DÍA 22
07.00 Lo mismo que el párrafo precedente.
07.05 Con una fuerza de la que no habría creído capaz a un individuo tan enclenque, mi nuevo amigo (y protegido) se desprende de mis brazos. Más aún: me desprende mis brazos. Mientras los vuelvo a colocar en su sitio, me pide disculpas. Por el amor de Dios, no tiene importancia. Mi nuevo amigo (y protegido) me explica que, en contra de lo que pudiera parecer, no está ebrio. Sólo fatigado en extremo. Lleva varias noches sin dormir. Meses enteros sin dormir. Indago la causa.
07.30 Las tribulaciones del ejecutivo: lectura y comprensión parcial de las cotizaciones de bolsa, mercado de divisas, mercado de futuros; café con leche (desnatada), biscotes con margarina, las pastillas; ducha, afeitado, violenta aplicación de after-shave. El ejecutivo se pone su impedimenta: Ermenegildo Zegna por aquí, Ermenegildo Zegna por allá. Los niños lavados, vestidos y peinados suben al coche del ejecutivo. Papá los llevará al cole. Anoche cenaron en casa de su madre, pero han dormido en casa de su padre. Esta noche cenarán en casa de su padre, pero dormirán en casa de su madre y mañana los llevará al cole su madre y los irá a buscar él para que cenen en su casa o en casa de su madre (telefoneará). Uno de los niños es suyo; al otro no lo ha visto en su vida, pero prefiere no preguntar. Desde que se separó de su mujer (amigablemente) prefiere no preguntar nada a nadie. El ejecutivo conduce el coche con las rodillas; con la mano derecha sostiene el auricular del teléfono del coche; con la mano izquierda sintoniza la radio del coche; con el codo izquierdo sube y baja las ventanillas del coche; con el codo derecho impide que los niños jueguen con el cambio de marchas del coche; con la barbilla pulsa sin pausa el claxon del coche. En la oficina: telex, fax, cartas, mensajes en el contestador; consulta la agenda. Nena, cancélame la cita de las once; nena, conciértame una cita a las doce; nena, resérvame una mesa para cuatro en La Dorada; nena, cancela la mesa que tengo reservada en Reno; nena, resérvame plaza en el vuelo de mañana a Munich; nena, cancela el vuelo de esta tarde a Ginebra; nena, las pastillas. El ejecutivo aprovecha breves momentos de descanso para aprender inglés:
My name is Pepe Rovelló,
In shape no bigger than an agate stone
On the forefinger of an alderman,
Drawn with a team of little atomies
Athwart men’s noses as they lie asleep.
El ejecutivo baila sevillanas. La profesora le riñe, porque se nota que no ha estudiado en casa. ¡Jossú, Rovelló, a ve esso brasso y essa sinturiya! El ejecutivo practica el difícil arte de las castañuelas montado en la Kawasaki. Por culpa del accidente llega tarde al club. Juega dos partidos de squash sin quitarse el traje de faralaes. En el restaurante se limita a un plato de apio (sin sal), un poleo-menta y un Cohiba. Las pastillas, el jarabe para la digestión, el complejo vitamínico. Las aflicciones del ejecutivo: gastritis, sinusitis, jaqueca, problemas circulatorios, estreñimiento crónico. Confunde el Cohiba con el supositorio. En la clase de aerobic se descoyunta los huesos; el traumatólogo lo arregla; la masajista lo vuelve a estropear. Otro problema: su segunda ex mujer está embarazada del ex marido de su primera ex mujer, a) ¿qué apellidos llevará el recién nacido?, b) ¿quién ha de paga las ecografías? Otro problema: la tripulación del yate se ha amotinado y anda ejerciendo la piratería por la Costa Dorada.
07.50 El ejecutivo y yo nos despedimos. Ya ha tomado la última copa, dice, y puede empezar el día con satisfacción del deber cumplido. Se pone el casco y los guantes. Le pregunto si cree estar en condiciones de ir en moto. ¡Cómo! ¡En moto! ¿Por quién le he tomado? Para ir por la ciudad él sólo usa el ala delta.
08.00 Corriendo carretera Pedralbes arriba, carretera Pedralbes abajo, consigo que se eleve el artefacto. Dejo ir el sedal. Mi amigo se despide de mí desde el aire azul de la mañana: adiós, adiós, siempre nos quedará el Ampurdán.
08.05 Intento regresar a casa arrastrando los pies. O la expresión (coloquial) no se ajusta a la realidad o existe un método para avanzar arrastrando los dos pies al mismo tiempo que yo desconozco. Pruebo de arrastrar un solo pie y dar un salto con el otro (pie) hacia delante. Me doy de bruces.
08.06 Mientras reflexiono acerca del significado de la palabra bruces, veo ante mis ojos una cartera. Un análisis somero me indica que la cartera perteneció en sus orígenes a un cocodrilo. Un análisis más pormenorizado me indica asimismo que la cartera ha pasado por varias manos y ha acabado perteneciendo, hasta el instante de su pérdida, a mi amigo el ejecutivo. Ahora la cartera pertenece a lo que dicte mi peculiar sentido de la honradez, je, je. Temperatura, 23 grados centígrados; humedad relativa, 56 por ciento; suave brisa de levante; estado de la mar, marejadilla.
08.07 Examino el contenido de la cartera del ejecutivo. Tres o cuatro mil pelas, que trasvaso a mis bolsillos sin demora. Documento nacional de identidad, permiso de conducción, tarjetas de crédito y carnets acreditativos de la pertenencia de su titular al mundo de los seres activos y predominantes. Foto de un perro lobo junto a un pino. Total, nada.
08.10 Estoy por tirar la cartera y su contenido a una alcantarilla cuando descubro un compartimento cerrado por medio de una cremallera. Forcejeo. Todavía no he conseguido dominar este extraño mecanismo (ni entender cómo una cosa tan absurda goza de tanta difusión), por lo que acabo rompiéndolo. Del compartimento extraigo una fotografía. Una moza de muy buen ver. Al dorso de la foto, una breve dedicatoria: Chato, moderno, ¿quién te quiere a ti? Caqui.
08.11 Vaya, vaya.
08.12 Decido regresar a casa. Pasa un taxi, lo paro, subo. Camino de casa, la radio da las noticias. Ha habido otro accidente en la central nuclear de Vandellós. Un portavoz de la central informa al público de las ventajas de un ser mutante. ¡Sorprenda cada día a su familia!, exclama. El taxista no parece convencido. Si él mandara, dice, trasladaría la central nuclear al coto de Doñana. Así aprenderían estas especies protegidas de mierda, dice.
08.30 Me meto en casa apresuradamente. La hostilidad del vecindario va en aumento. La portera se ha hecho una cerbatana con el mango de la escoba y me lanza dardos impregnados en curare. Un vecino arroja aceite hirviendo por el hueco de la escalera cuando me ve pasar. Otro ha metido tarántulas en mi piso. He de emplearme a fondo con el Cucal.
08.45 Decido poner fin a este malentendido. Esta tarde reuniré a todos los vecinos, les daré una merienda, escucharé sus quejas (con paciencia) y me rehabilitaré ante sus ojos. Si alguno quiere darse un chapuzón en la piscina, podrá hacerlo gratis.
08.50 Salgo a comprar lo necesario para el guateque. Adopto la apariencia de Alfonso V el Magnánimo (1396-1458) y me echo a la calle.
09.00 Compro dos docenas de brioches, una pastilla de mantequilla, cien gramos de mortadela, una gaseosa.
09.10 Compro farolillos de papel, globos, serpentinas.
09.20 Regreso a casa. Alacranes en el buzón, una cobra en el ascensor, napalm en el rellano.
09.50 Termino de preparar los bocadillos. Me han quedado un poco mal, quizá porque, a falta de cuchillo, he tenido que usar los alicates.
10.00 Redacto las invitaciones. Tengo el honor de convidar a don… y señora a la recepción que se celebrará, etc., etc. Se ruega traje oscuro y bla, bla, bla. Ha quedado muy bien.
10.05 Meto los tarjetones en sus sobres respectivos. Paso la lengua por la banda engomada de los sobres a fin de que éstos se adhieran (a sí mismos). La goma es tan sabrosa que no puedo evitar comerme tres sobres y sus correspondientes tarjetones. Mientras realizo la operación pienso en lo feliz que podría ser si las cosas salieran a la medida de mis deseos: el bar de la señora Mercedes, mi vecina, etc. Cuento los días que faltan para Navidad.
10.15 Un susurro me saca de mi abstracción. Alguien ha deslizado un sobre por debajo de la puerta. El sobre no lleva remitente. Dentro hay una sola hoja impresa, cuyo contenido es el siguiente:
¿Qué, lo pasaste bien anoche?
Pues hoy lo puedes pasar aún mejor
si vienes a verme. Soy un tocinillo
de cielo con almíbar y miel, aromas
y conservantes (E 413, E 642), sólo
para tu boquita de tigre.
Calle del Turrón de yema, 5, ático 2.ª
(esquina Travesera de las Corts).
P.S. Olvídate de tus vecinos, que
son unos ordinarios.
10.25 En vista de que hay alguien empeñado en obstaculizar mi reinserción social, rompo las invitaciones, me como todos los brioches y pego fuego a los farolillos. Con las serpentinas me hago una falda de hawaiana.
10.40 Bailo un rato, pero me aburro en seguida.
10.45 Telefoneo al hospital donde convalece la señora Mercedes. Habo con el señor Joaquín. ¿Cómo van las cosas? Muy bien, muy bien. El médico ha dicho que la señora Mercedes puede irse a casa cuando quiera. Y él también, naturalmente. Es posible que mañana estén los dos de nuevo en el bar. Es una buena noticia y me congratulo de ella. Colgamos.
11.00 Hace una mañana soleada, limpia, seca y no tan calurosa como en días anteriores. Decido dar una vuelta. ¿Adónde iré?
11.05 Decido visitar algún museo de pintura, tema en el que no estoy muy impuesto. La verdad es que en mi planeta no damos mucha importancia a las artes plásticas, en parte porque entre nosotros y el daltonismo y la presbicia son congénitos y en parte porque la cosa de la estética nos trae sin cuidado. Por este motivo, y también por mi escasa inclinación natural al (y aptitud para el) estudio, poseo una formación algo deficiente en este terreno. Si alguien me preguntara qué pintores conozco, diría que Piero della Francesca, Tàpies y pare usted de contar.