las avispas de oro les robaron los ojos para los panales de luz! ¡Ciento y miles de gallinas van a ser desvestidas de sus plumas! ¿Dónde están los enemigos? ¡Sobre ellos iremos a descansar!…

CORO. (Lento.) ¡Fiesta del reposo sobre los enemigos! ¡Seis días y veinte días atrás éramos amigos, sabíamos su olor sin negarles el nuestro; el aire nos traía sus cabellos, como hierbas fragantes, y espumitas de su saliva pisaban nuestras plantas, y su tabaco pintaba de amarillo nuestros dientes!

Sigue la lluvia de flechas rojas sobre la cortina roja. Tambores, conchas de tortugas, tunes, caracolas, piedras entrechocadas aumentan el ruido desgarrador de la batalla de la tarde.

CORO. (Lento.) ¡Fiesta del reposo sobre los enemigos! ¡Seis días y veinte días fuimos amigos, hoy descansaremos sobre ellos o ellos sobre nosotros, como enemigos, descansarán! ¡No hay paz si no se reposa sobre los escudos, las cabezas y los cuerpos sin cabeza del enemigo! ¡Nosotros, oíd guerreros, oíd guerreros combatientes, hemos vivido en paz, porque cien veces en cien anos de cuatrocientos días, nuestros padres descansaron, después del combate, sobre los escudos, las cabezas y los cuerpos sin cabeza del enemigo!

Una lluvia de flechas cae sobre la cortina roja. Disparan casi al mismo tiempo todos los guerreros. Cuculcán, unido a los combatientes, dispara. Bailan al compás de un estrépito ensordecedor de tambores, caracolas, tunes, piedras golpeadas. La lluvia de flechas rojas enciende, cerca de la cortina de la tarde, el fuego de la guerra. Llamea. Los guerreros siguen a Cuculcán, se acercan y se alejan del fuego. Más flechas, piedras de honda de pita y alaridos de gusto, de rabia, de guerra, de fiesta.

CHINCHIBIRÍN. (Hace alto y grita sofocado.) ¡Guerreros, la raíz de la.guerra en las lenguas de lo que cada uno defiende! ¡La raíz de la guerra en el aliento del hombre combatiente! ¡Es hermoso defender con la palabra lo que se paladea con el pedernal filudo de la mirada, en el ojo del combatiente enemigo o en su pecho de piedra contraria! ¡Con la mirada me sacó la sangre más que con su cuchillo de pedernal! ¡Mi sangre era mi vuelo… (cayendo y levantándose )…ah, cómo pesa el cuerpo del guerrero herido… no, no me dejes libre, átame de pies y manos a la muerte para que no vuelva al fuego que me llama!

Sigue la danza guerrera. Muchos heridos y muertos. Los combatientes saltan sobre los cuerpos de sus compañeros. Al apagarse el campo de batalla con la última luz de la tarde, Cuculcán dispara su última flecha y sale. Chinchibirín está entre los caídos.

CHINCHIBIRÍN. (La voz que no alcanza aliento.) ¡Mi sangre era mi vuelo… era el ave que dentro de mí volaba para mantenerse en alto… ah… cómo pesa el cuerpo del guerrero herido… del guerrero que… del guerrero que… que… que ya va perdiendo por dentro el vuelo de su sangre!… ¡No… no me dejes libre, átame de pies y manos a la muerte, para que no vuele al fuego que me llama!

GUACAMAYO. (Entra silencioso, funeral. Algunas plumas alborotadas sobre sus ojos le dan apariencia pensativa, pues parece que junta las cejas para ver mejor el triste resultado de la batalla, Pasa entre los guerreros codos, como reconociéndolos y llega por fin a Chinchibirín quo yace Se inclina como para olerle el aliento y aletea gozoso, significando que aún vive,) ¡Uác, uác! ¡Uác, uác! (Da vueltas aleteando alrededor de Chinchibirín.) ¡…birín, cuác, Chinchibirín, cuác, Rinchinchibirín, cuác, cuác!… ¡Chin! ¡Chin! ¡Chin! ¡Chinchibirín!… ¡Chin! ¡Chin! ¡Chin! Chinchibirín! ¡Chin! ¡Chin! ¡Chin! ¡Chinchibirín! Chin! ¡Chin! ¡Chin! ¡Chinchibirín! (Así diciendo, va, paso adelante, paso atrás, alrededor del cuerpo de Chinchibirín; pero de pronto se detiene y va hacia el fuego que arde cerca de la cortina de la tarde.) ¡Chin! ¡Chin! ¡Chinchibirín! ¡Chin! ¡Chin! ¡Chinchibirín! ¡Chin! ¡Chin! ¡Chinchibirín! (Al llegar al fuego, se pone de espaldas y lo oculta con las alas abiertas.)