Cuando llegó a la propuesta del autor de escribir un cuento que reflejara como un mito su historia infantil, se sentó delante del ordenador y de un tirón escribió:

Habia una vez en un reino muy lejano un pequeño príncipe que se amaba Egroj.

El príncipe había sido concebido en un momento muy dificil de la vida de sus padres. Apenas nació el primogénito el rey debió salir a la batalla para defender el bienestar del pueblo amenazado por los reinos enemigos y por años todo lo que el príncipe supo de él eran algunos breves mensajes que los correos traían o que su madre le transmitía.

Por supuesto, como el rey no estaba, la reina tenía que hacerse cargo de los asuntos de gobierno y tampoco tenía tiempo para jugar con el príncipe.

A pesar de que Egroj tenía los juguetes más caros y sofisticados, sufría porque no tenía con quién compartir sus juegos.

El príncipe creció así, solitario y silencioso. Pasaba gran parte de su día mirando por la ventana. Centrada siempre su mirada en el punto donde el camino al palacio desparecía detrás de la arboleda. lmaginaba que veía salir de entre los árboles las banderas y estandartes reales. El pueblo entusiasmado salía al encuentro del ejército real y festejaba el regreso triunfal de sus hijos más queridos.

Se imaginada a si mismo saludando al rey desde su ventana y aplaudiendo con fervor el fin de la guerra, un hecho que le devolvería un padre y una madre.

Todas las tardes, cuando al sol caia, Egroj arrastraba por sus mejillas algunas lágrimas que llevaba hasta su lecho y secaba cada noche con su almonada.

Y al final, cuando Bradshaw propone ponerle un final al mito, Roberto agregó:

El tiempo pasó hasta que un día la reina abdicó. El príncipe no tuvo más remedio que sentarse en el trono de su padre y reinar.

Gobernó con justicia y bondad durante el resto de su vida.

Nunca abandonó su hábito de mirar por la ventaia hacia la arboleda. Su reinado fue recordado por la obsesión manifiesta del rey en construir constantemente más y más puentes y caminos.

Eso era lo que siempre había hecho: intentar construir más y más caminos, más y más puentes, más y más rutas para que el afecto incondicional que buscaba llegara por fin a su corazón. Él tampoco había perdido nunca el hábito de mirar esperanzadamente al horizonte, por si acaso.

De algún modo, la relación con Laura era un nuevo puente. Esta vez, un puente sobre la realidad, un puente cibernético, un puente virtual, un puente a Laura.

Se dio cuenta de que durante toda la semana, entre trabajo y lectura, no había tenido un minuto para leer los mensajes. Guardó el cuento como “Egroj” y abrió una página nueva en el procesador de texto.

Querida Laura:

Motivado por ti he estado leyendo otra vez a Bradshaw, y animado por sus propuestas le pedí a un paciente mío que hiciera el trabajo de transformar en un mito la historia de su infancia. El resultado de ese trabajo es este texto que me trajo y que ahora te mando. Después cuéntame qué te ha parecido.

Besos

Fredy

Ahora si abrió el administrador de su casilla de correo. Cortó el mensaje en el procesador y lo pegó en la ventana que se había abierto al pulsar Redactar nuevo mensaje. Después apretó el botón Insertar y seleccionó Archivo. Buscó el “Egroj ” e incluyó el texto con Adjuntar. Inmediatamente apretó Enviar y Recibir y la pantalla tintineó mientras le avisaba que estaba enviando el mensaje. Cuando la operación finalizó, el ordenador desplegó un aviso.

“Hola rofrago, tiene cuatro (4) mensajes nuevos”.

Buscó el de Laura con el puntero e hizo doble clic sobre “Aceptar las necesidades ”.

Fredy:

El desencuentro entre nosotros me ha hecho pensar. Me cuesta tanto a veces darme cuenta de lo que verdaderamente necesito…

Y lo peor es que la experiencia me confirma una y otra vez que cuando consigo contactarme conmigo misma y transformo una necesidad en una acción, búsqueda, petición o lo que sea, el resultado suele ser satisfactorio.

Y entonces ¿para qué? ¿Qué sentido tiene este odioso juego del escondite?

Quizás deberíamos dedicar un tramo del libro a explicar cómo se genera esta falta de contacto con las propias necesidades.

Me gusta la explicación que usaste en ese caso que mostraste en Cleveland: Si de chicos nos damos cuenta de que a nuestros padres no les gusta que pidamos más afecto, más contención o más presencia, probablemente aprendamos a esconder nuestras necesidades. Esto no es un cargo a los padres, quizás ellos no tengan cómo darnos lo que necesitamos, simplemente porque no lo tienen ni para ellos mismos.

Pero de todas maneras seguramente allí comenzaremos a tratar de no sentir nuestras necesidades como estrategia para aliviar el dolor de la frustración.

Practicaremos durante años ese plan de supervivencia: intentar no registrar nuestras necesidades. Y quizás un día hasta nos identifiquemos con esta manera de ser.

Entonces ya no es una estrategia, pasa a ser nuestra personalidad: Yo no necesito nada, yo me arreglo solo. Nos quedaremos fijados en este planteamiento y olvidaremos lo que realmente somos, lo que nos genera verdadera alegría, paz, gozo.

En ese momento seguramente aparezca aquello que Erich Fromm dice en su libro “Tener o Ser ”:

Creer que un nuevo coche, una casa más cara, el último desodorante o una cuenta con suficiente dinero nos va a hacer felices.

La sociedad de consumo ayuda a vendernos la idea de que tener es la puerta; comprar, gastar y cambiar son las llaves. Cuando estos conceptos estén configurados en nuestro sistema de creencias sera facil manipular nuestra conducta con ellos. Por supuesto que ni bien obtenemos lo deseado nos damos cuenta de que no era suficiente con tener “eso”, pero rápidamente la publicidad nos sugiere otra cosa para que sigamos intentándolo por el camino equivocado.

Debería llegar el día en el que podamos parar y comprender que no es por allí. Es el momento de buscar adentro, de volver a escucharnos. Pero no es tan fácil.

Hemos olvidado cómo hacerlo y muchas veces tendremos que pedir que alguien nos ayude a volver a saber quiénes somos, que nos incite a recuperar la sabiduría que teníamos de niños cuando podíamos reír y jugar sin interrumpirnos.

Yo creo que ésa debe ser, en el fondo, nuestra verdadera propuesta un estímulo para que todos trabajen en el desafío de recuperarse a si mismos. Un camino para permitir que el ser se manifieste y encuentre en la relación con otro el lugar para expresarse.

Aprender al lado del amado a escucharnos, a tenernos en cuenta, a mirarnos como nuestros padres no supieron hacerlo.

Por supuesto que es muy doloroso necesitar y no obtener lo que se necesita, y éste es el principal problema.

Nadie quiere sentir el dolor de necesitar algo y no tenerlo. Pero ese dolor es la única salida para poder encontrar mis verdaderas necesidades, y sólo si las encuentro podré después (¡después!) satisfacerlas. Porque si nos resistimos a sentirnos vulnerables, cada vez nos endurecemos más y nos alejamos de la posibilidad de dejarnos sentir lo que necesitamos.

Y encima por este camino cerramos también nuestra capacidad de recibir.

Hay que tener en cuenta que probablemente esta estrategia de no sentir nos haya servido durante la infancia. Quizás haya sido más que inteligente no sentir una necesidad que en realidad no podíamos satisfacer.

Pero como adultos podemos darnos nosotros mismos lo que necesitamos, o buscar a las personas adecuadas a quienes pedírselo. Ya no dependemos de nuestros padres.

Me encantó la frase con la que terminaste alguna vez uno de tus mails : «Somos vulnerables pero no frágiles. Somos muchos los que no nos damos cuenta de esto.»

No hay intimidad con estrategias, con ellas no vamos a sentir. Cumpliremos con nuestras metas, o sentiremos el placer de dominar al otro, o de conquistarlo, o lograremos que otro nos mire; pero eso no tiene nada que ver con el verdadero encuentro, con la intimidad, con el amor.

La idea es darnos en nuestra relación el espacio para el dolor y la confusión que aparecen cuando desarmamos nuestra estrategia antifrustración. Éste es el camino a casa. El camino del encuentro con otro ser humano. El camino del amor.

¿Estarás de acuerdo?

Laura

¿Cómo no estar de acuerdo?

Laura hablaba con su lenguaje, con sus ideas, casi casi con sus sentimientos. Ella ponía en palabras lo que a él le habría gustado aprender a decir.

Él sabía cuáles eran sus necesidades. Necesitaba encontrar una persona que fuera capaz de construir con él el camino de regreso a casa.

¿No era increíble que ella le estuviera mandando un mensaje que terminaba con esa propuesta, cuando él acababa de mandarle un cuento de un príncipe que construía caminos para ver llegar por ellos a los que amaba?

CAPÍTULO 8

Al releer aquellos primeros mensajes recibidos meses atrás, volvió a sentir bronca por no haber guardado también los anteriores cuando llegaron a su casillero. Allí debía estar la información que necesitaba para saber cómo se había generado la idea de escribirse y poder seguir con el juego de ser Fredy con menos riesgos.

Pensó que podría pedirle a Laura copia de todo eso. Al parecer, Fredy era bastante despistado, y le cabría perfectamente la posibilidad de haber extraviado los mails anteriores. Era más que razonable entonces pedírselos a Laura, que con toda seguridad los tendría archivados.

Lauri:

Respecto del mail que me mandaste ¿quién podría no estar de acuerdo?

Me encanta la descripción que quedó de la conducta defensiva neurótica, escondiendo necesidades y emociones.

La leía y pensaba que si yo jamás hubiera sabido nada de parejas ni de terapias, de todas maneras disfrutaría de esta claridad de ideas.