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15.00 Decido abandonar la reflexión y la plaza Cataluña, porque las palomas me han cubierto de excremento de la cabeza a los pies y los japoneses me hacen fotos creyendo que soy un monumento nacional.

15.45 En casa. El piso es caluroso, sobre todo a esta hora. Instalaría aire acondicionado, si no fuera porque los aparatos producen una vibración que acaba con mis articulaciones. Lo mismo ocurre con la nevera: pasa ratos tranquila, pero de pronto, sin previo aviso, le entra un dengue que me saca de quicio. Ayer, sin ir más lejos, con sólo poner en marcha el minipimer, me rompí el fémur en tres trozos. Menos mal que tengo piezas de repuesto. El ventilador es más soportable, pero cuando está en marcha me mareo, porque no puedo apartar los ojos de las aspas. En fin de cuentas, lo mejor es prescindir de los aparatos e irse despelotando a medida que aumenta la temperatura. Me quedo en camiseta y calcetines.

17.00 No hay en todo el Universo chapuza más grande ni trasto peor hecho que el cuerpo humano. Sólo las orejas pegadas al cráneo de cualquier modo, ya bastarían para descalificarlo. Los pies son ridículos; las tripas, asquerosas. Todas las calaveras tienen una cara de risa que no viene a cuento. De todo ello los seres humanos sólo son culpables hasta cierto punto. La verdad es que tuvieron mala suerte con la evolución .

18.00 Salgo a dar una vuelta. Las calles están más animadas de lo habitual, porque, con la llegada del calor, el buen ciudadano se apresura a ocupar su lugar en las terrazas que los bares habilitan entre cubos de basura. Allí el buen ciudadano se ensordece, contamina e intoxica, paga lo que debe y vuelve a casa. Animado por su ejemplo, me compro un helado de cucurucho. Como es la primera vez que veo semejante producto, me como primero la galleta. Luego no sé qué hacer con la bola en las manos, me armo un lío, me pongo perdido y acabo tirando lo que queda de helado a una papelera.

18.40 Cuando regreso de mi paseo, veo a lo lejos a mi vecina. Un encuentro verdaderamente providencial. Evito que ella me vea por razones de buena crianza, pero tomo la firme decisión de aclarar lo nuestro hoy mismo. En la papelería compro recado de escribir; en el estando, sellos. Temperatura, 28 grados centígrados; humedad relativa, 79 por ciento; viento encalmado; estado de la mar, llana.

19.00 Me encierro en casa, me lavo los dientes y dispongo sobre la mesa lo necesario para escribir una carta: una resma de papel, falsilla, tintero, plumilla, mango, papel secante, un boli (de refuerzo), el María Moliner, un manual de correspondencia (amorosa y mercantil), el refranero, la antología de la poesía española de Sáinz de Robles y el libro de estilo de El País .

19.45 «Mi adorable vecina:

Soy joven y aspecto agraciado; romántico y cariñoso. Tengo una buena posición económica y soy muy serio para las cosas serias (pero me gusta divertirme). Me encanta (además de los churros) viajar en metro, lustrarme los zapatos, mirar escaparates, escupir lejos y las chicas. Aborrezco la verdura en todas sus manifestaciones, lavarme los dientes, escribir postales y oír la radio. Creo que podría ser un buen marido (llegado el caso) y un buen padre (tengo mucha paciencia con los niños). ¿Te gustaría conocerme mejor? Te espero a las 9.30. habrá comida (gratuita) y bebidas. Hablaremos de lo que te he dicho y de otros asuntos, ji, ji. R. S. V. P. Estoy por tus huesos.»

19.55 Releo lo escrito. Rompo la carta.

20.55 «Querida vecina:

Ya que vivimos en el mismo edificio, he pensado que sería bueno que nos conociéramos mejor. Ven a las 9.30. Prepararé algo de comer y comentaremos algunas cuestiones relacionadas con el inmueble (y otras no). Un cordial saludo, tu vecino.»

21.05 Releo lo escrito. Rompo la carta.

21.20 «Estimada vecina:

Tengo cosas en la nevera que se están echando a perder. ¿Por qué no vienes y nos las acabamos? De paso, hablaremos del inmueble y de sus reparaciones (nuevo motor en el ascensor, restauración de la fachada, etc.). Te espero a las 10. Atentamente, un vecino.»

21.30 Releo lo escrito. Rompo la carta.

22.00 «Tengo la casa llena de grietas…»

22.20 «Tengo comida agusanada…»

23.00 Ceno solo en el restaurante chino de la esquina. Puesto que soy el único comensal, el dueño del establecimiento se sienta a mi mesa y me da conversación. Se llama Pilarín Kao (lo bautizó un misionero desaprensivo) y es natural de Kiang-Si. De niño emigró a San Francisco, pero se equivocó de barco y llegó a Barcelona. Como no ha aprendido el alfabeto latino, todavía no se ha percatado de su error, no yo hago nada por sacarle de él. Se ha casado y tiene cuatro hijos: Pilarín (el primogénito), Chiang, Wong y Sergi. Trabaja de sol a sol, de lunes a sábado. El domingo es su día de asueto y lo dedica a buscar el Golden Gate (en vano) en compañía de toda su familia. Me dice que su ilusión es volver a China; que para eso trabaja y ahorra. Me pregunta a qué me dedico yo. Para no liarle, le digo que soy cantante de boleros. Ah, a él le gustan mucho los boleros, dice, porque le recuerdan a Kiang-Si, su añorada patria. Me invita a una copita de aguardiente chino, que él mismo fabrica destilando lo que la clientela se deja en los platos. Es un líquido de color marrón, algo espeso, de sabor indefinible, pero muy aromático.

00.00 Cantamos Bésame mucho . Otra copita.

00.05 Cantamos Cuando estoy contigo . Otra copita.

00.10 Cantamos Tu me acostumbraste. Otra copita.

00.15 Nos hacemos coletas de fideos, cantamos Anoche hablé con la luna y salimos en busca del Golden Gate. Para animar la travesía, me llevo la botella.

00.30 Bajamos por la calle Balmes cantando De nuevo frente a frente y preguntando a todo el mundo si alguien ha visto un puente colgante. ¡Qué risa!

00.50 Nos sentamos a la puerta del Banco Atlántico y cantamos Cuidado con tus mentiras . Lloramos.

01.20 Nos sentamos en las escaleras de la catedral y cantamos Permíteme aplaudir por la forma de herir mis sentimientos . Lloramos.

01.40 Nos estiramos en el suelo de la plaza de San Felipe Neri y cantamos Más daño me hizo tu amor . Lloramos.

02.00 Damos vueltas a la Sagrada Familia cantando a voz en cuello. En Golden Gate no aparece por ninguna parte, pero a la tercera vuelta se asoma Subirachs a un ventanuco a ver qué pasa. Le cantamos Voy a apagar la luz para pensar en ti .

02.20 Paramos un taxi, subimos y le decimos al taxista que nos lleve a China. En el taxi cantamos Se me olvidó que te olvidé .

02.30 El taxista nos deposita en la puerta de la comisaría y encima nos cobra la carrera. No le damos ni un real de propina.

02.55 Amonestado por la autoridad, regreso a casa. Subo las escaleras a cuatro patas. Quiera Dios que mi vecina no me vea en esta condición tan degradada.

03.10 Todo me da vueltas. Mascullo unas oraciones y me meto en la cama. Todavía sin noticias de Gurb.