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CHINCHIBIRÍN

El aturdido son de los ronrones,

baile de suertes en el sol maduro.

Intocable la luz de sueño de agua.

¿Y mañana?…

El aturdido son de los ronrones.

Alivio perezoso del verano,

en siesta atardecida, y el poroso

no ver del árbol seco, el baile

de las suertes en el aire…

Son sus hojas que bailan en el aire,

el aturdido son de los ronrones

Entra Cuculcán, todo de amarillo, en zancos amarillos, se sitúa frente a la cortina amarilla,

CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!

CHINCHIBIRÍN. ¡Señor!

CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!

CHINCHIBIRÍN. ¡Mi Señor!

CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!

CHINCHIBIRÍN. ¡Gran Señor!

CUCULCÁN. ¡El pedernal amarillo es la piedra de la mañana! ¡La Madre Ceiba amarilla es mi centro amarillo! ¡Amarillo es mi árbol, amarillo es mi camote, amarillos son mis pavos, el frijol de espalda amarilla es mi frijol!

CHINCHIBIRÍN. ¡Señor!

CUCULCÁN. ¡El pedernal rojo es la sagrada piedra de la tarde! ¡La Madre Ceiba roja es mi centro, escondido está en el Poniente, suyos son el zapote rojo y los bejucos rojos! ¡Los pavos rojos de cresta amarilla son mis pavos! ¡El maíz rojo y tostado es mi maíz!

CHINCHIBIRÍN. ¡Mi Señor!

CUCULCÁN. ¡El pedernal negro es mi piedra de la noche! ¡El maíz negro y acaracolado es mi maíz! ¡El camote de pezón negro es mi camote! ¡Los pavos negros son mis pavos! ¡La negra noche es mi casa! ¡El frijol negro es mi frijol! ¡El haba negra es mi haba!

CHINCHIBIRÍN. ¡Gran Señor!

CUCULCÁN. ¡El calabozo blando inunda las tierras del Norte! ¡La flor amarilla es mi jícara! ¡La flor de oro es mi flor!

GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác!

CUCULCÁN. ¡El calabazo rojo se derrama sobre las tierras del Poniente! ¡La flor roja es mi jícara! ¡El girasol rojo es mi girasol!

GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác!

CUCULCÁN. ¡El calabazo negro riega las tierras invisibles! ¡El lirio negro es mi jícara! ¡El lirio negro es mi lirio!

CHINCHIBIRÍN. ¡Señor, mi Señor, gran Señor!

GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, acucuác, cuác! ¡Acuác! ¡Acucuác! ¡Acucuác!

CUCULCÁN. ¡Pájaro de colores, como el engaño! Su resplandor no penetró todo el cielo, porque sólo era el esplendor de las jadeítas y las piedras preciosas de su plumaje.

CHINCHIBIRÍN. ¡Es el Engañador y va a perdernos! ¡Su voz deja en los oídos saliva venenosa de serpientes y supuración de malestares en el pecho!

GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác! ¡Acucuác!

CHINCHIBIRÍN. ¡Hay que matarlo! Su cadáver quedará como un arcoiris blanco…

CUCULCÁN. Su voz. Habla oscuridad. De lejos es lindo su plumaje de alboroto de maíz dorado sobre el mar y la sangre. Todo estaba en las jícaras de la tiniebla revuelto, descompuesto, informe. El silencio rodeaba la vida. Era insufrible el silencio y los Creadores dejaron sus sandalias para significar que no estaban ausentes de los cielos. Sus sandalias o ecos. Pero el Guacamayo, jugando con las palabras, confundió los ecos, sandalias de los dioses. El Guacamayo con su lengua enredó a los dioses por los pies, al confundirles sus sandalias, al hacerles andar con los ecos del pie derecho en el píe izquierdo…

GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cu-cu-cu-cuác! ¡Cu-cu-cuác!

CUCULCÁN. ¡Fue terrible, sangraron los pies de los dioses confundidos en sus sandalias!

CHINCHIBIRÍN. Las sandalias de Cuculcán son sus zancos…

CUCULCÁN. ¡Mis zancos son los árboles que crecen! (Los zancos de Cuculcán empiezan a crecer y él se ve más alto.)

GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cu-cu-cu-cuác! ¡Cu-cu-cu-cuác!

CHINCHIBIRÍN. ¡Una piedra y mi honda!

CUCULCÁN. (Han seguido creciendo los zancos y ya casi ha desaparecido en lo alto.) ¡No, el Guacamayo es inmortal!

Cuculcán desaparece en lo alto. De los zancos brotan enormes ramas. Se vuelven árboles. Chinchibirín queda con la honda al aire, ya para lanzar el proyectil contra el Guacamayo oculto.

CHINCHIBIRÍN. (Después de recoger el paño redondo, objetos y frijolitos coral.) Un mercado es como un Gran Guacamayo, todos hablan, todos ofrecen cosas de colores, todos engañan, el que vende escobas, el que vende cañutos de humo, el que vende cal, el que vende jícaras, el que vende fruta, el que vende pescado, el que vende aves, el que vende gusanos, y entre ellos se mezclan tos salteadores, los bebedores de chicha, y los vendedores ambulantes de cañas dulces con penacho de hojas, sopladores y petates de palma suave como la voz de los abuelos. Pero aquí viene, con algún mensaje, el Blanco Aporreador de Tambores.

El Blanco Aporreador de Tambores se detiene a la sombra de los árboles en que se transformaron los zancos de Cuculcán y deja poco a poco en el suelo un bulto mediano que trae al hombro, envuelto en una sábana. Acto seguido, toca su tambor. Chinchibirín se aparta para oírle.

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Mis manos blancas se pintaron de tiña en los tunales! ¡Mis tambores son como rodajas de tuna! ¡La Abuela de los Remiendos tiene lunares de espinas y por eso viene envuelta en sábanas de blancas nubes! ¡Su sabiduría es de plata y quien la consulta sabe que su voz no llegará por su oreja, sino por inspiración! (Desanuda el bulto, lo abre y aparece una viejecita liliputiense.) ¡Abuela de los Remiendos, bien venida al país de huipiles sembrados, montañosos, con dibujos de animalitos, pájaros y conejos, huipiles extendidos, con agujeros azules para las cabezas que han de salir de lo profundo! (Toca el tambor.) ¡Bien venida; Abuela de los Remiendos! (Vuelve a tocar el tambor.)

CHINCHIBIRÍN. (Se aproxima.) Una consulta, abuelita…

ABUELA DE LOS REMIENDOS. Las que quieras, hijo; pero tómame en brazos que no sé estar en el suelo.

CHINCHIBIRÍN. (La levanta y la carga como a una criatura.) Qué clase de ave es el Guacamayo?

ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¿Por qué preguntas eso?

CHINCHIBIRÍN. Por curiosidad, abuelita; hay tantos por aquí que uno no los distingue.

ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¿Qué cosa y cosa es el Guacamayo? Sí, son distintos, y entonces tu pregunta ya es distinta.

CHINCHIBIRÍN. No sé, abuelita…

ABUELA DE LOS REMIENDOS. Hay guacamayos de cabeza colorada, pico amarillo muy ganchudo y vestido verde; otros de plumas amarillas resplandecientes; los llama de fuego, color de sangre coagulada y plumas azules en la cola, y los de bella emplumadura morada.

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Mis manos blancas se pintaron de tiña en los tunales! ¡Mis tambores son como rodajas de tuna! ¡La Abuela de los Remiendos tiene lunares de espinas y por eso viene envuelta en sábanas de blancas nubes! ¡Su sabiduría es de plata y quien la consulta sabe que su voz no llegará por su oreja, sino por inspiración! (Toca el tambor.)

CHINCHIBIRÍN. (Cambiando de brazo a la abuelita.) ¡Te cargaré con el brazo del corazón, para que me digas si los Guacamayos son inmortales!

ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡Son inmortales!

CHINCHIBIRÍN. ¿Por qué son inmortales?

ABUELA DE LOS REMIENDOS. Porque son pájaros de encantamiento. Pero tu pregunta era otra y ha huido de la punta de tu lengua. Algo más querías saber de estos pájaros de oro redondo color de oro.

CHINCHIBIRÍN. No se te puede ocultar nada, Abuela de los Remiendos. El Guacamayo…

GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác! ¡Cuác, cuác, cuác!

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. (Sonando el tambor muy suave.) ¡Al que habla del Guacamayo, le cae el rayo!

ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡Por la tempestad de tus tambores!

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. ¡Mis manos blancas se pintaron de tiña en los tunales! ¡Mis tambores son como rodajas de tuna! (Suena muy fuerte, tempestuoso, el tambor.)

GUACAMAYO. ¡Cuác, cuác, cuác! (Entra y por entrar ligero se cae armando la del rayo. Se levanta furioso.) ¡Cuarác, cuác! ¡Cuarác, cuác!

CHINCHIBIRÍN. (Al cesar el estruendo del tambor y callar el Guacamayo.) Tu presencia facilita que sigamos nuestro consejo. Huvaravix, el Maestro de los Cantos de Vigilia y Ralabal, el que maneja los vientos, fueron testigos. Ahora, la Abuela de los Remiendos, nos servirá de juez.

ABUELA DE LOS REMIENDOS. Tengo seca la boca. Debe haber una caña dulce para la pobre abuela. Cuando se es viejo, las arrugas de la tos de los años, que son peor que la sed, cierran la garganta, por eso es que los viejos hacemos como que chupamos, como que mamamos…

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. Yo toco mis tambores con caña dulce, por eso mi tempestad engendra las lluvias dulces. Toma, abuela…

CHINCHIBIRÍN. ¿Ya podemos hablar?

ABUELA DE LOS REMIENDOS. Ya pueden hablar. La caña se hace agua de lluvia dulce en mi boca. Muy sabrosa, muy sabrosa. Ni tierna ni sazona…

CHINCHIBIRÍN. Cuác, dices que en el Palacio del Sol todo es mentira, dices que la vida es una ilusión de los sentidos, dices que nada existe fuera de Cuculcán que pasa de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana!…

GUACAMAYO. ¡Acucuác, cuác, cuarác!

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. (Sumerge en el ruido de sus tambores, la voz del Guacamayo.) ¡Escucha, primero, lo que se habla, Saliva!

ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡Y tú, calla tus tempestades de cuero porque pueden despertar los chupamieles!

GUACAMAYO. Abuela sublime, ¿qué remedio tienes para el dolor de dientes? ¡Me duelen cuando hay eclipse y cuando veo comer caña!

ABUELA DE LOS REMIENDOS. ¡No puede haber eclipse más que en tu saliva, porque la luna se despedazó en tu boca, por eso te llamas Saliva de Espejo, y si hacen merced de creerlo, un guerrero no morirá, caerá aparentemente muerto bajo la tiniebla del sueño, y de su pecho volverá a salir el espejo amarillo del cielo, el comal redondo en que se cocían al fuego lento de las estrellas, las tortillas de los dioses: amarillas y blancas tortillas hechas de maíz amarillo y blanco, los días, y negras tortillas hechas de maíz negro, las noches. (Blanco Aporreador de Tambores, atento al discurso de la Abuela, toca el tambor, mientras ella toma aliento recapacita y sigue.) ¡La Luna, por consejo de Saliva Pluma Amarilla, Pluma Roja, Pluma Verde, Pluma Morada, Pluma Azul!…

CHINCHIBIRÍN. ¡El Arcoiris!

GUACAMAYO. ¡Yo pedí remedio contra el dolor de dientes, y ve con lo que sales, Abuela meñique!

BLANCO APORREADOR DE TAMBORES. (Aboga con el tambor la voz del Guacamayo.) ¡Maña la tuya de no dejar hablar a los otros!